Se habla mucho de acoso escolar en cuanto a cómo actuar con la víctima y acosador, pero en muchas ocasiones nos olvidamos de los menores que observan y no actúan por miedo a la presión grupal. No sólo es importante, sino que se trata de una cuestión clave para abordar el acoso escolar.

Todos hemos pasado por esa edad y no importa a la generación a la que pertenezcamos, siempre recordaremos casos de acoso escolar en nuestra infancia, la diferencia con los casos actuales está en que, en los de ahora se multiplica el dolor por el repetidor de las redes sociales.

Nuestro instinto siempre nos conduce a tratar el asunto entre víctima y agresor, sin embargo obviamos a los facilitadores, esos que observan pero no actúan. Es ahí donde podemos abordar con eficacia la situación, instando un pensamiento crítico y reaccionario en las personas que observan la situación y no se atreven a actuar por miedo a la presión grupal y a la influencia del agresor.

Lo que sorprende es que, la influencia o liderazgo de la persona que acosa, es vulnerable en el momento que el grupo toma partido. Dotar de herramientas al mismo para romper el silencio cómplice es fundamental. Todo ello sumado a la intervención con la víctima y agresor evidentemente, ya que se trata de ver al grupo en su conjunto y a las personas implicadas desde su ámbito individual.

En los menores de hoy hay que tener en cuenta que el efecto es doble porque se replica en las redes sociales, cuando las víctimas de acoso de hace décadas llegaban a su casa y podían obtener refugio, las de ahora siguen con el calvario. Por eso es importante tener en cuenta que la salud mental de los menores puede ser más vulnerable ante los nuevos desafíos sociales.

Marina Ortega

Psicóloga del Centro Lingoreta