La primavera ha venido a posarse en los campos como quien regresa sin hacer ruido fiel al milagro del agua sobre la tierra y este sol picajoso que calienta, resucita almas y corazones, que despierta la promesa de los frutos y las flores, las tardes más largas, el sol naranja de la última hora.

Ha venido y es como si el mundo despertase del letargo del invierno, la pereza de los días grises, la soledad de las noches, el desnudo de los árboles que comienzan a verdear. Como si abriese los ojos por vez primera a todo lo que rebrota, la colza tapizando de amarillo el paisaje, reivindicando a los hombres y mujeres que trabajan el campo. Campo, tierra, somos.

La primavera ha venido a esta tierra dormida necesitada de tantas primaveras. Esta tierra de inviernos y soledades a la búsqueda de nuevos soles, de una luz que ilumine el futuro, su camino; una luminosa Vía de la Plata que atraviese el corazón de este lejano Oeste y lo vertebre por si regresa la vida a esta patria de exiliados forzosos, esta frontera desposeída de casi todo. Una vida que abre balcones y miradores hacia Portugal por la ruta del Duero y que podría unir a Zamora con Oporto para ponerle las alas de la alta velocidad, esta trashumancia del siglo XXI, el desarrollo, la tecnología, estas ganas de despegar y no tomar tierra. Sueños son.

La primavera ha llegado a esta tierra de inviernos que tantas primaveras ha visto pasar desde el andén de los siglos esperando que florezca la amapola. Y todo canta a la vida que nunca fue por las carreteras de abril.