En el ámbito de las finanzas personales, a menudo se tiende a confundir dos figuras distintas: el educador financiero personal y el asesor financiero. Sin embargo, lejos de ser roles en competencia, ambos se complementan y aportan un valor conjunto imprescindible para que los ciudadanos tomen decisiones económicas y financieras sólidas, conscientes y alineadas con sus objetivos vitales.
El educador financiero personal acompaña a las personas desde el inicio. Su labor no consiste en vender productos ni en recomendar una inversión concreta, sino en ayudar al cliente a definir sus metas vitales, organizar su economía y elaborar un plan financiero personal que contemple todas las áreas: presupuesto, protección, endeudamiento, jubilación e inversión. Su enfoque es integral y está sustentado en normas técnicas de calidad internacionales, lo que garantiza que cada plan sea coherente, eficaz y ajustado a la realidad de cada familia.
El asesor financiero, en cambio, entra en acción cuando ese plan ya está diseñado. Es quien aporta los productos financieros que mejor se ajustan a las necesidades detectadas: fondos de inversión, seguros, planes de jubilación, entre otros. La industria financiera juega aquí un papel fundamental, ya que es la que proporciona las soluciones que permiten materializar los objetivos definidos junto al educador.
Esta sinergia entre educación e industria es la clave de la confianza. El educador asegura que la persona cuente con criterio, información y herramientas para decidir con autonomía, mientras que el asesor garantiza que los productos elegidos sean sostenibles, auditables y adaptados a su perfil. De este modo, se evitan errores habituales como la contratación impulsiva de productos de moda o la rotación excesiva de inversiones sin un rumbo claro.
Un ejemplo ilustrativo: muchas personas comienzan a invertir motivadas por la tendencia alcista de los mercados —ya sea en fondos, acciones o criptomonedas—, pero cuando el escenario cambia no tienen una estrategia definida ni un plan de contingencia. Aquí es donde la figura del educador resulta fundamental: prepara al cliente para distintos escenarios, le ayuda a identificar su perfil de riesgo y le enseña a mantener la calma ante la volatilidad. A partir de ahí, el asesor puede recomendar los productos más adecuados para que ese plan se cumpla sin sobresaltos.
La confianza del ciudadano, en última instancia, se construye sobre la base de servicios profesionales regulados, con contratos claros, transparencia y garantía institucional. Esta profesionalización marca la diferencia con la llamada “educación financiera gratuita” que abunda en redes sociales y que, en realidad, suele ser marketing encubierto para la venta de productos.
La conclusión es evidente: el Educador Financiero Personal no sustituye al Asesor Financiero, lo complementa. Como en la medicina, donde el médico diagnostica y prescribe y la farmacia dispensa el tratamiento, en las finanzas el educador acompaña en el diseño del plan y el asesor facilita los instrumentos para llevarlo a la práctica. Solo uniendo ambas piezas —educación y producto— se puede ofrecer al ciudadano un servicio completo que refuerce su bienestar económico y financiero personal y familiar.
María Alegría
Responsable de comunicación y marketing AEPF