Cuando nuestra última dictadura se adornaba con las primeras copas de Europa del Real Madrid, con el título continental fruto del cabezazo de Marcelino o con los éxitos de Bahamontes y Santana, yo ni siquiera llegaba a adolescente.
La primera vez que la mirada hacia el palco me amargó una gesta deportiva no fue, sin embargo, una ocasión cualquiera. Acababa de vivir in situ, en el pabellón olímpico de Los Angeles, detrás del banquillo de la selección española de baloncesto, pegado al cogote de mi amigo Antonio Díaz-Miguel, nuestro gran triunfo ante la Yugoslavia de Petrovic, Delibasic y Dalipagic, en los Juegos Olímpicos del 84.
Era el pasaporte a la final frente a Estados Unidos y la garantía de nuestra primera medalla de plata en un deporte de equipo. En medio de la euforia, el radar de mi mirada detectó la figura de Alfonso de Borbón, duque de Cádiz, rodeado de otras autoridades. Ya que no había llegado a rey de España, le había caído la pedrea de la presidencia del Comité Olímpico Español, y ahí estaba, exhibiendo delante de su asiento una bandera preconstitucional, con el águila asociada al franquismo bien visible, como si fuera el mantón de manila de una dama de alcurnia sobre la barrera de los toros. Siete años de democracia no nos habían preservado aún de ese oprobio.
Para los verdaderos amantes del deporte es imposible separar el medio del mensaje, el contenido de su proyección pública, el espectáculo de su utilización política. “Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales”, escribió Celaya. Y el deporte es poesía en movimiento. Véase si no, el ballet de esos casi dos minutos de pases trenzados previos al último gol del Madrid sobre el Celtic que circula por las redes.
Como decía el director general de la Unesco, René Maheu, “el deporte es una orden de caballería” que fomenta los mejores valores de la condición humana. Sus rectores deberían comportarse siempre con la incorruptible dignidad de los guardianes de ese grial. Porque cuando se compra a un rival o a un árbitro, cuando se adultera la competición con el dopaje, es como cuando se viola a una vestal.
"La hazaña de marcar siete goles ha quedado ensuciada por las salpicaduras del estiércol que impregnará siempre el césped del estadio principal de Qatar"
Tomando como referencia ese recuerdo agridulce de hace casi cuarenta años, debo decir que los hechos del pasado miércoles dejan un sabor acibarado mucho más desagradable. No ya porque, más allá de los anales de la estadística, la gesta deportiva frente a Costa Rica no sea comparable a la de aquellos baloncestistas míticos; sino porque la interferencia de lo repulsivo fue mucho más sustancial e insoslayable que la de aquel infante de triste figura y destino.
Por mucho que el Gobierno, las autoridades deportivas, la prensa especializada y todos los que rentabilizan las emociones de los aficionados finjan ignorarlo, la hazaña de marcar siete goles en el debut en un Mundial ha quedado ensuciada por las salpicaduras del estiércol que impregnará siempre el césped del estadio principal de Qatar.
Ese fétido colchón procede de dos tolvas tan aparentemente distintas y en el fondo similares como la banda mafiosa de la FIFA y la dinastía feudal de los Al Thani. Chateaubriand se habría quedado muy corto en su descripción de la alianza entre Fouché y Tayllerand como “el pacto entre el vicio y la traición”, si hubiera contemplado la coyunda del emir con Gianni Infantino en la ceremonia inaugural. Y no digamos si hubiera reparado en el presunto autor intelectual del descuartizamiento atroz de un periodista opositor, ejerciendo de estrella invitada.
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La parte de la FIFA la hemos ido conociendo por fragmentos, pero queda elocuentemente condensada en los cuatro capítulos del documental que cualquiera que controle sus arcadas puede ver de seguido en Netflix. FIFA uncovered es la historia de una organización regida por y para la corrupción desde hace medio siglo.
