Retrato robot de la víctima difundido hace años por las autoridades.
La mataron, la enterraron en cal viva y 34 años después al fin se sabe quién era: la Guardia Civil resuelve el 'crimen de Reyes'
Una joven de 24 años fue apuñalada en 1991 en Asturias y nunca se supo su nombre. Los avances en las técnicas de ADN han facilitado su identificación.
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Corría la Navidad del año 1991. Era, concretamente, 6 de enero, y una joven de 24 años, vecina del pueblo de Avilés, decidió hacer autostop en Oviedo.
Nadie sabe muy bien qué hacía allí, ni hacia dónde se dirigía. En su espera pareció tener a la suerte consigo pues, en mitad de la noche, un varón paró su vehículo con la aparente intención de llevarla a su destino.
Lo que no sabía la joven es que, una vez montara en ese coche, ya nunca saldría con vida de él. Tampoco que su cadáver sería despedazado, enterrado en cal viva y, posteriormente, arrojado al río Nalón; ni que permanecería sin nombre durante 34 años. Hasta ahora.
El caso, conocido desde entonces como el "Crimen de Reyes", acaba de ser resuelto. A pesar de que el responsable de los hechos fue identificado y condenado por homicidio en 1997, este siempre sostuvo que desconocía la identidad de su víctima.
Por ello, el caso no llegó a cerrarse nunca del todo y, en noviembre de 2025, la Guardia Civil ha logrado poner por fin nombre y apellidos –que no ha querido revelar– a aquella mujer cuyo cuerpo apareció en octubre de 1995 en Barros, una localidad del municipio asturiano de Langreo, con evidentes signos de haber sido apuñalada.
Gracias al ADN y a las técnicas de identificación actuales, se cierra uno de los capítulos más oscuros de la criminalística asturiana, demostrando cómo la ciencia puede, décadas después, devolver la identidad a quienes perdieron la vida de la forma más brutal.
Una desaparición silenciosa
Todo hace pensar que la vida de esta joven habría estado ligada a la marginalidad, criada en el núcleo de una familia desestructurada en las afueras de Avilés.
A pesar de que los hechos se sucedieron durante el invierno de 1991, su madre afirmó que su hija llevaba desaparecida desde hacía un año antes, pero su ausencia no fue denunciada hasta 1995.
Fue la progenitora quien finalmente acudió a la Guardia Civil, manifestando que no sabía nada de su hija desde hacía tiempo y que había estado cuidando de su nieta durante esos cinco años de silencio. Pero las primeras gestiones policiales no arrojaron ninguna pista.
El caso quedó archivado en los registros de personas desaparecidas, revisados periódicamente cuando surgía algún indicio nuevo. Pero, durante años, nada. La joven seguía figurando como una más en la lista de personas que se desvanecen sin dejar rastro.
De hecho, la madre siguió criando a su nieta hasta su fallecimiento, muriendo sin poder saber qué había sido de la vida de su hija. La niña, que tenía apenas cinco años en el momento en el que su madre desapareció, creció también con el peso de esa ausencia que seguía siendo una incógnita.
Pero hoy, esa niña ya es una mujer adulta, y ha sido quien precisamente ha aportado su ADN para que su madre pueda, por fin, descansar bajo un nombre.
El "Crimen de Reyes"
Mientras la familia de la joven avilesina aguardaba respuestas que no llegaban, en la cuenca del Nalón se había producido uno de los crímenes más estremecedores de la década. En octubre de 1995, la Policía Nacional de Langreo recibió una confesión inesperada.
La pareja de un vecino de la zona acudió a comisaría tras una discusión doméstica y relató un suceso que habría tenido lugar cuatro años antes: su compañero había asesinado a una joven que recogió haciendo autostop y la había apuñalado para, posteriormente, enterrarla en un terreno de su propiedad.
Investigación del llamado 'Crimen de Reyes'.
La benemérita no tardó en personarse en el lugar, donde efectivamente fueron encontrando restos de un cadáver, siguiendo las indicaciones de la mujer.
El detenido confesó los hechos con frialdad y, según su versión, la noche del 6 de enero había recogido a la víctima cuando hacía autostop en Oviedo. Aseguró queella intentó robarle, lo que provocó un forcejeo y él, en ese momento, la acuchilló.
Luego metió el cuerpo, aun sangrando, en el maletero, y condujo hasta Barros, donde le contó a su pareja lo sucedido.
Ambos comprobaron que la mujer había fallecido desangrada en el maletero y, asustados, decidieron enterrar su cuerpo en una caseta ubicada en la parte trasera de la vivienda utilizando cal viva, con la esperanza de que la descomposición acelerada borrara cualquier rastro.
Semanas después del crimen, cuando el asesino observó que los roedores estaban hurgando en el lugar y desenterrando el cuerpo, se deshizo de parte de los restos tirándolos al río Nalón.
La otra parte del cadáver permaneció oculta en esa caseta hasta octubre de 1995, cuando fue finalmente descubierto. Para entonces, el deterioro era tal que resultaba imposible identificar a la víctima con las técnicas forenses de la época.
Los especialistas lograron elaborar un retrato robot a partir de la estructura craneal, que fue publicado en diversos medios de comunicación, pero nadie reclamó esos restos.
El hombre fue juzgado por estos hechos en 1997, cuando la Audiencia Provincial de Oviedo le condenó por homicidio. Murió en enero de 2024, sin que la víctima hubiera sido identificada.
Avances en las técnicas
Pero el punto de inflexión llegó en mayo de 2024, casi tres décadas después del hallazgo del cadáver. Los agentes de la Unidad Orgánica de Policía Judicial de la Guardia Civil de Gijón retomaron los expedientes antiguos dentro de un programa de revisión de casos de personas desaparecidas.
Los avances en las técnicas de identificación por ADN ofrecían ahora posibilidades que en los años noventa eran impensables. Los investigadores contactaron con la familia de la joven desaparecida para tomar muestras de ADN. Primero acudieron a la madre, pero falleció poco después, en junio de 2024.
Fue entonces cuando los agentes recurrieron a la hija de la víctima, que aportó nuevo material genético para el cotejo. Paralelamente, los agentes comenzaron a revisar viejos informes de homicidios cometidos en Asturias en aquella época.
En esa búsqueda apareció el "Crimen de Reyes". El cotejo del retrato robot de la víctima del homicidio con las fotografías aportadas por los familiares de la desaparecida mostraba ciertas similitudes que podían confirmar una correlación entre ambas.
La colaboración de los agentes de la Policía Nacional que participaron en la investigación del crimen en 1991 fue fundamental. Aportaron toda la documentación existente en sus archivos, lo que permitió localizar los restos de la fallecida, que se hallaban custodiados en el Departamento de Biología del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses de Madrid.
En los noventa, las tecnologías genéticas no permitían extraer un perfil fiable de restos altamente degradados, pero las bases de datos forenses, renovadas a partir de 2015, han permitido reexaminar restos antiguos con técnicas mucho más precisas, capaces de analizar ADN de fragmentos óseos de apenas miligramos.
De este modo, el nuevo análisis, realizado en 2025 por el Instituto de Toxicología, confirmó lo que las sospechas ya apuntaban: los restos hallados en 1991 pertenecían a la joven desaparecida de Avilés.
La coincidencia genética fue total entre las muestras de la hija y los huesos conservados durante más de tres décadas. Ahora, ya con la joven identificada, la Guardia Civil ha decidido mantener el nombre de la víctima en el anonimato, respetando la voluntad de la familia.