La primera victoria de Bernard Hinault en una gran vuelta fue en España, en la edición de 1978. Hinault, ese mismo verano, se llevaría el primero de sus cinco Tour de Francia. Llegó aquí y arrasó, cinco etapas, incluyendo una exhibición camino de Amurrio en la que ganó después de una escapada salvaje e innecesaria.

Así era Hinault. Bretón y francés, pero antes francés que bretón. La última etapa de aquella vuelta era la clásica crono con llegada a San Sebastián. 14 de mayo de 1978, por la mañana -en aquella época todavía se permitían los dobles sectores-, ganó el mítico Txomin Perurena y, por la tarde, ocho kilómetros, hasta el velódromo de Anoeta.

Tuvieron que suspenderla: amenazas, insultos, troncos de madera en la carretera. Sí, así se preparaban los años de plomo. Con la clásica elegancia tóxica, la valentía nauseabunda de los que se consideraban, en su delirio, dueños de tierra y vidas. El Correo Español del Pueblo Vasco abandonó la organización de la prueba, cansados de los problemas, las deudas, las amenazas.

La mejor afición del mundo, la de las banderolas pidiendo el acercamiento de los presos -presos de sangre y fuego, de pólvora y cobardía-, la que celebró que echaran a Luis Ocaña del Fagor por españolazo, la que se cabreó cuando Indurain se cansó de que lo llamaran Mikel sus primeros años, la que alcanzó el éxtasis cuando tuvieron su propio equipo, nacional, regional, telefónico…

Sí, esto pasó en mayo. Yo nací en agosto. Me volvía loco el ciclismo. Me vuelve loco. He visto suficientes pintadas de Gora Eta cuando la Vuelta pasaba cerca de la frontera, de su frontera, la que colocaban unos y la que tenían que soportar otros -los que aguantaban, asustados, cansados-, o en las etapas del Tour de Francia.

Ay, qué orgullosos estamos. Bicicletas Eibarresas y Vueltas al País Vasco. Eso es afición. Y en 2011, Patxi López, Patxi… vuelta al redil. Para qué tanto, dirán. Qué éxtasis también en Arrate. Por lo menos pagaban las llegadas y pagaban por salir con las proclamas de siempre.

Pero si ETA ya no existe, Octavio. Y claro, no podíamos dejar pasar el momento: la llegada a Bilbao ha traído, una vez más, el recuerdo clásico, el de los que no protestan en San Mamés, porque no hay que molestar al señorío democristiano, el éxtasis de la bondad y los buenos alimentos.

Vascos de base enarbolando banderas de Palestina, banderas que reciben de sus hermanos navarros, completamente somatizados en la gran Euskadi, eterna, de buena carne, tortilla de bacalao y canciones de Kortatu. Menos mal que nos queda «Vaya semanita». Y ni un detenido. Porque cometer un delito, saltarse la ley, moral, es adecuado, si la razón es justa.

Por eso duró la condena por el 7 de octubre lo que duró. Menos que una canción de Leonard Cohen. Es que son muy largas, Octavio. Justicia del libro, de los libros, de Dios, de los dioses. Todo, al final, es cuestión de violencia y de rezos. Y las mujeres por un lado y los hombres por otro. Y en Burkina Faso colgando homosexuales de grúas. ¿A qué viene esto, Octavio? Siempre hay conexiones, que te una los puntos el ChapGPT.

El final del verano, pastoso y arcano, ha traído a una señorita, Marina Rivers, explicándonos qué es ser clase obrera. Habla de medios de producción, bailes en la red y especulación inmobiliaria. Clase obrera los futbolistas y clase obrera los que yo diga, que tengo un informe que lo corrobora. Ciclistas en un equipo. Algo habrán hecho. Golpes y delirio.

Señalemos a los que trabajan para ellos, para los malos. Porque nadie es inocente. Ni yo ni Javier Romo, que ha recibido lo suyo, porque esta enfermedad se transmite, porque hay mal tiempo, pero ponemos buena cara y nos avergüenza verbalizar el espectáculo de la flotilla de vodka, combustible e Ibiza-Mahón (Eivissa-Maó, con perdón).

Yo no entiendo nada. Bueno, sí, lo entiendo todo, pero me callo, que yo también vivo con miedo.