Cada vez que vengo a Málaga me acuerdo del brigadier Torrijos y sus compañeros liberales, fusilados, sin simulacro de juicio siquiera, en la playa de San Andrés en diciembre de 1831. Habían desembarcado, engañados por el taimado "Viriato" –seudónimo tras el que se ocultaba el gobernador de la plaza– quien les sedujo con la inminencia de un levantamiento inexistente.
Cada vez que vengo a Málaga me acuerdo del cuadro de Gisbert y especialmente de los ojos vendados del anciano Fernández Golfín, rival y sucesor del propio Torrijos como ministro de la Guerra del último gobierno del Trienio Liberal.
Las manos enlazadas de ambos próceres simbolizan la fraternidad en la tragedia de doceañistas y veinteañistas. La venda blanca, la preservación de la inocencia ante la ignominia que está a punto de suceder, ante la ignominia permanente que imperaba en España durante la llamada Década Ominosa.
Esta doble memoria histórica sobre los hechos y su representación pictórica se ha activado ahora con especial fuerza, tanto por la cercanía del bicentenario del final del Trienio –cuyos hechos decisivos debería conmemorar la Junta de Andalucía pues en Andalucía sucedieron–, como por la reproducción en la vida española de uno de los dilemas fundamentales de aquel tiempo.
La intentona romántica de restablecer el régimen liberal, ocho años después de su caída, mediante aquella fallida expedición vía Gibraltar, financiada en Londres, cautivó el espíritu y movió la pluma de Espronceda, Lorca o Machado. El monolito erigido en su honor en Málaga o el convento donde aquellos mártires de la libertad pasaron sus últimas horas deberían ser considerados por todos los demócratas, según la nomenclatura de Pierre Nora, "lugares de la memoria".
En 1931, con ocasión del primer centenario del desembarco, el recién establecido ayuntamiento republicano invitó a Unamuno a dar una conferencia y se encontró con la sorpresa de que el orador rindió homenaje al que tildó de "general monárquico y constitucional", pues no otra cosa había sido Torrijos, empeñado en la quimera de obligar a Fernando VII a cumplir con su juramento de 1820. Su pronunciamiento había sido contra el gobierno, no contra la Corona.
"El contraste con esa tradición fratricida hace doblemente deslumbrante y alentador 'lo que las costas de Málaga pueden ver' hoy en día"
Siete años después, cuando ya Málaga había sido escenario de algunas de las mayores atrocidades de la guerra civil, Antonio Machado escribió un artículo conmemorativo del fusilamiento de Torrijos en la revista comunista Nuestra Bandera, trazando un dramático paralelismo: "Pensad en lo que han visto las costas de Málaga aquel día, en lo que han visto más de un siglo después, en lo que pueden ver todavía".
Basta seguir el consejo del poeta para constatar ya, por fin, su anacronismo. El contraste con esa tradición fratricida, reeditada fatalmente generación tras generación, durante al menos siglo y medio, aquí y en tantos otros lugares de España, hace doblemente deslumbrante y alentador "lo que las costas de Málaga pueden ver" hoy en día.
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"Pueden ver" una pujante capital que ha dejado de competir con Granada por la primacía de la Andalucía Oriental o con Sevilla por la hegemonía regional, para disputar a Barcelona y Valencia –roídas por la carcoma populista de sus actuales munícipes– la condición de gran metrópoli del Mediterráneo español. Si sus rivales no rectifican, Málaga será la segunda ciudad más importante de España antes de que acabe esta centuria.
Málaga juega ya en esa otra liga y lo que "esas costas pueden ver" es una capital con las infraestructuras de acceso más avanzadas del siglo XXI, empezado por su puerto ya integrado en el espacio urbano cómo ámbito lúdico y comercial y base de atraque de gigantescos cruceros; siguiendo con su estación del AVE, a poco más de dos horas de Madrid y continuando con el que es el tercer aeropuerto de la península, cerca de rozar de nuevo los 20 millones de pasajeros, con vuelos a 140 destinos que sumarán el año próximo a Nueva York.
Lo que "las costas de Málaga pueden ver" es una gran urbe volcada en la cultura –Machado se sentiría especialmente orgulloso y yo diría que hasta extasiado– con su volován de museos, del Picasso al Pompidou, del Thyssen al Ruso, con el Teatro Soho de Antonio Banderas y con el Festival de Cine Español, transformado en meca anual de actores, directores y productores.
"Lo que 'las costas de Málaga pueden ver' es una ciudad cosmopolita con 16 colegios internacionales, un impactante abanico de universidades, escuelas de negocios y centros de formación avanzada"
Lo que "las costas de Málaga pueden ver" es un polo de atracción de empresas tecnológicas que reúne a firmas de la envergadura y significado de Google, Vodafone, Oracle, EY, Accenture o Ericsson y ha engendrado ya un entorno de creatividad que ha dado a luz criaturas autóctonas como A4 Wireless, Ingenia, Virus Total, Besoccer o Animum.
Lo que "las costas de Málaga pueden ver" es una ciudad cosmopolita con 16 colegios internacionales, un impactante abanico de universidades, escuelas de negocios y centros de formación avanzada como el campus Telefónica 42, cuatro hoteles de cinco estrellas, decenas de campos de golf en los alrededores y un entorno provincial paradisíaco con 245 días de sol al año y una temperatura media de 18 grados. ¿Hay quién de más?
