Playa de Formentor.

Playa de Formentor. iStock

El final de mi verano

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En 1944, desde su exilio, León Felipe confesaba, como sólo los genios son capaces de hacerlo: "Yo no soy el filósofo. El filósofo dice: Pienso… luego existo. Yo digo: Lloro, grito, aúllo, blasfemo… luego existo. Creo que la Filosofía arranca del primer juicio. La poesía, del primer lamento…".  ¡Qué grandeza!

Desde el exilio de todas mis certezas hoy podría parafrasear al poeta. Yo no soy el científico. El científico dice que el final del verano depende de la órbita de la tierra alrededor del sol, en nuestro hemisferio en un momento entre el 22 y el 23 de septiembre. Yo soy padre. Es decir, desvelo, duda, sinrazón, orgullo, temor, rendición, pasión, incomprensión, contención, entrega incondicional, felicidad, anhelo y esperanza. Mi final del verano no coincide con el equinoccio de septiembre, ni con lo que dice ChatGPT. Sigo siendo orteguianamente "yo y mis circunstancias".

Mi verano acaba con las maletas de camino a la universidad, con la primera noche de la habitación vacía en la casa, con Jimena soñando, madrugando, tomando apuntes, divirtiéndose y creciendo en otro lugar y con otras personas.

Mi verano termina con Mencía contando los últimos días de vacaciones, forrando sus libros (¡quién vio armamento tan potente y a veces tan pesado maniatado por unos trozos de cinta adhesiva y unos plásticos plegados!). De sus batallas sólo conoceremos algunos lances, algunas alegrías y algunos sinsabores. Pero la victoria será suya.

Nuevamente todo les parecerá distinto, pero nada es distinto. No ha lugar para el drama. Antes volamos y confrontamos otros. Con otras dudas y otras cavilaciones, con otras mariposas en el estómago, con otros insomnios y con otros despertares. Pero entonces el dolor de la ausencia y de la distancia no era el nuestro.

Mi verano termina con las mañanas resignadas de Troylo mirando hacia la puerta de la calle esperando el regreso que se nos hará largo, quién sabe si rememorando el ajetreo adolescente de días atrás en las plantas de arriba. Quizás también su verano acabe añorando la voz que le desborde con un "vamos al río", donde no le importa zambullirse buscando un palo imaginario, para complacer a sus acompañantes, a pesar del agua helada y de los patos a los que nunca alcanza.

Mi verano termina repasando algunas fotos de los días en la Tramuntana, caminando sin prisa por las callejas empedradas, bajando a la Cala entre limoneros y olivos, picando algo de vuelta en Sa Fonda, subiendo hacia Formentor entre curvas, cielo y acantilados, escuchando temprano a la banda que se aproxima hasta la fuente para tocar Sor Tomasseta, viajando con unos acordes de guitarra sobre la noche en La Residencia o saboreando el silencio de los crepúsculos sosegados con el perfil de La Cartuja sobre los tejados.

El final del verano no es un número en un calendario. Hay muchos finales del verano. Tantos como poetas, solitarios o nostálgicos.