María Soledad, en uno de los rincones su casa de Sant Vicent del Raspeig dedicado a la Guardia Civil.

María Soledad, en uno de los rincones su casa de Sant Vicent del Raspeig dedicado a la Guardia Civil.

Alicante ciudad

María Soledad y las matronas, así entraron las mujeres a la Guardia Civil antes de que fuera oficial

Esta pionera recuerda en Alicante la llegada al cuerpo cuando aún no podían ser agentes de pleno derecho: "No sabían cómo tratarlas".

11 marzo, 2024 06:10
Alicante

Todos los agentes de la Guardia Civil de Alicante conocen a María Soledad. Está a punto de cumplir 87 años y su historia es la de la entrada de la mujer en el cuerpo, antes de que fuera de pleno derecho a finales de los ochenta, como también lo es de la llegada de la droga a España en los sesenta. Una vida en la que "llevo a la Guardia Civil por bandera porque no existe nada más grande en el mundo".

Su devoción por ella es el reflejo de su vida. Una biografía muy intensa como ya apunta su propio nacimiento: antes de llegar al mundo ya era huérfana. "A mi padre lo mataron en la guerra, que lo enterraron vivo en Alegría, Álava".

Y aquello fue lo que la convirtió en una polilla. Con ese apodo se conocen "a todos los que hemos pasado por los colegios de la Guardia Civil". Eso fue a los nueve años, cuando la llevaron desde Ceuta hasta Madrid, al colegio Marqués de Vallejo, El Juncarejo.

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Con una sonrisa, reconoce que era "muy petardo" de pequeñita y que "lo sigo siendo". Así que "sor Amelia fue mi protectora porque las montaba gordas". "Entré en octubre del 47 y no conocía a nadie", recuerda. Las alumnas "se dividían entre pequeñas, medianas y mayores. Las medianas nos cuidaban cosiendo los calcetines, que fuéramos aseadas y lo elemental para el cuidado. Y ahí estuve hasta los 20".

Al salir tenía ya título de taquigrafía y mecanografía, una base con la que lanzarse al mercado laboral de finales de los cincuenta. Pero a su vuelta a Ceuta en el 57 "me choca después de tantos años", así que con su madre se fueron a Tánger, donde haría amistad con su futuro marido, José Ramón.

Tras unos años trabajando en una compañía de seguros, labor que recuperaría décadas más tarde, surge la posibilidad de incorporarse a la Guardia Civil. A mediados de los sesenta, ya hace un par de décadas que el cuerpo trata con las matronas, el nombre que se da a las agentes en destinos como control de aduanas, donde se ocupan de atender los cacheos a otras mujeres.

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"Mi primer destino fue La Junquera", apunta. Allí llegó después de un largo viaje en coche con José Ramón, el que aún era solo su amigo. "Tardamos dos días y me fui a vivir a un hotel porque pabellones no había", recuerda. Su labor entonces era luchar en el puesto fronterizo contra el contrabando de aquel entonces: desde pelucas a tabaco o queso.

"La única diferencia entre la matrona y el guardia civil era el arma, no había otra", recalca, "y se cobraba lo mismo que el guardia, tenías que dar la novedad igual, tenías que cuadrarte igual, era todo igual. La diferencia era el arma".

De La Junquera pasaría luego a otros destinos, como Algeciras, Melilla o La Línea de la Concepción, donde seguía en aduanas. Uno de los habituales a los que se enfrentaba era el de las contrabandistas que fingían estar en cinta.

Así recuerda el caso de "una chica rubia guapísima y me decía 'embarazada' y con esparadrapo toda puesta así y le dije 'desprecinta tú porque te puedo hacer daño'". Tras sacar lo que lleva en la falsa barriga descubre que su carga era grifa. A mediados de los sesenta, explica, el tráfico de estupefaciente aún era muy incipiente. "Lo que hay ahora y lo que he vivido es totalmente distinto. Cualquier niño ya se está fumando un porro, en aquella época no era tan fácil, te cortabas más".

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