José Luis Rodríguez Zapatero.

José Luis Rodríguez Zapatero. Silvia P. Cabeza.

Cultura Entrevista

Zapatero: "Sería absurdo ‘cancelar’ a Borges por defender dictaduras: no condenemos el arte”

"Le regalaría un libro de Borges a Aznar, contra su rotundidad excluyente: él creía que la duda es inteligente" / "He escrito cartas de amor a Sonsoles imbuido por Borges" / "Borges fustigó a muchos escritores españoles: a mí me desagradó su crítica a Lorca". 

17 septiembre, 2021 03:21

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“Nadie se topa dos veces con el ideal, y son muy pocos los que lo encuentran siquiera una”: lo decía Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray, y tenía razón. La vida es a ratos la búsqueda anhelante del emblema, del símbolo que nos enroque y nos dé sentido, de las palabras precisas que edifiquen nuestro imaginario sentimental, que nos impriman alimento y poso, que nos oxigenen y nos presten luz para abrazar a poquito el universo atronador, con sus infinitas preguntas, con su ansiedad galopante.

Es lo que sucedió hace décadas al que fuera presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, que en su faceta más filántropa y filosófica y lectora dio con Borges y lo supo. Era él. Es él, a su juicio, el mejor escritor de la historia, el hombre que supo elevarse y acertar en las teclas cósmicas de las grandes cuestiones: el amor, la muerte, el tiempo, el ancho mundo inexplicable pero sin embargo asible cuando él lo nombra.

Se ha lanzado Zapatero a honrarle con el ensayo No voy a traicionar a Borges (Huso), un librito de casi cien páginas que brota en una edición hermosa y que procura hilvanar su afecto íntimo hacia el autor y sus lecturas, sin afán académico. En este tomo se pone sobre la mesa su profundo conocimiento acerca del genio argentino, y con cariño y mimo se dedica a celebrar sus conceptos predilectos y a ahondar en sus misterios.

Lo escribió conmovedoramente el propio Borges: “No hay una sola cosa en el mundo que no sea misteriosa, pero ese misterio es más evidente en determinadas cosas que en otras. En el mar, en el color amarillo, en los ojos de los ancianos y en la música”. También, como sucede aquí, en el diálogo prolífico interminable entre un lector férreo y su maestro.

Habla usted de Borges como si fuera algo más grande que usted. Con devoción.

Es devoción completa. He llevado a amigos míos a empaparse de él y gracias a sus lecturas he recibido una felicidad intensa, sólo comparable a las mejores sensaciones que uno puede experimentar: un concierto… ¡o el mismo romanticismo!

¿Ha pensado alguna vez qué le diría de haberlo tenido delante?

Esa es una de las pocas cosas que echo de menos de mi vida: no haberle podido conocer. Si la temporalidad hubiera sido distinta… he memorizado tantas cosas de él. Beatriz Viterbo, el gran amor del cuento del Aleph, ha edificado mi concepto de “amor indudable”, referido a mi pareja, a Sonsoles. Esa es una cosa que uso mucho, también para referirme a los buenos amigos. “Un amigo indudable”. Creo que en la vida es más importante reconocer a los demás a que te reconozcan a ti, así que le diría en primer lugar que para mí es el mejor escritor de la historia, el escritor más profundo. A él le gustaba mucho repetir que la música es el arte más sublime porque forma y fondo se confunden. Yo le diría “maestro, su literatura es la más sublime porque forma y fondo se confunden”.

¿Sabe qué le preguntaría? Es complicado eso. Nos pasamos la vida adorando a ciertos mitos y si alguna vez se les tiene enfrente uno no sabe a dónde se han ido todas las cosas que uno quería que le aclarase. Todo se hace pequeño.

Sin duda, le haría alguna pregunta política.

¿Cuál?

Le preguntaría si es posible que tuviera más convicción en la democracia.

Oh.

