La carta con dos balas enviada a Isabel Díaz Ayuso e interceptada este martes por los Mossos d'Esquadra en Barcelona desbarata las dos teorías conspiranoicas que, de forma irresponsable, han alentado los partidos de la izquierda y Vox durante los últimos días.
La primera teoría conspiranoica es la de que las cartas habrían sido enviadas por la ultraderecha o por afines a Vox. Teoría que ha propiciado teatrales llamadas a la resistencia antifascista y que llevaron a Reyes Maroto a decir que "todos los demócratas estamos amenazados de muerte si no paramos a Vox en las urnas". Una barbaridad impropia de una ministra y que no contribuye en nada a la paz social.
La segunda teoría conspiranoica es la de que las cartas amenazantes habrían sido un truco propagandístico diseñado por Moncloa, o por Podemos, o por las cloacas del Estado por encargo del Ministerio del Interior, para dinamitar la campaña electoral y manipular sus resultados generando alarma social, a imagen y semejanza (en la mente de los defensores de esta tesis) de lo ocurrido tras los atentados del 11-M en Madrid.
La carta enviada a Isabel Díaz Ayuso desbarata ambas patrañas y demuestra, en primer lugar, que las amenazas recibidas hasta ahora no son diferentes a las que muchos políticos españoles reciben de forma regular y que no se hacen públicas jamás.
En segundo lugar, que la utilización como herramienta propagandística, por parte de Podemos y PSOE, de las cartas recibidas durante esta campaña electoral ha generado un efecto copycat que ha multiplicado los envíos y que quizá se alargue aún durante algunos días. A la hora de escribir este texto, se han interceptado ya cartas similares enviadas a José Luis Rodríguez Zapatero y, de nuevo, a Pablo Iglesias.
Sin derecho al lloriqueo
Sólo hace falta recordar lo que decía Pablo Iglesias hace unos años respecto a este tipo de amenazas para entender cómo las cartas han sido utilizadas de forma irresponsable para romper una campaña electoral que la izquierda veía perdida en los sondeos:
–Yo he recibido amenazas, pero no me gusta hablar de eso por dos razones. Primero, porque si hablas de las amenazas que recibes estás engrandeciendo al que amenaza, y el que amenaza normalmente es un mierda al que no hay que darle publicidad. Y luego está el rollo este victimista de 'ay, mira, es que me han amenazado' cuando hay gente que se ha jugado la vida y lo ha pasado muy mal. Yo no tengo derecho a quejarme ni a lloriquear.
A la vista de la reacción de Pablo Iglesias frente a las cartas recibidas, sólo cabe concluir que la mala marcha en los sondeos de Podemos ha hecho cambiar de opinión al líder de los morados conduciéndole a una escenificación de lloriqueos (son sus propias palabras) cuyo objetivo era conseguir mediante el victimismo y el alarmismo lo que veía imposible conseguir en las urnas y mediante el debate democrático.
En este sentido, ha sido ejemplar la reacción de Isabel Díaz Ayuso frente a las amenazas, restándoles importancia y negándose a darles más espacio del que ya disfrutan en los medios de comunicación. Esa es la actitud correcta y la que todos los líderes políticos deberían seguir a partir de ahora.
No hay nexo común
A falta de que las investigaciones policiales arrojen resultados, resulta imposible hoy establecer un nexo común entre las cartas enviadas. ¿Radicales de un extremo o del otro? ¿Locos? ¿Bromistas? ¿Narcisistas? Todas las opciones son posibles y es probable que la verdad sea un popurrí de las cuatro opciones.
Lo que sí parece claro es que al airamiento, con todo lujo de detalles, de las primeras cartas recibidas por Pablo Iglesias, Fernando Grande-Marlaska y María Gámez ha generado un efecto llamada para radicales o perturbados a la búsqueda de sus cinco minutos de fama.
Cinco minutos de fama en los telediarios y los medios de prensa de los que no deberían haber disfrutado jamás y que han sido facilitados en bandeja por la desesperación demoscópica de algunos partidos que se veían derrotados la noche del 4-M.
Es ahora trabajo de la policía detener a los responsables de estos envíos y de los jueces castigarles con toda la dureza del Estado de derecho. Porque si las amenazas son graves por sí solas, aún lo son más si se producen durante una campaña electoral y, quizá, con el objetivo de alterar sus resultados.
Dada la tensión de la campaña, el Gobierno ha decidido reforzar la seguridad de los candidatos. Es una buena decisión. Los candidatos, por su parte, deben hacer caso a la policía cuando esta les pide, con buen juicio, no hacer la más mínima propaganda de las cartas recibidas. No está el horno como para que políticos, estrategas y jefes de campaña ejerzan de aprendices de brujo con las amenazas.