Joan cuenta actualmente con más de 2000 gallinas.

Joan cuenta actualmente con más de 2000 gallinas.

Sociedad

Joan, avicultor, sobre el trabajo incansable para sostener una granja: “Exige trabajo duro, todos los días sin descanso”

Joan distribuye huevos a hoteles, carnicerías, fruterías e incluso restaurantes con estrellas Michelin.

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A sus 27 años, Joan decidió dar un giro radical a lo que parecía un camino seguro: tras estudiar ADE, en lugar de optar por corbata y oficina, eligió el campo y apostó por un modelo tradicional y sostenible. Montó su propia granja para producir huevos camperos en un país donde cada día cierran más de 20 explotaciones. Desde el inicio, sabía que no sería fácil: “Es trabajo duro, muchas horas y tienes que luchar mucho para que la rentabilidad salga adelante”.

De estudiante a avicultor

Sin experiencia profesional previa en el sector, Joan inició su proyecto con apenas 22 años, apoyado en un pequeño premio de autocupación de 700 € que pronto resultó insuficiente. Ante la falta de financiación, se vio obligado a reinvertir cada euro que entraba, durante tres años, hasta construir una estructura sólida.

Lo hizo en terrenos familiares que adaptó desde cero, empezando con 100 gallinas y compaginando producción de carne y huevo. Con el tiempo, dejó la carne atrás y enfocó toda la actividad en la producción de huevos camperos.

Hoy su granja cuenta con alrededor de 2.000 gallinas, con más de 4 metros cuadrados por animal para moverse en libertad. Joan explica que la diferencia entre un huevo industrial y uno campero está en la vida de la gallina: en Cancosteta, las aves se alimentan de cereales, hierbas y bichos del campo, mientras que en granjas industriales muchas no salen nunca de una jaula más pequeña que un folio.

Un modelo sostenible y rentable

La rentabilidad, explica Joan, no está solo en lo que se produce, sino en cómo se vende. Por eso, decidió apostar por la venta directa a hoteles, carnicerías, fruterías, hornos y restaurantes con estrella Michelin, evitando intermediarios. Actualmente su producción llega a más de 90 puntos de venta. El precio de sus huevos ronda los 38 céntimos la unidad, frente a los 28 céntimos del huevo industrial, pero con una rentabilidad neta del 25% y la satisfacción de ofrecer un producto más saludable y ético.

El avicultor también ha diversificado la experiencia: con visitas escolares, introdujo nuevas razas de gallinas que producen huevos de distintos colores, convirtiendo su granja en un espacio de aprendizaje y conciencia para niños y familias.

Una vida sin descanso

El día a día de Joan comienza a las 5 de la mañana. Aunque ya no realiza todas las tareas él mismo, coordina a un equipo de cuatro personas encargadas de la granja, el envasado y la distribución. “Aquí no hay fines de semana. Las gallinas no entienden de festivos”, explica. Su filosofía es clara: cuidar a las gallinas como “reinas” para garantizar su bienestar y, con ello, mejorar la calidad del producto.

Tras cinco años en el negocio, reconoce errores y aprendizajes. Haber apostado por la carne, cuenta, fue un fallo por depender de terceros. Ahora concentra todos sus esfuerzos en los huevos, convencido de que el futuro del sector primario pasa por la integración vertical: producir, distribuir y llegar al consumidor final sin intermediarios.

Con más de 2.000 gallinas, 94 clientes y un modelo de negocio en expansión, Joan asegura que este camino no es sencillo, pero sí gratificante. “Exige trabajo duro, todos los días sin descanso”, afirma. Y es precisamente esa constancia, sumada al compromiso con lo local y lo sostenible, lo que le ha permitido construir una granja rentable en un sector cada vez más desafiante.