Dubrovnik ha sido descrita en numerosas ocasiones como la Perla del Adriático y no en vano ya que es un destino que ofrece lo mejor de la Costa Dálmata de Croacia: naturaleza en estado puro, playas paradisíacas y de ensueño, siglos de historia, arte y cultura y una gastronomía fabulosa con servicios turísticos de primer nivel. Su encanto y su atmósfera mágica es imposible encontrarla en otro lugar de Europa.

Esta ciudad croata es pequeña y acogedora, con apenas 45.000 habitantes, que forma parte del Patrimonio Mundial de la Unesco desde 1979. Es una auténtica ciudad monumento, rodeada de impresionantes murallas defensivas cuya base se sumerge en el agua transparente del mar Adriático. Esta localidad tampoco pasará desapercibida para los seguidores de Juego de Tronos, que quieran ubicar y visitar uno de los escenarios de la serie.

A lo largo de la historia, Dubrovnik ha tenido una gran pujanza. Fue fundada en el siglo VII por un grupo de romanos huidos del avance de los eslavos que estaban invadiendo la península balcánica. Fue así como esta localidad se formó y fue conocida como Ragusa. Sus murallas comenzaron a construirse en el siglo XI y la fortificación se amplió durante los siete siglos posteriores. Más tarde se independizó de la República de Venecia, momento en el que se mantuvo un estatuto especial con los otomanos y experimentó un gran auge comercial y marítimo. Dejando atrás esos siglos, pasó por manos de Napoleón, los austro-húngaros, la soberanía de la antigua Yugoslavia… hasta la independencia de Croacia.

Estos años de historia se pueden contemplar a través de monumentos y edificios de interés. La huella del arte bizantino y veneciano se puede apreciar en edificios religiosos como la Catedral de la Asunción, la Iglesia de San Blas o los Monasterios Franciscano y Dominicano, pero también en edificios civiles como el Palacio del Rector o el Palacio Sponza.

El gran atractivo de Dubrovnik es pasear por sus murallas, el elemento arquitectónico que mejor define a la ciudad: imponentes muros a pie del mar que rodean al centro histórico. Desde el agua, el color gris rosáceo de la piedra contrasta con el intenso azul del mar, pero desde lo alto de las murallas sorprende el laberinto que forman las calles de mármol jalonado por las torres de las iglesias y los tejados de terracota. Estos muros resistieron a importantes asedios a lo largo de la historia, que han sido reforzados continuamente con fortificaciones hasta alcanzar los dos kilómetros de largo y 25 metros de alto.

El casco antiguo de Dubrovnik es otro gran atractivo aunque fue duramente bombardeado entre 1991 y 1992, cuando el 68% de los edificios resultaron afectados. Pero hoy en día se puede apreciar la restauración que la hace lucir casi como con el esplendor original. La calle Stradum, también conocida como Placa, es la más destacada. En torno a ella se distribuyen las mejores tiendas y restaurantes. Esta calle con más de 300 metros de largo divide el casco antiguo en dos.

En el casco antiguo resalta el Palacio del Rector, del siglo XV y con un estilo gótico-renacentista, que alojaba al gobernante de la ciudad. También sobresalen el Palacio de Sponza, que fue aduana, casa de la moneda, erario, arsenal y banco, y en él se puede apreciar una mezcla de estilos; la Catedral de la Asunción, con un estilo barroco pero levantada sobre una basílica del siglo VII; o la Iglesia de San Blas, también de estilo barroco.

Para disfrutar de las mejores vistas de la ciudad se puede ascender al monte Srd en funicular, donde además de apreciar las maravillosas panorámicas de Dubrovnik y las islas del Adriático se puede disfrutar de un restaurante, un pequeño museo de guerra y rutas de senderismo o en 4x4. No hay que olvidarse de sus fantásticas playas, que atraen cada año a un gran número de visitantes en busca del sol y el agua cristalina.
Para el visitante curioso y con ganas de aprender hay varios lugares ideales para ello. Destaca el Museo Arqueológico, donde se puede explorar el origen de la ciudad y la región, además del Museo Etnográfico Rupe, el Museo Marítimo, el de Fotografía de Guerra o el de Ron Brown, sin olvidar el Museo de Arte Moderno.

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