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Corrupción en su sistema de selección interna, basado en la compra de votos; corrupción en su mecanismo de gobierno a través de un endogámico comité ejecutivo de 24 miembros del que han salido todos sus líderes; corrupción en sus relaciones con los patrocinadores, empezando por Adidas; corrupción en su interlocución con los países aspirantes a ser sedes del Mundial o de los propios campeonatos continentales…
Corrupción contante y sonante con fajos de 40.000 dólares en sobres, transferencias de dos millones de dólares como los que cobró Platini por imaginarios servicios pasados, sobornos de hasta diez millones en favor de Sudáfrica y una primera ronda de millón y medio por barba para engrasar la candidatura de Qatar.
"Se ofrecía dinero procedente de la venta de patrocinios y se miraba para otro lado cuando se quedaba en los bolsillos de los dirigentes"
El Mundial no ha llegado en noviembre hasta el desierto de bóbilis-bóbilis. La intérprete Phaedra Almajid describe como el presidente del Comité Organizador de Qatar 2022 subió la puja para ofrecer ese dinero a tres votantes africanos en un hotel de la capital de Angola. Otro de los miembros de la ejecutiva de la FIFA vendió tierras en el emirato por 32 millones de dólares.
Primero Havelange, luego Blatter y ahora Infantino encontraron en la universalidad del fútbol y su encuadre en confederaciones regionales la palanca para auparse al trono de Zúrich. Ni los Borgia, ni los Tudor, ni los Windsor han sido tan sofisticados en sus intrigas y traiciones.
A la hora de la verdad, el apoyo de un gánster como Jack Warner representante de Trinidad-Tobago -si lideraba además la CONCACAF- podía ser mucho más importante que el de países con cientos de miles de jugadores federados. El mecanismo era siempre el mismo: se ofrecía dinero procedente de la venta de patrocinios y derechos televisivos para fomentar el fútbol de base en África, Asia o América Latina y se miraba para otro lado cuando se quedaba en los bolsillos de los dirigentes que en definitiva era quienes votaban.
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El diagnóstico de la Fiscal General de los Estados Unidos Loretta Lynch en 2015, cuando la policía suiza detuvo, a instancias del FBI a 14 altos cargos de la FIFA en Zúrich, no pudo ser más elocuente: “Se esperaba que respetaran las reglas que hacen honesto al fútbol y protegieran su integridad. En lugar de hacerlo corrompieron el mundo del fútbol para servir a sus intereses y enriquecerse”.
Esas detenciones fueron fruto de la delación de uno de sus compinches -Chuck Walser- con el telón de fondo de la inaudita doble adjudicación del Mundial de 2018 a la Rusia de Putin y del de 2022 al Qatar de los Al Thani. También el capo de la UEFA Michel Platini pasó unas horas bajo arresto para ser interrogado por la reunión organizada por Sarkozy en el Eliseo con el jeque qatarí para asegurar el apoyo europeo a su candidatura.
Entre las contrapartidas conocidas se incluyó la compra del quebrado Paris Saint-Germain por los Al Thani y lucrativos contratos a empresas francesas. Las aún desconocidas son perfectamente imaginables, dada la trayectoria venal tanto del entonces presidente de la República como del desacreditado antiguo astro de los bleus.
Todos los tratos entre los directivos de la FIFA y los representantes de Qatar han tenido el aroma de los encuentros entre familias mafiosas para adjudicarse territorios delictivos. Una vez adquirida la licencia para organizar el Mundial, los Al Thani se apresuraron a explotarla de manera brutal, levantando estadios e infraestructuras de la nada.
"La infame coartada ha sido la de que no se debe mezclar el deporte con la política"
Para ello contrataron a decenas de miles de inmigrantes asiáticos, mediante el sistema del kafala -en árabe “patrocinio”- que les convertía en poco más que esclavos de sus empleadores. Durante doce años trabajaron a 50 grados de temperatura, en condiciones sanitarias infrahumanas y sin apenas medidas de seguridad. El balance asciende a seis mil víctimas mortales, según The Guardian; a siete mil -doce por semana- según la Fundación para la Democracia.
La FIFA miró por supuesto para otro lado. Como lo hizo con la vulneración sistemática de los derechos de las mujeres -aceptando incluso que la única protagonista de la ceremonia inaugural apareciera con el rostro tapado-, la persecución de los homosexuales o la prohibición del consumo de alcohol.
