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LA TRIBUNA

Los nacionalistas y la cárcel

El autor se pregunta si la ideología nacionalista puede llegar a evolucionar entre las cuatro paredes de una celda o es algo inmutable.

30 enero, 2020 01:22

Se atribuye a Ortega la frase de que lo mejor en España, desde Cervantes hasta la II República, había pasado en la cárcel. En la prisión de Sevilla a Cervantes el Quijote se le ilumina. A la cárcel también irían a parar Quevedo —estuvo cinco años en León—, Jovellanos —siete años en Palma de Mallorca—, el bohemio Pedro Luis de Gálvez (en la celda de Ocaña escribió un relato que ganaría un concurso de cuentos), Valle-Inclán (otro ilustre manco que, camino del calabozo, llevaba un paquete de papeles “para escribir el Quijote en la cárcel”). Ramón J. Sender decía que todos los presos se fugan mientras duermen: “Alfonso XIII me metió en la cárcel y yo me vengué escribiendo Imán, que le costó la corona”.  

Los presos golpistas catalanes me inspiran esta introducción a vuelapluma. En Lledoners han escrito libros y artículos, y un Gobierno socialista sin escrúpulos negoció con alguno de ellos investiduras y presupuestos, a pesar de que no se arrepienten de nada y amenazan con nuevas sediciones. Cayetana Álvarez de Toledo piensa que la cárcel es un curso acelerado de democracia, pero los presos golpistas siguen tan reaccionarios y arrogantes como antes. En Autobiografía de Federico Sánchez, Jorge Semprún afirma: “Conozco a más de uno que ha entrado tonto en la cárcel y que ha salido imbécil”. De momento, en espera de que los Tejeros catalanes vayan saliendo, es indudable que, como buenos nacionalistas periféricos, han gozado de privilegios.

¿Evoluciona la ideología entre las cuatro paredes de una celda? La escritora y editora Eva Forest, acusada de colaboración con ETA, estuvo tres años en prisión preventiva en Yeserías (1974-77), donde escribió Diario y cartas desde la cárcel. Lo mejor del libro es el amor y la ternura que muestra Eva por su marido, el dramaturgo Alfonso Sastre (a la sazón en Carabanchel), y por los hijos: “¿Quién cuidará ahora de que el engranaje de esta familia funcione? Os habéis quedado solos los dos pequeños, los dos mocosos, completamente solos y llenos de problemas […]. Las fotos vuestras están sobre mi cabecera. Las miro, ¡qué guapos sois! […]. Como dice Alfonso, nuestros brazos son largos y nuestras manos se tocan y se aprietan férreamente y nuestro calor es todo uno. Cierro los ojos y me quedo sintiéndoos un largo tiempo […]. Esta vez quería soltaros el rollo de la droga… ¿No adivináis detrás de todo esto la inquietud de la horrible madre de siempre, la imaginación y el miedo casi irracional? ¡Os quiero tanto! […]. Queridísimos hijos. Esta noche he soñado que íbamos todos juntos a un pinar muy umbrío a coger níscalos. Luego regresábamos en el viejo seiscientos a Miraflores y éramos de lo más felices”.

Cayetana Álvarez de Toledo piensa que la cárcel es un curso acelerado de democracia, pero los presos golpistas siguen tan reaccionarios y arrogantes como antes

En una de las cartas, Eva Forest les dice a sus hijos que ni Alfonso ni ella tienen nada que ver en los asuntos que les imputan. Sin embargo, en 1989 Eva fue elegida senadora por Herri Batasuna. Aquella mujer culta capaz de escribir con tanta sensibilidad, ¿no se preocupó nunca por tantos niños que ETA dejó huérfanos?

Con la amnistía general del 77 cientos de etarras fueron excarcelados, a pesar de que seguían siendo tan arrogantes y reaccionarios como antes. La connivencia del PNV permitió reintegrarlos en la sociedad a través de un entramado de empresas y organismos públicos. Mientras, los presos comunes —que no tenían las manos manchadas de sangre— veían con ira cómo aquella amnistía no les incluía.

Presos comunes como El Lute, que narraría “la barbarie que aún impera en las prisiones” en Entre sombras y silencios: “Los presos sociales son la escoria y nadie levanta la mano en su favor. Ni siquiera los partidos políticos de la oposición […]. Los presos sociales son unos nihilistas, no dan votos […]. El PCE mostró una solidaridad distante y, por ende, sin ninguna eficacia. Pero el PSOE ni siquiera eso […]. Es de destacar la presencia de algunos miembros de FRAP y GRAPO que, al ser excluidos del decreto de amnistía, se habían sumado a este movimiento reivindicativo”. Vienen de lejos, pues, los privilegios a los independentistas presos —terroristas en estos casos—. Memoria histórica. (Según Pedro Solbes, las competencias del País Vasco son mejores por la influencia que tuvo ETA).

