“Se ve que tiene prisa”, comentó en voz alta un aficionado, constatando lo evidente, porque Cayetano, tras acabar con el primer novillo del festival recién celebrado en Vitigudino, saludar al presidente y despedirse de los aficionados, saltó con agilidad  la barrera y encaró con presteza el túnel de la Puerta Grande, a cuya entrada lo esperaba un coche con el motor encendido.

Cayetano había estado en Cayetano ante el novillo de Capea, noble pero un tantito corto, como corresponde a esta época inicial de la temporada, primavera felizmente lluviosa (buena falta nos hacía el agua), enrazado y elegante con el capote y algo alcanzado con la muleta, pero dispuesto siempre y, como sus cuatro compañeros (Morante de la Puebla, Pablo Aguado, Alejandro Marcos y el novillero Manuel Diosleguarde), toreando de corazón  por los enfermos de ELA, enfermedad cruel e incurable.

 Nada extraño en él, torero de dinastía que lleva en la sangre el compromiso humano de  los toreros, siempre dispuestos a dar un paso o dos adelante, los que sean necesarios, cuando hace falta. Como en su momento hicieron, pongo por caso, Diego Mazquiarán “Fortuna”, Marcial Lalanda, Nicanor Villalta, Fausto Barajas, Luis Fuentes Bejarano, Fermín Espinosa “Armillita Chico” y Manolo Bienvenida, acartelados el 17 de junio de 1931 en la corrida inaugural de Las Ventas, organizada por Pedro Rico, alcalde socialista de Madrid, en favor y a beneficio de los obreros en paro.  

¿Y a qué respondía tanta prisa? Como era debido, por la megafonía de la plaza se hizo saber, instantes antes del comienzo, que “por motivos justificados” se alteraba el orden de la lidia, pasando él por delante  de Morante, y eso fue todo, no se explicó el motivo y, según supe después, así fue a petición propia. Se marchó, ya digo, sin perder la compostura, porque Cayetano nunca la pierde, pero evidentemente con prisas.

¿Y a qué respondía tanta prisa”, insisto. Pues en corto y por derecho: necesitaba llegar con urgencia al aeropuerto de Barajas, donde le esperaba un avión, un avión cargado de ayuda en la ida y repleto de refugiado en la vuelta, un avión (y varios autobuses) fletado a su costa con dinero heroicamente ganado en los ruedos y pagado en sangre, gesto obrado en silencio y del que Cayetano no quiere hablar, porque lo ha hecho desde, por y para su conciencia.  

Diestro enclasado y hombre de ley, así en Vitigudino por los enfermos de  ELA como en la frontera de Ucrania por las víctimas del horror, Cayetano ha encarado de corazón –esa es su divisa- los toros negros del infortunio. Él no quiere, pero yo creo que tiene que saberse, porque los buenos ejemplos, aquí y ahora, ponen muchas cosas en su sitio.