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La Jungla / Social

La madurez ya no existe: vamos de la juventud a la vejez sin paso intermedio

En la Jungla. La madurez está tan sobrevalorada que al final hemos terminado por apartarla. Es un hecho: nos sentimos jóvenes hasta que un día, mirándonos en el espejo, descubrimos que nos hicimos mayores.

10 febrero, 2018 12:38

Crecer no solo forma parte del ritual que nos convierte en personas, también es un proceso fisiológico del que nadie puede escapar. Nacemos, crecemos, hacemos cualquier cosa entre medias (el dicho dice que reproducirnos, pero basta con mirar las estadísticas para descubrir que eso no es cierto) y terminamos el ciclo de manera inevitable. Todo lo anterior es de perogrullo porque lo conocemos todos. Igual que nuestro proceso de maduración: de jóvenes a adultos para después llegar a viejos. Espera, que quizá esto ya no sea tan cierto...

Hay una fecha clave en la vida de toda persona. Nos levantaremos como cualquier otro día, nos haremos los remolones en la cama tratando de alargar lo máximo posible ese ratito entre las sábanas, iremos al baño para evacuar los líquidos acumulados durante la noche y nos miraremos en el espejo. Ese día, la mañana clave, el momento en el que todos los universos cuadran para devolvernos la peor imagen de nosotros mismos, descubriremos que el reflejo caprichoso nos muestra envejecidos.

No es culpa del espejo ni tampoco de las confabulaciones temporales, más bien es un ejercicio de sinceridad que nuestro cerebro, aliado con nuestra vista, decide llevar a cabo para quitarnos todas las tonterías de golpe. Por más que te creas joven, aunque sigas manteniendo las malas rutinas de tu adolescencia, la realidad es bien distinta.

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Quizá el antagonista de esta historia no sea el espejo, con esa imagen que un día te arroja en la que te ves con arrugas, con más canas de las que creías y con unas entradas que parecen la taquilla de un concierto de los Rolling Stones. El espejo puede cambiarse por ese partido de fútbol que te deja lesionado al ir a lanzar un penalti; o ese salto para evitar los charcos de la acera que no solo termina regalándote unas muletas, también el bochorno de tu vida al terminar con el culo dentro del agua. No, la edad no perdona. El problema es que nosotros sí la perdonamos a ella; al menos hasta que alguien nos quita la venda de los ojos. Entonces maldeciremos a la edad como unos niños a los que castigan sin recreo justo cuando mejor se lo estaban pasando.

La culpa no solo es nuestra por confiar en unas posibilidades que se quedaron atrás, también es culpable la publicidad, los lemas estilo Mr Wonderful y la vuelta de los 80 al terreno del entretenimiento. Nos dicen que hay que sentirse siempre jóvenes por dentro, que hay que mantener el espíritu infantil. El síndrome de Peter Pan jamás había estado más vivo, igual que el inconformismo y la cultura del "yo". Esto hace que la madurez se haya diluido, evaporado, convertido en un concepto con el que una vez nos amenazaron nuestros padres. Ponemos tanto empeño en seguir siendo jóvenes que ya no existe transición hacia la vejez

No tiene nada de malo mantener una mentalidad joven. Tampoco diría que es bueno madurar, al menos en el sentido más estricto (o extendido) de la palabra. Según la tercera acepción de la RAE, madurez es "Buen juicio o prudencia, sensatez". Aunque creo que yo me quedaría con la segunda acepción: "Período de la vida en que se ha alcanzado la plenitud vital y aún no se ha llegado a la vejez". Creo que aún no soy viejo y dispongo de plenitud vital. Eso sí, tampoco me veo como "maduro". Y quizá este sea el quid de la cuestión: no maduramos porque no asumimos que el tiempo pasa más por nosotros que por el resto. La última vez que te trató de usted un niño lo demuestra.