La infame coartada, a la que se han acogido también la mayor parte de las federaciones nacionales de los equipos clasificados, ha sido la de que no se debe mezclar el deporte con la política. La misma cantinela que se escuchaba en la España de Franco, la Argentina de Videla o la Rusia de Putin hasta el momento mismo en que al tirano le tocaba entregar la Copa.
Este silencio de los corderos millonarios está resultando doblemente oprobioso en el caso de la selección española, pues representa a un Estado democrático que ha hecho de la defensa de los derechos humanos y en especial de la igualdad de la mujer una de sus señas transversales de identidad. Resultó patético escuchar el martes en el Senado al presidente Sánchez reprochar a Feijóo las relaciones del PP con un partido machista como Vox y oírle ensalzar el miércoles la presencia de Felipe VI en el palco del estadio de Doha. Al menos debió acompañarle algún ministro con el brazalete “arcoirís” puesto, como hizo la titular alemana del Deporte. Es allí donde hay que exhibirlo y no al abrigo de la carrera de San Jerónimo, como hizo Patxi López.
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El propio Infantino, aupado al poder tras maniobrar contra Blatter y apuñalar a Platini, reconoce en el documental de Netflix que “la FIFA se convirtió en tóxica”. Tras su bochornosa palinodia de hace ocho días, justificando los abusos de la actual dictadura qatarí con los abusos europeos del pasado, sólo queda corregir el tiempo verbal.
La FIFA sigue siendo “tóxica” y otro tanto cabe decir de sus organizaciones regionales, empezando por la UEFA, encabezada por el tal Ceferin al que investigan en Eslovenia por corrupción en el contrato de un ferrocarril.
La resolución adoptada, con la mano alzada de la unanimidad, por el Parlamento Europeo este jueves denuncia la “rampante corrupción” de la estructura del fútbol internacional e insta a España, Francia, Alemania e Italia -los cuatro miembros de la UE con potentes ligas nacionales- a impulsar urgentemente su reforma.
¿Qué hacer? El Congreso de los Diputados debería recoger el guante y crear una comisión de la que salieran propuestas concretas para democratizar la FIFA y liberalizar las competiciones internacionales.
"El principio elemental de ‘un federado, un voto’ debería sustituir a la estructura caciquil que delega el poder a los funcionarios de las federaciones"
El principio elemental de ‘un federado, un voto’ debería sustituir a la estructura caciquil que delega el poder a los funcionarios de las federaciones territoriales que controlan las federaciones nacionales, aunadas en las confederaciones regionales para dominar la FIFA. El voto de un futbolista, entrenador o directivo en España debe valer igual que el de su homólogo en Trinidad-Tobago -algo bien fácil de ejecutar en la era digital- pero su número nunca va a ser el mismo.
La otra clave está en obligar a la FIFA y sus sucursales a competir en régimen de libre concurrencia con cualquier futura organización rival. Que el valor de la Copa del Mundo se base en su prestigio, fruto de la honestidad y la transparencia, y no en un monopolio intrínsecamente corruptor.
De ahí la importancia de la próxima decisión del Tribunal Europeo de Justicia sobre la demanda de la Superliga para poder organizar un torneo de grandes clubes, según el modelo NBA, que pretende prohibir la UEFA. Si el Madrid, el Barcelona y las demás grandes entidades europeas que, en definitiva, son quienes contratan y pagan a los ídolos del balón, obtienen el amparo de la UE estarán creando un precedente que liberará al deporte mundial de sus actuales cadenas.
Disfrutemos entre tanto de la fulminante eliminación de Qatar que vuelve a dejar en ridículo a los Al Thani y prueba que hay cosas que los petrodólares todavía no pueden comprar. Y anhelemos que el Gobierno, la Federación Española, Luis Enrique o alguno de nuestros jugadores, siguiendo el camino de Alemania o Dinamarca, encuentren la manera de repudiar ante los ojos del mundo la conducta de Qatar y de la FIFA. Será la única forma de evitar que cuanto más lejos lleguemos en el campeonato, más estiércol traigamos al volver a casa.