Isabel Díaz Ayuso en el Salón de Arte Moderno de Madrid.

Isabel Díaz Ayuso en el Salón de Arte Moderno de Madrid.

LA TRIBUNA

¿Es inmoral cobrar comisiones de la Administración presidida por tu hermana?

La búsqueda de la ejemplaridad es muy loable. Pero no hay que olvidar que nuestras miradas morales están condicionadas por la ética, por los prejuicios y por nuestra indulgencia para según qué inmoralidades y exigencia para según qué otras. El caso de Ayuso no es una excepción a la regla. 

25 febrero, 2022 03:43

Cada vez que sale a pasear la ética en la vida pública española se degrada el nivel moral de nuestra sociedad (en vez de elevarlo). La ética desprovista de justicia es el arma más poderosa con la que corromper el debate social. Para emitir juicios éticos se precisa, al menos, de una pequeña guía procedimental. Estos son los tres pasos imprescindibles para ahormar nuestras opiniones buscando ser justos con ellas.

Isabel Díaz Ayuso en la Real Casa de Correos.

Isabel Díaz Ayuso en la Real Casa de Correos.

1. El punto de partida del juicio no puede ser su conclusión

¿Sería moralmente justo exigir que ningún familiar, amigo o conocido de un político preste jamás servicios o reciba subvenciones de la Administración incluso cuando los servicios jurídicos, los tribunales de cuentas y otros organismos de contratación establecieran que pudieran hacerlo?

Si la respuesta es que ningún familiar o amigo puede tener jamás relación comercial con la Administración con la que tienen vínculo, lo es siempre y en todos los casos.

Si la respuesta es que no, y que se puede contratar si es legal, lo es también en todos los casos que no haya condena legal. 

Y si la respuesta es que depende (que es la respuesta adecuada desde la ética) entonces es sobre ese "depende" sobre lo que tendremos que reflexionar.

El juicio moral no puede partir de una afirmación que es la que debe ser demostrada. Este “puede” es lo que debe ser dilucidado. Partir de facto de la inmoralidad de lo sucedido significa dar por válido que siempre es inmoral (que hay quien puede pensarlo, aunque podríamos demostrar muchos casos en los que no lo es, o simplemente ver otros muchos casos que no han levantado indignación alguna).

"¿Debería haber renunciado a trabajar quien se dedicaba a ello, quien tenía capacidad de suministrar material a una empresa para venderlo a una comunidad que lo necesitaba?"

La postura de condena ética adoptada por Pablo Casado en la COPE (que es la misma que la de la izquierda española: “Más allá de que sea ilegal, la cuestión es si es entendible que el 1 de abril de 2020, cuando morían en España 700 personas, se pueda contratar con tu hermana y recibir 300.000 euros por vender mascarillas”) parte ya de un juicio. Que no es ética esa contratación (pues presupone una cantidad y una razón del cobro inmoral: la cuantía luego fue rebajada a 58.000).

Cabría preguntarse al respecto otras cuestiones. ¿Debería haber renunciado a trabajar quien se dedicaba a ello, quien tenía capacidad de suministrar material a una empresa para venderlo a una comunidad que lo necesitaba? ¿Debería no cobrar una persona por un trabajo realizado?

Dado que parece que en ocasiones sí está moralmente permitido, por ejemplo, en el caso del hermano de Ximo Puig, que ha sido incluso imputado por cobrar subvenciones y al que no ha pedido la dimisión su líder ni la sociedad en general, sólo queda entonces analizar si estaba justificada esa venta de mascarillas y el cobro por ello. Para ello necesitamos el segundo punto. 

2. Todo juicio moral es sobre un hecho concreto

Los juicios morales no son abstractos. Son siempre sobre hechos concretos. Esto no quiere decir que la moral sea relativa, sino que se precisa un esfuerzo interpretativo ante cada situación.

Para el análisis crítico de una situación (el término filosófico para describir esa interpretación es hermenéutica) no nos sirven los eslóganes o frases hechas del tipo: “Yo sólo puedo decir que dar dinero público a un hermano está mal o que 50.000 euros es la pensión de mi abuela por 30 años”.

Un paseo por Twitter puede ser bastante ilustrativo del topicazo argumentativo.