Sí. Siempre estuvo en un terreno… en fin, creo que por ser muy antiperonista. Pero no me resistiría a la tentación de hablar de algo mundano, aunque él estaba en otro estadio. Él no era un político, no era un pensador político: estaba a un nivel muy distinto. Es normal que para quien se aproxima a entender el infinito, la eternidad, el tiempo y el amor, la política no esté entre sus principales asuntos. Es muy inmediata, muy terrenal.

José Luis Rodríguez Zapatero.

José Luis Rodríguez Zapatero. Silvia P. Cabeza.

Decía García Montero, y usted lo cita en el ensayo, que ser lector de Borges es una forma de ser lector y también una forma de ser. ¿Qué cree que dice de usted su admiración por Borges? ¿En qué le convierte, cómo le define eso?

Como un apasionado del conocimiento y del asombro.

Pero eso también podríamos decirlo de Cervantes. ¿Cuál es la particularidad de Borges?

Qué tiene para mí Borges que no tengan los demás… (piensa). Es el talento. La sublimación del talento. Es la palabra más precisa. Nadie, en mi opinión, ha usado palabras tan precisas, tan innovadoras y tan ricas de contenido como Borges.

¿Qué ha aprendido del amor gracias a Borges?

Esa es la pregunta definitiva. Me parece la pregunta más importante. Porque lo único que derrota la fortaleza intelectual de Borges es el amor. Lo único ante lo que cede su rendición, su sabiduría, su talento…

Su ego.

Sin duda. En el libro hablo de su “entendible vanidad”. Se ha convertido en un objeto de culto. Pero me encanta hasta cuando habla en clave de falsa modestia (he visto todas las entrevistas que ha hecho, todas las conferencias)… es brillante también. Respecto a lo que decíamos del amor: de ahí mi interés en esa temática en la primera parte del ensayo, cuando hablo del Aleph. El Aleph está considerado como un cuento de ficción, uno de los mejores de la historia por su originialidad. El Aleph es una moneda donde se ve el mundo, donde se ve todo, el pasado, el presente, el futuro. En ese relato también descubre las cartas traidoras de Beatriz Viterbo… pero en El Aleph, lo que hay, fundamentalmente, es un derroche de Borges hacia Beatriz Viterbo, que no sabemos quién es. No sabemos si es Estela Canto… no sabemos quién es, y es igual. Borges me ha enseñado a amar el enamoramiento.

“Sólo el amor puede imponerse al universo”, señala usted en la cita inicial.

Sí. Es ese amor indudable.

¿Ha escrito usted cartas de amor?

Alguna, por supuesto, a Sonsoles, y ya imbuido por Borges. De hecho, recuerdo que le regalé un libro de Borges, Historia de la eternidad, cuando empezábamos a salir, con una dedicatoria que era la definición de Borges del amor: “El amor es producir una mitología privada y hacer del universo una alusión a la única persona indudable”. Esa es la definición de amor que más he usado porque me parece la más potente. Esa es la lección más importante. Borges es un antídoto contra la ansiedad, es mejor que cualquier terapia…

¿Mejor, incluso, que los antidepresivos?

(Ríe). ¡Completamente! Porque Borges afronta la existencia, la vida, con una racionalidad conmovedora. Cuando leí El inmortal, y cuando lo releí… acepté, entendí la finitud de la que estamos hechos como algo incluso lógico.

¿Le dio menos miedo la muerte después de leer a Borges?

Me hizo entender la lógica de la muerte y por tanto, me hizo aceptarla: por eso digo que es un antídoto contra la ansiedad. Toda nuestra vida es una carrera para superar la ansiedad. Y en cada momento en el que logramos superar la ansiedad, abrimos la puerta a la felicidad. Nadie puede tener ansiedad leyendo un cuento de Borges tranquilamente, ¿no? O escuchando una cantata de Bach. Por eso hago esa comparación entre ellos tan atrevida en el libro. No llegué a contarlo en el ensayo porque no tuve la certidumbre, pero creo que Bach y Borges tenían las mismas querencias filosóficas. Lo más próximo a lo sublime, al entendimiento del sentido y la existencia del universo… es la creación cultural, es el arte más elevado. Si acompañas tus días con Borges y Bach (por ejemplo, también pueden ser otros), vas a entender la vida mejor y vas a hacer la vida mejor a los demás.

