Teatro Liceo de Salamanca, tarde-noche del viernes pasado, día en el santoral consagrado a san Andrés Orsini, carmelita italiano del XVI que dedicó su vida a los humildes y la oración,  pues ahí estaba  Morante de la Puebla en estado puro:   desgranando  pasión y expresando razones con la elegancia del señorío humilde, pasando de la mano baja y el mentón hundido de su toreo a una palabra que nace de las entrañas del pueblo, filosofía la suya   de verónicas templadas, enormes, largas y  dormidas, que se expresó barriendo tópicos. Convocado por la Juventud Taurina de Salamanca, entidad que armonizando el pasado con el presente y el presente con el futuro agrupa a más de mil jóvenes, y con Santiago Martín Sánchez El Viti entregándole su aclamadísimo premio, el diestro sevillano de La Puebla del Río dictó el mejor, más intenso y más vibrante discurso a la vez político y por encima de la política de esta campaña electoral, acto al que naturalmente no asistieron (¡no fueran a salir retratados en los medios de comunicación!) quienes tenían  motivos sobrado para haber tomado asiento en las primeras filas, aplaudiendo a manos llenas.  

Parando con magisterio a portagayola el toro avieso de la ignorancia, Morante ponderó y afirmó como suyos  los valores de la cultura popular y la cultura rural, esa que, parafraseando unos versos de Federico García Lorca, algunos solo ven de lejos, no subidos a un pino verde, sino encaramados en los oropeles del poder. Adiós a esas élites, a Morante no le interesan, como tampico (tampico, sí, no tampoco: remito a mi artículo de ayer, “Paso a paso”) les interesa a los  alfredos y juanas, a las antonias y eladios de tierras adentro, con los que yo me identifico plenamente. Afirmaciones de un hombre que se viste por los pies: “”el toreo es algo enraizado con la tierra, y yo, torero, soy del pueblo, fiel a mis raíces, de las que nadie me sacará”. Y conste que  lo han intentado  muchas veces con las sinrazones del poderoso caballero que es don dinero, cantado y escarnecido por el verso alado de Góngora: “Madre, yo al oro me humillo,/ el es mi amante y mi amado,/ pues de puro enamorado/ de continuo anda amarillo”.

 Pues  de amarillo nada. Resulta que Morante, torero de verdad, así en la plaza como en los despachos y en la calle, no vende al oro sus raíces y no renuncia a la cultura popular por el din-don de runrunes tentadores, ese runrún “que da y quita el decoro/ y quebranta cualquier fuero”. El toreo morantista “es un sentimiento” que determina “una forma de ser y sentir, una forma de estar y saber dónde tienes que estar”: en su caso, en ese lugar de la quintaesencia en que las ilusiones de la fantasía se hacen reales en el tiempo,  realidad  efímera pero  eterna en la memoria del corazón, arte de visto y no visto  con resplandores que brillan más cuando se cierran los ojos.  

En las antípodas de esas proclamaciones vacías –“soy reformista”, “soy liberal”- que van de capa caída en las encuestas, Morante se manifestó orgulloso de lo nuestro, español por los cuatro costados y sin complejitos opuesto a esa globalización que pretende reducirnos a la condición de consumidores, sometidos a modas, dictados y formas ajenas de vida. “Tenemos que defendernos contra todos los ataques que vienen del exterior” y nuestra única alternativa es la “de sentir lo nuestro y defenderlo con orgullo y pasión”. Son palabras que definen un modo de ser y estar  que muchos echamos de menos en programas políticos acobardados.  Sí, lo recalco: muchos, no pocos, que ya va siendo hora de que tengamos clara nuestra importancia, porque la minoría son ellos. Andarse por las ramas no suma apoyos, los quita.  

Qué palabras tan cargas de levedad y fuerza, señorío y humildad, idealidad y realismo las de Morante en el Liceo de Salamanca. “Sic itur ad astra”, que escribió Virgilio, así se va a las estrellas y se ganan Voxtos.