Los hechos transcurrieron según el inteligente guion previsto. Se trataba de que pareciera una cosa para que nadie se percatara del fondo. Y en el epicentro de todo, Liberty Valance, que en este caso no es ningún infeliz.

En los grandes asuntos de estado, en las finanzas, en la alta política, en la guerra…, las cosas suceden casi siempre de esta manera: lo que parece, o sea, la cáscara, y lo que es, el fruto.

La puesta en escena exige a menudo lanzar señuelos para despistar a la rehala. Es lo que hizo Osama Bin Laden cuando él, su familia y sus colaboradores más cercanos iniciaron la huida de Tora Bora hacia el vecino Pakistán. Alguien de los suyos, en el otro extremo de las montañas, activó durante unos segundos su teléfono por satélite. La jauría de cazas y vehículos militares de la coalición occidental fijó inmediatamente su atención sobre el lugar donde se emitió la señal, mientras los fugitivos se escabullían sigilosamente por la otra punta sin el menor contratiempo.

Liberty Valance, digámoslo ya, es un cadáver, a pesar de que algunos se esfuercen vanamente en atenuar su caída con el peregrino argumento de que conservará ese codiciado puesto que tan jugosos estipendios le reporta mensualmente.

No sólo a él, dicho sea de paso, también a todos aquellos que llevan beneficiándose durante años de su amistad, unos acaparando cargos, igualmente bien remunerados, que ahora corren peligro, y otros recibiendo desproporcionadas subvenciones como consecuencia de su arbitrariedad en el reparto del dinero de todos. Hay pruebas escritas a manta de Dios que le incriminan.

La enjundia del caso es que el aparente harakiri de Valance buscaba encubrir el fondo, o sea, los nombramientos que se produjeron poco antes de que se diera a conocer su ejecución pública. Esos puestos clave que permitirán a los de siempre seguir decidiendo quién figurará en las papeletas. Puestos estratégicos que, por supuesto, no ha decidido Valance, sino que han acordado otros desde la distancia.

Lo paradójico del asunto es que el trabajo sucio lo ha hecho el grupo de guerrilleros que lleva semanas amotinado en la sierra clamando por la liquidación de Valance y por un proceso electoral limpio y democrático. Habrá que esperar a ver si su revolución acaba dando o no algún fruto.

Uno opina que Liberty y esos guerrilleros cayeron, sin darse cuenta, en la misma trampa. Enfrentados entre sí, no se percataron de que solo eran simples marionetas en manos de un director de orquesta bastante más listo que ellos. Alguien que, como acostumbra, está siempre, pero, cual fantasma, sin que se le vea.

Liberty es un perdedor, no hay duda, y ha salido del embate maduro para la tumba. Sus pérdidas se acentuarán todavía más en el futuro inmediato. También las de quienes lo han venido apoyando en los últimos años, algunos de los cuales se derramaron en lágrimas con el anuncio de su inminente ejecución pública. A partir de ahora, mejor no hacerse fotos con él por si las moscas. El problema para algunos es cómo borrar a la carrera los flirteos del pasado con Valance.

Y los infelices guerrilleros, quizás también perderán si acaban consolidándose los vergonzantes nombramientos, realizados con premeditación, nocturnidad y alevosía. Nombramientos que son una burla a la democracia interna y a las bases de la organización.

O sea, todos pierden y solo uno gana. La clave está en el Cui prodest del derecho romano, idiotas. Y tengo claro que no seré yo quien delate al hombre que mató a Liberty Valance. Solo diré que, aunque sospecho que nunca leyó El Gatopardo, sabe muy bien que es necesario que algo cambie para que todo siga igual, ay.