Zapatero.

Zapatero. Silvia P. Cabeza.

Me resulta curioso que, a pesar de su conocido buen humor, de su apuesta por el talante, le caiga tan simpático un caballero tan borde como Borges, tan genialmente enfadado, tan graciosamente despectivo. A Borges le recuerdo algunos de los insultos más agudos que he escuchado nunca.

Él tenía una capacidad irónica impresionante, un gran arsenal. Y lo digo en el ensayo: tenía una pluma que podía ser muy destructiva.

Pluma y lengua. Verbo oral, digamos.

Sí, sí. A muchos escritores españoles, sobre todo, les fustiga.

Recuerdo cuando dijo que Lorca era un “amanerado insoportable” y cuando, acerca de Antonio Machado, comentó: “No sabía que Manuel tuviera un hermano”.

Bueno, su lengua preferida era el inglés, eso está claro, y pensaba que el español se hablaba mejor en muchas partes de América que en España. Lo de Machado, en fin, luego explicó que era una broma. Pero el comentario que sí que me desagradó fue el que hizo sobre Lorca, sobre un poeta tan extraordinario como él… no fue justo. Pero he llegado a una conclusión, no obstante. Sabe que una de las frases más recordadas de Borges es aquella de “la democracia es un abuso de la estadística”. La interpretación inicial puede ser que no creía en la democracia, ¿no?, pero siento que esa interpretación es aproximativa. Yo creo que Borges disfrutaba haciendo frases brillantes…

A cualquier precio.

Sí,  la verdad que “la democracia es un abuso de la estadística” es una frase brillante. Le importaba muy poco lo que la gente pensase de él.

Es una sentencia excesiva, claro. Quizá no se pueda ser muy brillante sin ser excesivo.

Sí, pero esa es una frase que se repite, se repite y se repite… y se malinterpreta. Mire, a él uno de los temas filosóficos que más le obsesionó fue el de Aquiles y la tortuga. Toda la filosofía se ha dedicado durante más de veinte siglos a decir que es una teoría que no tiene fundamento, pero él dice: “23 siglos lleva toda la filosofía refutándola y ahí está. Ante lo cual, es inmortal”. ¿Qué quiero decir con esto? Que él valoraba más la brillantez, más la construcción de un argumento (ya sea filosófico, literario o poético) que el mensaje que se pudiera dar. No le importa el mensaje. Él quería hacer poesía, arte puro, sin adherentes, ni de convicciones, ni nada.

Él era un amante de la Biblia y no era creyente. Le gustaba la Biblia como obra literaria, le parecía fantástica la capacidad creativa de la Biblia. Cuando le preguntaban por dios, decía: “No creo, pero me interesa”. Le obsesionaban los grandes temas metafísicos, le obsesionaba el tiempo. Decía: “¿Qué broma es ésta del es, del será y del fue?”. En el terreno del idealismo, dice: “Ya Hume notó que los argumentos de Berkeley, idealista, son irrefutables, pero no nos producen ninguna convicción”. Borges admira los argumentos y el método más allá de que la doctrina signifique algo ideológicamente para él.

Zapatero.

Zapatero. Silvia P. Cabeza.

Dedica un capítulo del libro a hablar de sus espinas políticas. En su caso es inevitable que le pregunte por las abismales diferencias ideológicas entre Borges y usted mismo. Él era un hombre que repudiaba el Estado, un anarquista conservador, un simpatizante de la dictadura de Pinochet y de la propia dictadura argentina. Esto enroca con un debate muy vivo: ¿diferencia usted al hombre del escritor, distingue al genio del señor que arrastra esas vergüenzas políticas que pudiera tener Borges?