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Las condiciones naturales estaban ahí, desde mucho antes de aquel malhadado diciembre de 1831. Faltaba el desarrollo de la civilización humana y alguien que aprovechara intensamente sus oportunidades en beneficio de la ciudad. Ese alguien, artífice a lo largo de los últimos 22 años del "milagro" de Málaga es su alcalde, el constitucional y constituyente –yo le conocí como diputado en aquella primera legislatura mágica del 77 al 79– Francisco de la Torre Prados.
Nadie duda en Málaga de que Paco de la Torre volverá a arrasar en las próximas municipales y ya se comenta que empezará la campaña bromeando como Reagan con la promesa de no referirse a su edad para no abusar de la inexperiencia de sus rivales. Cumplirá pronto los 80, pero se mantiene en plena forma, desarrollando una actividad incansable y siguiendo de cerca los asuntos municipales con la misma meticulosidad que desplegó desde el primer día.
Además de afrontar problemas tan graves como el precio y escasez de la vivienda o tan endémicos como la falta de formación cualificada de gran parte de la población, Paco de la Torre sueña ahora día y noche con lograr para Málaga la sede de la Expo del 27. La decisión se toma el año próximo y le espera una segunda campaña electoral que le llevará pronto a Nueva York y París para promover un proyecto centrado en la sostenibilidad de las ciudades. O sea, una Expo del 27 concebida como gran escaparate de la Agenda 2030.
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Cada vez que vengo a Málaga me doy cuenta de que hay un horizonte mucho menos angosto para España del que a menudo se nos pinta porque hay una manera de gestionar los asuntos públicos muy diferente de aquella a la que la mayoría de los gobernantes nos tienen acostumbrados.
Pero esta semana, cuando he acudido a inaugurar junto a Paco de la Torre y al presidente de la Junta Juanma Moreno un simposio sobre formación e innovación organizado por nuestro periódico, me he dado cuenta de que la levadura ha prendido porque el "milagro" de Málaga empieza a ser ya el "milagro" de toda Andalucía.
No es casualidad que el ayuntamiento de Málaga haya sido la "cantera" de la que hayan salido el propio Juanma Moreno, Elías Bendodo y Carolina España, artífices de la "revolución fiscal" que primero catapultó al PP a la mayoría absoluta en Andalucía y ahora trae de cabeza al PSOE en toda España. Súmense a esos nombres los de Juan Bravo, Antonio Sanz o el presidente de la Diputación de Málaga José Francisco Salado y ahí está la alineación protagonista del nuevo desembarco liberal que Feijóo ha importado acertadamente a Génova.
"Los impuestos abusivos, promovidos en nombre del bienestar general, son las nuevas 'caenas' con las que se pretende aherrojar el mérito de los individuos y la prosperidad del reino"
Porque su destino no es el de ser de nuevo fusilados al amanecer, sino el de poner ante el paredón electoral de sus contradicciones, ineficiencias y fracasos a quienes pretenden encadenar de nuevo a España con el despotismo tributario.
Desde que la consejera Carolina España anunció el cumplimiento de la promesa electoral de Juanma Moreno de bonificar al cien por cien el confiscatorio impuesto del Patrimonio, Sánchez ha promovido ya tantas veces el "¡vivan los impuestos!" y sus seguidores lo han coreado con tal fervor que ha sido inevitable que en nuestros oídos haya vuelto a resonar el "¡vivan las caenas!".
Los impuestos abusivos, promovidos en nombre del bienestar general, la munificencia del soberano hacia los más desfavorecidos y la solidaridad entre los súbditos, son las nuevas "caenas" con las que se pretende aherrojar el mérito de los individuos y la prosperidad del reino.
El debate sobre si el dinero está mejor en el bolsillo de los ciudadanos que lo han ganado con el sudor de su frente –o sus meninges– o en el del Estado providente que es el que sabe cómo se debe administrar y repartir, no es una cuestión de izquierdas y derechas, sino de absolutismo y libertad.
Cuando obliga al contribuyente medio a trabajar hasta el 29 de julio para el Estado, Sánchez no ejerce de líder socialdemócrata, sino de monarca absoluto. Pero, claro, como no hay taxation whitout representation, se dedica a comprar el voto de los funcionarios y las clases pasivas con el dinero transformado en subsidio que de forma creciente arrebata a las activas.
Es de sentido común que una política basada en subir retroactivamente los sueldos a todos los funcionarios y elevar con el IPC hasta las pensiones máximas, financiándola con alzas generalizadas de impuestos, cuando estamos al borde mismo de la recesión, es el camino seguro hacia la ruina de un país.
Y encima, la coalición gubernamental y sus socios extremistas quieren que lo celebremos jubilosos, como hacían los serviles cuando uncían a sus espaldas el tiro del carruaje del monarca para arrastrarlo en triunfo hasta el centro de la villa.
No, el ejemplo de Málaga, su modelo de éxito, la "revolución fiscal" engendrada en Andalucía que los propios barones socialistas amagan con copiar, va a ser la viga maestra de la alternativa electoral en un año 23 conmemorativo y reivindicativo.
Cada uno asumirá su responsabilidad, pero yo no podré olvidar que el último periódico que leyeron con gusto en Londres Torrijos y sus compañeros se llamaba El Español Constitucional y que el primer periódico que reivindicó su memoria, fundado por el también malagueño Andrés Borrego y con Larra como columnista estrella, se llamaba El Español a secas.