Todo parece languidecer. Sufrí un destello hace dos o tres años, cuando de paseo
conté más grúas de lo habitual. Creí volver a esa España naíf y narcótica, eternamente veraniega, triunfal y faldicorta, pazguata y risueña, que el demonio, como decía Ratzinger a través de Jorge Fernández Díaz, trataba de destruir. Vencida ya esa España desde el segundo mayo del 68, nuestra historia reciente es la de un Hércules en cuidados paliativos que mea en pañal y alimenta su minimizado cuerpecín por una sonda.
Y en eso han llegado todos los sobrinos, porque descendencia directa no ha dejado.
Todos contemplan los estertores del senecto tito, que no se entera de nada. En una
lucha constante contra la muerte ocupa una cama. En un pueblo de Soria de 30
habitantes instalan una piscina climatizada de millón y medio de euros. Enfocan las
casas, blandas por la humedad como cartones bajo la tormenta. Entrevistan a la
alcaldesa, que sin rubor asegura que creará dos puestos de trabajo. La eterna lucha
contra la despoblación, que tantas casas alimenta.
Desde un carcavoso pueblo de Palencia, al pie de un gran cerro, un autocar parte
rumbo al mar, con el dinero de los molinos. Para lo que queda en el convento me
cago adentro. El hedor se perpetúa entre las ruinas que levantaron sus abuelos.
Pellizquitos de felicidad disfrazados de miseria y pena, plañideras de una España
remota, de óxido y buitreo. El combate contra el éxodo agudiza el ingenio.
No solo ocurre en nuestros pueblos, y no siempre intencionadamente. Salvemos
nuestros mercados de barrio, apoyemos la compra de cercanía, reguemos con
dinero a asociaciones vecinales y a empresas que remocen lonjas que nacieron
condenadas al cierre. Sentimientos bonitos de buenos sobrinos que quieren alargar
la agonía del tito pero que no rehúsan de su parte alícuota del pastel más grande.
Medio millón largo para reacondicionar un aparcamiento subterráneo de un mercado con más persianas bajadas que subidas. Las viejas de carrito mueren a la vez que doña España y a sus empleadas nietas, para las que guisar es untar aguacate en pan, no les queda otra que hacer una compra semanal. En tiempos del ministerino de las verduras de temporada de Bonvivant Garzón nuestra despensa llega caduca al viernes. Junto a las últimas viejas que se pelean por la vez se dejan caer hombres jóvenes – actuales protectores de la tradición cotidiana - que crecieron en la abundancia y que entre tanta miseria y rapiña les cuesta reconocer a España.