Prefiero, humanamente, a un escritor que esté más cerca de mis ideas, pero eso no me condiciona un ápice a la hora de valorar su talento y su obra. No me condiciona en absoluto. Esa es una de las grandezas de la vida, afortunadamente. Me hubiera encantado hablar de política con Borges.

Para convencerle, supongo.

No, no (ríe). Bueno, son interpretaciones que uno hace o que quiere hacer (este recurso es muy borgiano), pero creo que jugaba con nosotros. Jugó con nosotros. Lo que sí le marcó a un nivel muy personal fue su antiperonismo. El peronismo le quitó de director de la biblioteca, una hermana suya estuvo un mes en la cárcel… así que todo lo que fuese un reflejo de peronismo lo rechazó abiertamente. Los consideraba movimientos populacheros y él pertenecía a una élite, a una aristocracia… ojo, intelectual. Eso lo reivindico en el libro.

Dice que fue un hombre sin lujos.

Así es. De hecho, yo he estado con personas que estuvieron en su casa en los últimos años y cuentan que era bien modesta, con alguna gotera. Él lo dice, además: “Yo milito en la clase media”. Le parecían tan malos los que no tienen nada como los que tienen demasiado. Él venía de una familia de cierta aristocracia militar.

¿Dónde militaría Borges ahora que no existe la clase media?

(Ríe). Bueno… no, es decir, ojalá le tuviéramos todavía pensando. Para las personas que hemos tenido la suerte de introducirnos en el mundo Borges, nos ha cambiado para bien la vida. El único problema que me ha podido producir es que de tanto leerle y releerle he leído menos a otras personas que debería leer. Comprendo que es una deformación, casi una enfermedad.

Decía Ortega y Gasset que el amor es un fenómeno de la atención. Su manera de amarle es atenderle con más ahínco a él.

Sí, es que me pongo a leer algunas cosas y después de haberme sumergido en cada frase, en cada argumento, en cada adjetivo… bueno, ¡cómo adjetivaba Borges! “La candente mañana de febrero en la que murió Beatriz Viterbo, después de una imperiosa agonía…”. Así empieza El Aleph.

¿Le daría miedo que Borges fuese sometido a lo que ahora se llama “cultura de la cancelación”? Sabe usted que es lo que se propone desde círculos biempensantes. Ha sucedido con Neruda y la polémica del aeropuerto: muchos sectores se negaron a bautizarlo con su nombre por el hecho de haber reconocido una violación en sus propios diarios. ¿Teme que hoy Borges, desde la brocha gorda de la sociedad moderna, pueda ser considerado meramente “un facha” por haber defendido dictaduras?

Me parecería una posición completamente… absurda. Además, para satisfacción de muchos, en sus últimos años criticó la dictadura argentina y apoyó manifiestos en favor de los desaparecidos por el régimen de Videla. En cualquier caso, no, no creo que debamos condenar el arte. Pasa con grandísimos autores… a uno le puede gustar más o menos Wagner, pero es Wagner.

¿Es ese un error frecuente de la izquierda moderna, ese enjuiciamiento?

Una de las cosas que me producen satisfacción, y lo digo en el ensayo, es que cada vez que hablo con un argentino, Borges sale en la conversación, y conozco a muchos argentinos peronistas. ¡Son borgianos! Ese es el mejor ejemplo. El propio presidente, Alberto Fernández, es un apasionado del poema Las causas. He hablado con él de ese poema en más de una ocasión.

Vaya. Como le pasa aquí a Vox con Lorca.

Bueno, es que tenemos que tener esa grandeza intelectual y yo diría que moral. Mis ideas son las que son, Borges no va a afectar a mis ideas, pero no voy a dejar de rendirme ante él. Metafóricamente, me pongo de rodillas ante su capacidad y su talento.

El ensayo de Zapatero sobre Borges.

