Ensayos para el Desfile de la Victoria en Moscú.

Ensayos para el Desfile de la Victoria en Moscú. Reuters

LA TRIBUNA

El Kremlin desfila por Madrid

El Regimiento Inmortal, que desfila hoy por Madrid, está impulsado y monitorizado desde la embajada rusa, aunque utilice como parapeto supuestas ONGs, activistas o influencers de redes sociales.

8 mayo, 2022 08:05

El denominado Regimiento Inmortal desfila hoy por Madrid. La céntrica calle de Atocha se llenará de banderas rojas, fotos de veteranos y lemas conmemorativos de la victoria soviética sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, bajo esta aparente conmemoración del sacrificio del pueblo soviético se enmascara el intento de legitimar las pulsiones neoimperiales del Kremlin y su agresión contra Ucrania.

Ensayos para el Desfile de la Victoria en Moscú.

Ensayos para el Desfile de la Victoria en Moscú. Reuters

Pese a lo que pueda parecer, el Regimiento Inmortal es de creación reciente. Apenas tiene diez años. Y aunque surgió como una iniciativa de la sociedad civil rusa, fue rápidamente capturado por el Kremlin y su maquinaria de propaganda.

Así, desde 2015, la marcha en Moscú está siempre encabezada por el presidente Vladímir Putin y las que se celebran en diferentes capitales europeas están impulsadas y monitorizadas desde las embajadas rusas, aunque utilicen como parapeto supuestas ONGs, activistas o influencers de redes sociales. La marcha, al igual que el propio Desfile de la Victoria del 9 de mayo, se ha convertido así en un instrumento más en manos del Kremlin y de sus servicios de inteligencia. 

El primer Desfile de la Victoria se celebró en Moscú el 24 de junio de 1945 y estuvo presidido por Iósif Stalin. Pero no volvió a celebrarse hasta veinte años después. Stalin recelaba de la popularidad de líderes militares como el mariscal Gheorghi Zhúkov y, probablemente, quería evitar cualquier escrutinio sobre su confianza en su pacto con Adolf Hitler que llevó a que la URSS fuera tomada completamente por sorpresa en junio de 1941, pese a las advertencias de militares y espías purgados por el propio dictador soviético.

Así, el Desfile no volvió a celebrarse hasta 1965 (cuando el zar rojo llevaba más de una década enterrado en la necrópolis de la muralla del Kremlin) y Leonid Brézhnev decidió recuperarlo como bálsamo y alternativa ante la incapacidad de la URSS para ofrecer ya ningún futuro ilusionante a su ciudadanía.

"El famoso lazo negro y naranja de San Jorge ya no es un símbolo, políticamente neutro, de recuerdo a los caídos, sino de adhesión al Kremlin"

El Desfile acabó languideciendo como la propia Unión Soviética. Era, eso sí, una fiesta con un componente entrañable (que se mantiene en algunas repúblicas exsoviéticas) para los veteranos que recibían en los parques el respeto y agradecimiento de los escolares.

En 1995, y con la nueva Rusia sufriendo una rápida y profunda crisis de legitimidad, Borís Yeltsin decidió recuperarlo con motivo del cincuenta aniversario de la victoria sobre los nazis. Sin embargo, es Vladímir Putin en 2008 quien lo institucionaliza como un desfile militar anual.

Desde entonces, adquiere cada vez mayores connotaciones geopolíticas, de claro espíritu revanchista y de adhesión política al Kremlin. Así, el famoso lazo negro y naranja de San Jorge ya no es un símbolo, políticamente neutro, de recuerdo a los caídos, sino de adhesión al Kremlin. Por eso, por ejemplo, el expresidente kazajo, Nursultán Nazarbáyev, rechazó ponérselo hace unos años en Moscú y en Kazajistán decidieron crear otro azul y amarillo.

Además, acompasado con la creciente simbiosis del régimen de Putin con la Iglesia Ortodoxa Rusa del patriarca Cirilo, la celebración ha ido adquiriendo un tono inquietantemente mesiánico. Tanto como los mensajes que emanan del Kremlin cada 9 de mayo. La Rusia de Putin apuesta por seguir hacia delante, pero mirando siempre hacia atrás. La grandeza imperial (sea zarista o soviética) es el espejo en el que se mira Rusia. "Podemos hacerlo otra vez" ha sido un eslogan recurrente estos últimos años.

Ensayos para el Desfile de la Victoria en Moscú.

Ensayos para el Desfile de la Victoria en Moscú. Reuters

Así, esta conmemoración de la victoria en la Segunda Guerra Mundial o Gran Guerra Patria tiene ya poco o nada que ver con el recuerdo del sacrificio de su población y mucho de advertencia a sus vecinos y el conjunto de Europa, y de exigencia de unos supuestos derechos adquiridos sobre todo el territorio continental al este de Berlín. De ahí el carácter excluyente de la narrativa del Kremlin.

A ucranianos, bielorrusos o polacos, también víctimas de los nazis (y de los soviéticos), no se les confiere ninguna voz ni legitimidad, si no es para afirmar un vasallaje inquebrantable a Moscú.

Además, en la narrativa rusa (a diferencia de Europa Occidental) el elemento central del nazismo es su ataque a la URSS, no su antisemitismo y la cuestión del Holocausto. De ahí, por ejemplo, el comentario del ministro Serguéi Lavrov acusando al Estado de Israel de ser "filonazi" y sugiriendo que Hitler tenía "sangre hebrea".

Cualquiera que cuestione al Kremlin y su agresiva política exterior (como están comprobando suecos y finlandeses estos días) es susceptible de ser tildado de nazi por Moscú. Y esto no difiere de la narrativa del Kremlin sobre Ucrania: según su lógica, los ucranianos son nazis no porque sean o dejen de ser "nacionalsocialistas", sino porque rechazan su vasallaje a Moscú.

Ante lo que para el resto del mundo (y en particular para el Gobierno de Israel) resultó un exabrupto antisemita inaceptable, el presidente Putin se ha disculpado. Pero, probablemente, por puro tacticismo geopolítico. Los prejuicios contra los judíos están profundamente arraigados en Rusia.

Sirva como muestra el comentario del propio Putin durante un acto público en Crimea en marzo de 2019. En aquella ocasión, algunos líderes de la comunidad judía local manifestaron que estaban pasando dificultades financieras ante lo que el dirigente ruso, en tono jocoso y sonriente, exclamó "vaya, judíos con problemas financieros. Eso sólo puede pasar en Crimea", provocando la carcajada de parte del público asistente.

Por todo ello, los desfiles del regimiento inmortal son una cuestión problemática. También lo es limitar el derecho de manifestación pública. Y más, si tenemos en cuenta que en nuestro país se permiten homenajes a la División Azul o los recibimientos festivos a terroristas de ETA con graves delitos de sangre. Pero eso no debe impedir el debate público ni ofuscar las implicaciones de una manifestación que simple y llanamente busca blanquear los crímenes de Rusia en Ucrania y legitimar la agenda neoimperial del Kremlin. 

*** Nicolás de Pedro es experto en geopolítica y jefe de Investigación y Senior Fellow del Institute for Statecraft. La gran partida es un blog de política internacional sobre competición estratégica entre grandes potencias vista desde España.

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