Imagínense, por imaginar, que en vez de vivir en eso que llaman la España vacía, en pequeños pueblitos desperdigados de no más de doscientos habitantes, viviésemos en grandes núcleos urbanos; que en vez de ser cuatro gatos tuviésemos un censo con peso propio en las elecciones generales, con voz y mando allá donde sólo escucho silencio y olvido.

Que en vez de estar rodeados de campos y naves ganaderas lo estuviésemos de grandes fábricas e industrias con sede en el terruño, fijando población, creando riqueza allá donde sólo se ven calvas en el mapa y la renta per cápita más baja de todo el país. Imagínense, por imaginar que no quede, que durante siglos hubiesen vertebrado el corredor del Oeste con dinero público, de todos, y medidas de gracia para fomentar esa industria, para vertebrar un entramado de desarrollo de primer nivel allá donde nosotros sólo vemos horizonte y espigas, los Arribes del Duero, esta deprimida Raya que nos separa de nuestros hermanos portugueses.

Imagínense que en vez de ir a un centro de salud rural -algunos sin médicos- o un pequeño hospital comarcal -muchos sin especialistas- tuviésemos un sistema sanitario con centros de referencia mundial y de investigación; que nuestros modestos equipos de fútbol -ahora aún más al borde de la desaparición si cabe- generasen ingresos millonarios en la Liga española.

Imagínense que un buen día decidiéramos que Castilla y León no quiere ser España aunque se haya beneficiado de España toda la vida. Ya después vendrían los tiros para ser Castilla por un lado y León por otro, y después incluso Sanabria querría ser gallega o Las Hurdes portuguesas, o no ser nada, países en sí mismas. Imagínense que en pos de ese sueño nos echásemos como energúmenos a la calle en nuestras grandes ciudades, tomásemos por asalto el parlamento, paralizásemos el tráfico se vuelos intercionales secuestrando el aeropuerto. Ah, que Valladolid no es el Prat, perdonen, pero imaginen que sí. Que destrozásemos oficinas, quedásemos vehículos y sedes políticas y empresariales, donde tratásemos como racistas de primera a todos aquellos que no quieran adoptar el sanabrés como lengua oficial o que piensen que son españoles. Qué barbaridad, siendo de Zamora, o de Asturias, o de Cuenca, Badajoz o Albacete.

Pongamos que nos saltanos la Ley, aunque ya no sea saltarse la ley, para montar un referéndum ilegal, una patraña donde incluso podríamos depositar quesos tranchetes en las urnas que computarían igual. Imagínense estas grandes ciudades nuestras en llamas: los disturbios, la Policía y la Guardia Civil movilizada, herida, vilipendiada. Los ciudadanos democráticos amordazados, la convivencia destrozada.

Sé que cuesta, que es imposible incluso imaginarlo en un país democrático, solidario, pero vayan un pasito más allá e imaginen tener en las manos la llave de un Gobierno de coalición, el Gobierno de España en manos de los que no queremos a España, el cinturón de los pantalones del mismito presidente del Gobierno. Ea.

Imaginen después que aprobásemos una ley contra todas las leyes que han mantenido el orden y la convivencia; y aún después una ley de Amnistía que borrase todos los desórdenes y delitos, que se salta la Constitución, el principio de igualdad entre los españoles y que reduce el poder judicial a meros espectadores del menú de Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como.

Regresen ahora a la realidad, a nuestros pueblitos de la España vacía donde nunca pasa nada, nuestras ciudades pequeñas rodeadas de campo y naves de ganado; al silencio y al olvido, a esta despoblación que les importa una mierda en las urnas, en los pactos. A los consultorios de salud cerrados, a los colegios sin niños y hospitalillos sin médicos. Regresen al olor a tierra recién arada, al estiércol de finales de verano. A las calles desiertas a partir de las siete de la tarde, a esta certeza de que somos ciudadanos de segunda que no merecemos nada, palos a mí.

En este marco, en estas coordenadas de desigualdad y pobreza, me sigue admirando la capacidad de silencio de los socialistas de mi tierra, que son gente forjada entre toda esta gente tan sufrida, tan puteada, tan ninguneada. Mi gente.

Me duele este silencio de los corderos en un país de fracturas del presente y facturas del mañana, como bien ha dicho hoy Emiliano García Page, el único resquicio, el único socialista decente, valiente, que alza la voz y nos recuerda que el PSOE fue una vez un partido de futuro, de esperanza, de justicia y de igualdad.

Sigan aplaudiendo con las orejas unos y soñando otros. Que la vida es sueño, y los sueños sueños son.