Vuelvo a preguntarme si evoluciona la ideología entre las cuatro paredes de una celda, si “la cárcel es un curso acelerado de democracia”. En la Prisión Aliada de Spandau, en Berlín, estuvo Rudolf Hess desde 1947 hasta que se suicidó cuarenta años después. El director norteamericano de la prisión, el coronel Eugene K. Bird, fue la única persona que se ganó su confianza. Lo contó en El prisionero de Spandau, donde Bird intenta humanizar al arisco Hess: lo describe dando de comer a los pájaros, midiendo un álamo, leyendo cuatro periódicos al día y libros históricos y científicos, escuchando un disco de Haydn (“es la música más bella del mundo”), recibiendo una transfusión de sangre de soldados ingleses, apasionándose con la llegada a la Luna de los norteamericanos… “Oigo la música de los jóvenes en la radio del guardián. Los Beatles me gustan”.

Por la radio también escuchaba emocionado partidos de fútbol como un Escocia-Alemania y los resultados de unas elecciones alemanas (“tomó un montón de notas y apuntó el número de votos que había obtenido cada partido”). Aunque nunca asistía a los servicios religiosos de la capilla, cada Navidad rezaba un padrenuestro con el capellán (“mi propia fuente de fuerza es Dios”).

Sin embargo, cuando Bird le pregunta a Rudolf Hess si volvería a servir bajo las órdenes de un hombre como Hitler: “Por supuesto que lo haría”. Hess siempre quiso que Alemania “recuperase su antiguo orgullo y su antigua gloria”.

En La caída, la última novela de Albert Camus, el protagonista —Jean-Baptiste Clamence— reflexiona: “A mí me han hablado de un hombre que se acostaba todos los días en el suelo de su dormitorio porque habían encarcelado a un amigo suyo. Dormía en el suelo de su dormitorio para no disfrutar del confort que le habían quitado a su ser querido. ¿Quién, estimado señor, se acostará en el suelo por nosotros?”.

La España que nació de la Constitución del 78 ha sido, sin ninguna duda, la mejor de la Historia, pero, por la mala conciencia del pasado franquista, vino con una herida: los complejos ante los nacionalismos periféricos, “oprimidos” que ganan más dinero que los supuestos “opresores”.

Los años que han pasado en prisión algunos de esos nacionalistas, igual que los pasados por Rudolf Hess, demuestran que, en general, este tipo de ideología es inmutable. (La fe en Dios triunfa porque promete un paraíso después de la muerte; los nacionalismos porque te dicen que eres más atractivo que tu vecino. Ambas fes perdurarán hasta que el ser humano se extinga).

Mientras la mayoría de españoles vivíamos ajenos al recuerdo de antiguas glorias y antiguos orgullos, los independentistas vascos y catalanes arrinconaban gota a gota el espíritu conciliador del 78, aprisionando la Constitución (¿quién se acuesta en el suelo por ella?). Por si esto fuera poco, han resucitado el moribundo nacionalismo español, propiciando el auge de Vox.

La España que nació de la Constitución del 78 ha sido la mejor de la Historia, pero, por la mala conciencia del pasado franquista, vino con una herida: los complejos ante los nacionalismos periféricos

En las páginas finales de El prisionero de Spandau, acerca de las Juventudes Hitlerianas, Rudolf Hess le dice a Bird: “Se olvidan las cosas fantásticas que hizo con la juventud alemana […]. Nuestros jóvenes tenían mentes sanas y cuerpos sanos, se agrupaban bajo una bandera para edificar una nación. Eso es lo que necesitamos hoy, necesitamos hacerles volver al buen camino”. En enero de 1970, en el Hospital Militar Británico, Hess vio por primera vez la televisión. Una hermosa mujer que anunciaba un sostén fue la primera imagen: “¡Fantástico!”, exclamó.

¿Rudolf Hess se habría convertido en un nazi si, durante su juventud, hubiera podido escuchar a los Beatles, si hubiese podido ver por televisión a muchas mujeres bonitas…? (Umberto Eco se preguntaba: “¿Habría sido posible el Holocausto si hubiera existido internet? No estoy seguro. Todos habrían sabido inmediatamente lo que estaba pasando”).

Ante los reaccionarios y los arrogantes, ante quienes añoran glorias antiguas y antiguos orgullos, ante quienes quieren unificar sociedades envolviéndolas en banderas, ante quienes blanquean a todos ellos para ejercer el poder, yo reivindico la libertad individual: no quiero que los dogmáticos me lleven por ningún camino; quiero que mis ideas evolucionen conmigo.

**José Blasco del Álamo es escritor y periodista

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