El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el cara a cara con el líder de la oposición, el 22 de noviembre en el Senado.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el cara a cara con el líder de la oposición, el 22 de noviembre en el Senado. Europa Press

LA TRIBUNA

El traje berenjena de Sánchez y el cuello vuelto de Feijóo

No habrá una oposición real al sanchismo y al podemismo mientras la derecha no se despoje del marco conceptual que le impone su subordinación a la agenda progresista.

29 noviembre, 2022 02:30

El aluvión de encarnizadas controversias que han salpicado al Gobierno en las últimas semanas alentó en los foros mediáticos la certeza de que a Pedro Sánchez iba a abrírsele una crisis de Gobierno que (esta vez sí) habría de saldarse con dimisiones y un descrédito irreparable.

Circularon por las redes de los opositores al sanchismo los zascas de Carlos Alsina, los "repasitos" de Vicente Vallés y otros extractos comprometedores de la hemeroteca que apuntalaron la convicción de que los escándalos asociados a la Ley Trans, la derogación de la sedición, la tragedia en la valla de Melilla, la ley del 'sí es sí' o el globo sonda pinchado de la rebaja de la malversación iban a pasarle factura electoral al Ejecutivo.

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante su intervención en la convención sectorial del pasado 24 de octubre.

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante su intervención en la convención sectorial del pasado 24 de octubre. Efe

Pero esta ingenua esperanza iba pronto a deshacerse. Basta con ver la sucesión de acontecimientos en el affaire de la Ley Montero. Si la ministra empezaba la semana en el cadalso, por la cólera de la opinión pública ante una ley que está permitiendo revisiones penitenciarias a la baja para delincuentes sexuales, la terminaba convertida en víctima de una agresión que refrenda, precisamente, la pertinencia de su cruzada normativa contra la violencia patriarcal ambiental.

Sólo cabe quitarse el sombrero ante la audaz falta de recato de este Gobierno de coalición, capaz de manejar a conveniencia la emotividad popular para reconfigurar los términos de la conversación pública a su favor. Todas las cabeceras se apresuraron a fijar posición sobre la inaceptable bajeza moral de la arrabalera diatriba proferida desde la tribuna por la diputada de Vox. Y ningún grupo del arco parlamentario (salvo Vox, claro) perdió la oportunidad para el exhibicionismo moral que ofrecía ponerse del lado de una mujer acosada por la recalcitrante misoginia de la ultraderecha.

No se trata de aplaudir la zafiedad de Carla Toscano. Ni tampoco de ladear su evidente torpeza, puesto que al calibrar mal la visceralidad de la reacción que se granjearía no anticipó que sus palabras vendrían en auxilio de un Gobierno acorralado. Al fin y al cabo, el repudio a las conductas tintadas por el machismo es probablemente el presupuesto político más transversal y asentado en la política contemporánea. Quienes quieren dar la batalla cultural deberían ser más realistas con las fuerzas con que cuentan.

Mucho menos se trata de justificar la hosquedad que cada vez más contamina al debate parlamentario invocando la inagotable lógica del y tú más. Sí conviene, en cambio, resaltar que otros muchos episodios de genuina violencia política se han lanzado desde la otra trinchera sin haber levantado tal oleada de vehemente condena. Sencillamente, no han sido percibidos como tales por la mentalidad dominante.

"No podrá haber una auténtica oposición en España mientras no se entienda que es el ideario progresista el que regula la balanza de las antipatías políticas"

Esto resulta muy elocuente, en la medida en que transparenta la economía pasional por la que se rige la batalla política en España. Sólo así, y no recurriendo a la fascinación mística con el manual de resiliencia de Sánchez y sus turiferarios, puede entenderse que Montero haya podido parapetarse entre flores, lágrimas y aplausos de afectada sororidad.

No es que Moncloa sea especialmente habilidosa en el manejo y la fijación de la agenda política, pudiendo así desviar el foco de sus desatinos y sus bellaquerías. Lo que sucede es que los focos y el equipo de fotografía al completo tienen su sede en Ferraz.

Ya hemos sostenido en ocasiones anteriores que son el PSOE, su maquinaria mediática y sus núcleos irradiadores de prescripción cultural los auténticos demiurgos del clima de opinión en España. No hace tanto que pudimos apreciar cómo la oposición política y mediática se zambulló inconsciente en los carriles de discusión que le marcaba su adversario, cuando una bagatela de colegiales cafres fue elevada a problema de Estado con la inestimable colaboración del centroderecha. Y, como ahora, por la tramposa cuestión de género.

