Cuando pensamos en cómo cambiarán las viviendas, lo primero que surge en la visión común es la tecnología: sensores que regulan consumos, sistemas demóticos, materiales inteligentes o procesos constructivos industrializados. Todo ello aporta eficiencia, sostenibilidad y confort. Pero la pregunta sigue siendo incómoda: ¿y si la vivienda se concibe solo como una solución tecnológica?
En el fondo, la cuestión central no es la técnica, sino qué convierte una casa en un hogar. Una vivienda puede ser autónoma y segura, y aun así no ofrecer memoria, vínculos ni sentido de pertenencia.
El arquitecto como mediador
El arquitecto es mucho más que un profesional que proyecta: es un mediador entre deseos y espacios, entre lo social y lo íntimo, entre la vida y la técnica. Su labor no se limita a diseñar, también interpreta, acompaña y materializa. Como recuerda el arquitecto Eduardo Souto de Moura, esta mediación no se logra con fórmulas cerradas, sino a través del diálogo.
“La arquitectura no puede ser una media tinta. No puedes hacer una cosa que no le gusta a tu cliente o que no te gusta a ti. Todo eso sale mal. Por eso es fundamental hablar. Y hablar es conocerse.”
Cada decisión importa: la orientación de una ventana, la ubicación de un patio, la dimensión y proporción de los espacios son decisiones que determinan cómo circula la luz, cómo se producen los encuentros o cómo se vive lo íntimo y lo compartido.
La téchne y el origen del arquitecto
En la tradición griega, téchne no era solo técnica, sino un saber hacer que unía razón y sensibilidad. Era la capacidad de dar forma a lo útil sin renunciar a lo estético, de responder a una necesidad práctica sin olvidar su dimensión humana.
La propia palabra arquitecto nace de ἀρχι- (archi, “principal”) y τέκτων (téktōn, “constructor”). El architéktōn era el maestro constructor, el que coordinaba oficios y conocimientos para dar coherencia a la obra. Los romanos lo llamaron architectus, y Vitruvio lo describió como quien une la fábrica (la construcción) y la ratiocinatio (la reflexión).
Este origen recuerda que la figura del arquitecto se fundamenta en la téchne: no puede reducirse al mero ámbito técnico, sino que articula saberes diversos, interpreta necesidades y otorga forma a la materia para convertirla en espacio habitable. La técnica queda subordinada al habitar, y no al contrario. Comprender esta herencia cultural permite reconocer cómo, todavía hoy, el encargo de una vivienda exige algo más que tecnología: requiere interpretar modos de vida concretos.
Lo que piden los clientes… al arquitecto, no al algoritmo
Quienes encargan una vivienda saben, muchas veces de manera intuitiva, lo que necesitan. No buscan un catálogo de dispositivos, sino una respuesta que traduzca su manera de vivir en espacios concretos. Reclaman luz natural, flexibilidad y entornos adaptables a los distintos momentos de la vida.
Hoy la convivencia se organiza de maneras muy diversas: hogares con hijos, unidades monoparentales, núcleos reconstituidos, personas mayores con cuidadores o grupos de amigos que comparten vivienda. Cada modelo plantea retos distintos:
¿Cómo garantizar la intimidad sin perder la conexión con los demás? ¿Cómo generar espacios de encuentro sin anular la privacidad?
Entre esas formas de convivencia ha cobrado fuerza el cohousing, que plantea un equilibrio entre lo privado y lo compartido. Con infraestructuras comunes —cocinas, lavanderías, terrazas o salas de uso colectivo—, su valor no está solo en optimizar recursos, sino en cómo la arquitectura refuerza vínculos y genera identidad comunitaria. En este modelo, lo privado se complementa con lo compartido, creando redes de apoyo que reducen el aislamiento y ofrecen dinámicas de convivencia más abiertas. El reto del arquitecto consiste en diseñar estos ámbitos colectivos de manera que promuevan el encuentro sin invadir la intimidad.
Un posible futuro…
El verdadero avance no consiste en sumar gadgets, sino en crear espacios que alberguen experiencias significativas. La vivienda no es solo un producto eficiente: es el hogar que acompaña los cambios de una existencia, guarda la memoria y se abre al futuro.
La tecnología puede acompañar y aportar soluciones, pero requiere de un mediador que la vincule con lo cotidiano. Ese papel lo desempeña el arquitecto, integrando herramientas, técnicas y saberes, pero siempre a partir de las personas. En la medida en que la vivienda se piense desde ellas y con ellas, la arquitectura seguirá teniendo un papel esencial en la sociedad.
*Carla Stamm, secretaria de la Junta de Gobierno del COAA