El ensayo de Zapatero sobre Borges. Silvia P. Cabeza.

A Borges le gustaba chulear a las Academias. ¿Qué piensa usted: protegen de veras la lengua o simplemente la vuelven tediosa y anquilosada?

Como todo creador genial, Borges era autodidacta. En el epílogo de sus obras completas, él fabula acerca de una enciclopedia latinoamericana del año 2070 donde se hace referencia a un tal Borges, que es él mismo, y ahí dice “se trata de un autor que cambió la prosa argentina”. Él sabía…

Algo intuía, sí, acerca de su relevancia.

El mensaje importante es que la creación del pensamiento literario es lo más fecundo de la vida. En el ensayo digo que de todas las historias de la historia (la historia de la economía, de la política, de la religión…), la historia de la literatura es la crucial, porque las comprende, las abarca todas.

O sea, ¿que no a las Academias?

No, bueno, él descreía de los reglamentos, descreía de la excesiva formalidad, de la rigidez, de las escuelas y sus clasificaciones. Creía en el arte puro y en el lenguaje como tradición oral. Las academias, como todo en la vida, son instituciones que quizá deberían tener una apertura mayor. En el caso de las Academias de la lengua española, hay que decir que han jugado un papel muy importante a la hora de mantener la cercanía de las formas de hablar el español.

A mí esto me angustia, ¿eh? Me angustia que no comprendamos en España que el 90% de los hispanohablantes están en América. Me angustia que no reconozcamos que la gran renovación literaria, la vanguardia literaria en el siglo XX y parte del XXI se ha producido en hispanoamérica. Si no lo reconocemos, equivocaremos el futuro. Es la mayor preocupación que tengo como español en la dimensión cultural. Sabe que al final, lo que define los procesos políticos, el devenir de los movimientos políticos, y económicos, y sociales…

Es lo que los precede: el acontecimiento cultural.

Sí.

Eso decía también Gramsci, curiosamente.

¿Sí? No lo sé. Pero me preocupa que no estemos viviendo con más intensidad y más reconocimiento la América española.

¿Es usted también, como Borges, un escéptico de los premios? ¿Está el mundo entero trucado? ¿Su manera de ser receloso ante los premios era una manera de ser crudo y desapegado ante el sistema?

Con el transcurso de los años, al constatar que a Borges no le dieron el premio Nobel de Literatura, para mí el Nobel ha perdido mucho. Así es.

Hace unos años se desclasificaron los archivos del Nobel de 1967 y decían que a Borges no le dieron el Nobel porque era demasiado culto, demasiado alambicado, demasiado exclusivo.

¡Es que…! Además el Premio Cervantes se lo dimos compartido con Gerardo Diego. ¡Es que…! (resopla y sonríe). La comunidad borgiana somos una comunidad significativa: fieles militantes de Borges. Y somos irredentos, en esto y en todo. Pero es verdad que no es un escritor que haya llegado al gran público en general, y no es un escritor fácil: las primeras citas con Borges son normalmente frías, porque es un autor profundo, muy sofisticado, que te hace pensar… en dos páginas cita a dieciocho filósofos y sus teorías. Ahora: si superas las primeras citas, la pasión está garantizada.

¿A qué político español le regalaría un libro de Borges y por qué buena razón? No me diga “deberían leerlo todos…”.

Por deferencia, se lo regalaría a Aznar.

¿Por qué?

Porque creo en la amabilidad como método ante los adversarios. Y sobre todo, porque Borges tiene una frase que me parece definitiva: “La duda es uno de los nombres de la inteligencia”. Es muy borgiano eso, y creo que es muy expresivo de la actitud que hay que tener ante el mundo.

Contra la beligerancia, contra el fanatismo, contra los grandes bloques de pensamiento…

Contra la rotundidad excluyente. Por eso se lo regalaría a Aznar. Pero con afecto, ¿eh?

Zapatero.

Zapatero. Silvia P. Cabeza.