No podrá haber una auténtica oposición en España mientras no se entienda que es el ideario progresista el que regula la balanza de las antipatías políticas. Es el adversario el que fija el baremo de lo intolerable de un improperio. La derecha española debe asimilar que la instancia donde se define qué es violencia está fuera de ella.

Una alternativa al sanchismo y al podemismo tendrá escaso recorrido si no intenta disputarle a estos el monopolio de la definición del escándalo. Porque es la izquierda la que delimita el abanico del pluralismo aceptable. El PSOE y sus criaturas son un think tank en el sentido estricto de su traducción al español: un tanque de pensamiento que lo asola todo.

En su desorientación crónica, la derecha española está movilizando la estúpida coletilla de "dato mata a relato", tal vez pensando que la exposición de las antinomias del sanchismo basta para demoler su edificio argumental. Pero el dato no mata al relato, pues no hay dato sin relato. El dato no es un hecho que pueda recibirse sin mediación, sino que se presenta ya dentro de una trama discursiva que orienta y condiciona su recepción.

"¿De qué sirve bucear en el historial de mentiras de Sánchez, si llevan años moldeando la receptividad de los españoles para volver a la opinión pública igual de inescrupulosa que ellos?"

¿De qué sirve bucear en el historial de mentiras de Sánchez, si su partido y su Gobierno llevan años moldeando la receptividad de los españoles para volver a la opinión pública igual de inescrupulosa que ellos? Como destacó Rafa Latorre por cuenta de la retractación en la rebaja de la sedición, "lo sublime es haber generado un estado mental que percibe como natural que todo, absolutamente todo, empezando por la legalidad y siguiendo por las víctimas, esté supeditado a la gobernabilidad".

Con una pertinaz aclimatación, este Gobierno ya ha conseguido homologar a los nacionalismos a ojos de amplios sectores de la población española, y de sembrar en ellos la idea de que ERC resultan menos corrosivo para la convivencia que Vox.

Y lo ha hecho, en gran medida, mediante el retrato de la derecha como una oposición filibustera y obstruccionista. La insumisión antidemocrática del bloque de la foto de Colón, claro, justificaría el programa sanchista de mayorías que anulen las posibilidades de alternancia política.

[Sánchez aplacará las críticas por la sedición con un calendario de medidas sociales]

Mientras, el PP de Alberto Núñez Feijóo se obstina en la escenografía del diálogo con un socialismo que ha volado a conciencia todos los puentes con la oposición, pues se desenvuelve grácil en el lodazal de la polarización y el bibloquismo. La querencia de los populares a la interpretación del papel de moderado se explica por el anhelo de recibir la venia de una izquierda que es quien expide los certificados de centrista. El PP, en suma, se sigue moviendo en el marco del bipartidismo, mientras que el PSOE tiene mentalidad y aspiraciones de partido único.

¿Hay mayor prueba de cómo las cartas están marcadas antes de que empiece la partida que el último debate entre Sánchez y Feijóo en el Senado? Poco importó que el presidente del PP hiciera una profusa relación de los desmanes que cercan al Ejecutivo. Lo que más trascendió en las glosas de los periódicos y las redes fue el lapsus de Feijóo sobre los inexistentes senadores de Podemos.

En esa misma sesión, Sánchez lució un aparatoso traje de color berenjena. Sólo Pedro Sánchez puede permitirse vestir un traje berenjena y salir airoso. En cambio, recordemos el chaparrón de mofas que le cayó a Feijóo después de que se dejara fotografiar enfundado en un jersey de cuello vuelto, acaso buscando proyectar un aire más informal, menos funcionarial y plomizo.

No se ha vuelto a ver a Feijóo llevándolo puesto, por cierto. Únicamente a Sánchez se le tolera arriesgar en las apuestas estéticas. Y la estética es también política.

*** Víctor Núñez es periodista.

María Jesús Montero e Irene Montero, el Palacio de Justicia de Cantabria y Lluís Salvadó.

Sobre la Ley Trans, las rebajas de penas y el puerto de Barcelona

Anterior
Una de las imágenes de la polémica campaña de Balenciaga.

Los osos sadomaso de Balenciaga

Siguiente