El Colegio de la Abogacía de Madrid, está celebrando el 425 aniversario de su creación por Real Orden de Felipe II de 1596 con la denominación de “Congregación de Abogados de la Corte”. Hoy es el más grande de Europa, con 77.000 abogados.

Otro rey, Felipe, el VI, ha asistido a dicha conmemoración y ha pronunciado un discurso con motivo de la jura o promesa de la Constitución por parte de 339 nuevos colegiados que engrosarán sus filas.

Y ¿Qué ha dicho el Rey en su discurso? Creo que vale la pena recordar algunas de sus palabras y que deben servir para tener una idea cabal del papel que despeñan los abogados en esta vibrante sociedad y en estos tiempos que nos han tocado vivir.

En primer lugar, el jefe del Estado se refirió a que los abogados a lo largo de los siglos han sido y siguen siendo principales actores de la sociedad civil, introduciendo una idea novedosa, cual es que los abogados “Colaboráis con la labor del poder legislativo, produciéndose una simbiosis entre las Cortes Generales y el Colegio”. Algo innovador, sin duda, y que no deja de constituir un reto para la Abogacía. Esto es, según esta tesis, los abogados a través de sus colegios también contribuyen a la mejora y aplicación de las leyes aprobadas por el Parlamento.

Puso el Rey de ejemplo los numerosos políticos con formación jurídica y profesional de abogados. Yo, oyéndole, meditaba si estas palabras también constituían un deseo ante la realidad política de nuestro país y una exigencia de mayor rigor jurídico a quienes nos legislan y gobiernan. 

No estaría mal que las Cortes se contagiaran de este deseo real, y la abogacía que experimenta con su actividad diaria el pálpito de la ciudadanía, interviniera más en la elaboración de las leyes que muchas veces adolecen de rigor técnico-jurídico.

Igualmente, los jueces que interpretan la ley en su aplicación y no sólo para el caso concreto, y que, según el Rey, se nutren de la participación de la abogacía en “un acto de servicio a la propia sociedad”, deben de tener en cuenta y mucho, esta aportación de los hombres y mujeres de la toga.

Recordó el Rey, sin duda bien asesorado, al tratadista romano Ulpiano, uno de los padres del Derecho, y que dijo que la justicia consiste en “vivir honestamente, no dañar al otro y dar a cada uno lo suyo”. Normas que igualmente rigen para el ejercicio de la abogacía, que resumió el monarca como acto de “servicio y entrega” para que en nuestro Estado de Derecho nadie quede desprovisto de defensa cuando la precise, tenga o no recursos para afrontarlo.

El mundo cambia, terminó el Rey, y “la práctica jurídica tiene nuevos retos” en una lucha constante contra la inestabilidad, por la seguridad y frente al desamparo. El derecho es experiencia de vida y los profesionales deben comprometerse por la realización de lo justo. Un compromiso que marcará vuestra vida. “El derecho es el instrumento regulador de la vida social”. Por ello, debemos recordar a quienes nos precedieron, pues, y con esto concluyó el Rey, “no hay futuro sin memoria”.

Un magnífico discurso que señala sin ambages la senda de una profesión a veces no bien valorada en su tarea diaria, pero que resulta imprescindible para conseguir la justicia social que la Constitución proclama.

En una película americana, como no podía ser de otra forma, le preguntaban a un abogado por qué lo era y no se hacía juez, como en ese país sucede con frecuencia, y él contestó algo muy claro “si puedo ser jugador para que voy a ser árbitro”. Y, efectivamente, los equipos de abogados compiten y juegan desde hace siglos para que todo esté en orden y, por supuesto, en paz.