"La abstracción es una estrategia comunicativa muy habitual. Poner el foco en el caso y olvidar el contexto. Estas argumentaciones tienen una consecuencia secundaria: impiden profundizar en la reflexión"

Necesitamos meternos en los casos en la medida que podemos. Y en este punto nos encontramos que tenemos una información parcial (mediatizada) ante la que poco podemos hacer y una focalización intencionada que sí podemos evitar.

La abstracción es una estrategia comunicativa muy habitual. Poner el foco en el caso y olvidar el contexto. Estas argumentaciones tienen una consecuencia secundaria: impiden profundizar en la reflexión. Cuando intentas comprender el hecho usando, por ejemplo, el método comparado eres acusado de utilizar la estrategia del “tú más”.

Pero no va de eso. Es querer comprender cómo funcionaba la Administración para comprender un ejemplo concreto. ¿Qué estaba sucediendo en ese momento? ¿Quiénes fueron todos los contratistas que trajeron materiales en aquellas fechas? ¿A qué precio se pagaron? ¿A quién pertenecían las empresas? ¿Qué vínculos tenían los intermediarios con las Administraciones? ¿Qué calidad tenían los materiales traídos? ¿Ningún presidente, ningún ministro, ningún consejero, tiró de agenda para pedir a amigos, conocidos, familiares y empresas de confianza que hicieran lo posible para conseguir mascarillas u otros materiales?

No querer conocer todas las adjudicaciones, calidad de materiales, eficiencia de compras o incluso incapacidades de adquisición es no querer hacer un juicio ético verdadero: sólo cobrarse una pieza.

Y luego, además, habrá que aclarar todo lo que tenga que ver con la propia contratación. ¿Sabía que estaba su hermano detrás? ¿Favoreció esa oferta frente a otros competidores? ¿Firmó la compra?

Ya se sabe, en los detalles nos jugamos el infierno. Es un error muy extendido pensar que lo concreto sólo afecta a lo jurídico. También en lo ético inclina la balanza.

3. El pretexto de la ejemplaridad

Todos deseamos la ejemplaridad de nuestra clase política. Pero lo que entendemos por ejemplaridad varía con los años y las personas. Hoy nos parece escandaloso lucrarse con un contrato mercantil, pero menos con uno laboral. 

¿Por qué? Es algo que se me escapa. Somos más indulgentes con el enchufe a un amigo, un colega inútil o un familiar en alguna empresa pública, fundación, organismo o cualquier otro puesto de libre designación que con una factura cobrada por un servicio.

"¿Qué era peor para salvar vidas? ¿No conseguir los materiales o conseguirlos a cualquier precio?"

¿Pero, no sería igualmente ejemplar que esos puestos fueran cubiertos por personas capaces y cualificadas y no por aquellos que tienen vínculos con los políticos? ¿Por qué nos escandaliza más un contrato de 60.000 euros por un trabajo realizado que un sueldo de 120.000 para quien no lo merece? 

Si legalmente ambas cosas son válidas (porque de momento, y desde un punto de vista legal, aquí no hay nada) ¿por qué nos enfada mucho más una cosa que la otra?

Algo parecido nos sucede con la inacción. ¿Por qué pasamos más cuentas cuando se hace algo mal que cuando no se hace algo (cuando no hacerlo es peor)? ¿Por qué genera más escándalo que haya habido un posible sobrecoste de intermediación para un familiar y no que no se hayan conseguido los materiales a tiempo y se condene a un Gobierno autonómico por haber puesto a los sanitarios en riesgo? ¿Qué era peor para salvar vidas? ¿No conseguir los materiales o conseguirlos a cualquier precio?

La búsqueda de la ejemplaridad es una actitud muy loable. Pero no hay que olvidar que nuestras miradas morales están también condicionadas por puntos de vista éticos adquiridos, prejuicios establecidos, indulgencia para según qué inmoralidades y exigencia para según qué otras.

Y, por supuesto, afinidad o antipatía según a quién juzgamos.

No se trata de poner la mano en el fuego por nadie. Ni de quemar en la hoguera a cualquiera. Se trata de intentar ser justos y buscar razones que nos ayuden a enjuiciar. 

*** Guillermo Gómez-Ferrer Lozano es doctor en Filosofía Moral y Política y profesor en la Universidad Católica de Valencia. Es el autor del libro La inteligencia religiosa.

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