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El ocio y la vida intelectual

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La sociedad actual ha perdido la noción clásica y filosófica del ocio auténtico y profundo, erradicado por un poderoso totalitarismo mercantil y laboral cada vez más invasivo y usurpador de las conciencias personales. Por eso, puede resultar llamativo hacer un alegato del ocio, en sentido de vida reflexiva y contemplativa, de sabiduría. Parece un tema tabú, anacrónico, algo fútil, una pérdida de tiempo dentro de un contexto social y global dominado por la productividad, la competitividad y la psicología impuesta por la mercantilización y estatalización social, propagada por los mass media y potenciada por las redes sociales, la mayoría de centros de adiestramiento formativo y la casi totalidad de los departamentos de “recursos humanos” de las grandes corporaciones transnacionales.

Lo que el mundo del trabajo moderno proyecta es la acción, el dinamismo continuo, la agitación constante y permanente. También afecta al denominado tiempo “libre”, un horario que se “libera” o descarga de la imposición productiva para cargarlo de las actividades de consumo, sin el cual el capitalismo colapsaría. Lo que impera es la hiperactividad y la autoexplotación del cuerpo, que conforma y planifica una cultura de masas basada en las técnicas de la producción y del consumo como disciplinas supremas y absolutas. El ocio, como vida intelectual, queda anulado por una atmósfera social dominada por el consumismo cibernético y la negación del ocio (neg-ocio), que es el mundo de los negocios. Cada vez hay menos ejercicio introspectivo y lectura pausada y racional. No interesa a un sistema que se mueve apelando sistemáticamente a la compulsividad, a lo instintivo y emotivo.

Contra esta deriva materialista, utilitarista y economicista de la realidad y de la vida social alzó la voz Josef Pieper con su magnífica obra El ocio y la vida intelectual (1962). Pieper observa que el rasgo totalitario del trabajo en el mundo moderno pretende abarcar toda la vida social y convertir al ser humano en trabajador, es decir, en operario, funcionario, productor, consumidor y contribuyente. Esta visión totalitaria pone de manifiesto un desajuste entre la razón y el intelecto. Se ha potenciado una mentalidad basada en conceptos operativos, pero se ha descuidado al intelecto, en tanto que visión receptiva de la realidad. No se ha reflexionado suficientemente a nivel colectivo sobre las implicaciones de este desajuste en el orden antropológico.

El trabajador actual, como nos ilustró Chaplin en Tiempos Modernos, se ha convertido en el paradigma del nihilismo de la acción. El funcionario, el asalariado, el empleado, el operario, es el hombre sometido al proceso y a la tecnificación, aunque en nuestro entorno disfrute de vacaciones y descansos semanales. Estos permisos se justifican dentro del propio sistema por cuanto son útiles para optimizar la producción y la reanudación de las jornadas laborales. El trabajador moderno, incluso estando desocupado (en búsqueda activa de trabajo), experimenta una extrema tensión de sus fuerzas activas, tiene una disposición única para sufrir y se caracteriza sobre todo por la acedia, por el vaciamiento de su acción. El mundo totalitario del trabajo no le deja reflexionar y eso inunda la vida social de una profunda tristeza de la que no se puede desprender, debido precisamente al activismo productivo en el que se ve sometido. Aunque el proceso productivo le presione no termina de encontrar su destino personal en lo que produce. Esa es la tragedia del trabajador moderno, su sinsentido.

Los clásicos sabían que el alma humana necesita del ocio. El ocio no significa no hacer nada sino hacerlo bien. No es sólo desconectar del sistema, sino pararse a reflexionar, a percibir la realidad, contemplar la naturaleza, escuchar el silencio. En el ocio auténtico, el mundo se celebra a sí mismo, porque en sí mismo es festividad, jubileo. El ocio es lo más elevado de la vida activa del ser humano, porque dota de unidad de sentido a toda la realidad. Por el ocio la mente humana descubre que el mundo no es un dato ni un material, sino un don, una celebración. En consecuencia, para que el mundo vaya bien y el ser humano pueda estar bien en él con sus semejantes, lo primero que tiene que hacer es reconocerlo, meditarlo, estudiarlo, estar bien consigo mismo.