Enviado especial a Dajla
Publicada
Actualizada

El avión toca tierra en mitad del desierto. Una pista construida hace casi un siglo por el ejército español se abre paso de la nada: ni árboles, ni montaña, ni sombra. Sólo el brillo del Atlántico al fondo, como una promesa lejana. Y las miradas inmóviles de los militares marroquíes que custodian el aeropuerto.

Dajla —antes Villa Cisneros— aparece así: un espejismo real, una ciudad de más de 170.000 habitantes que fue fundada por los españoles en 1884 y que Marruecos ha convertido en su escaparate más pulido. Desde Madrid se llega en tres horas y media por treinta euros. Un vuelo barato a una historia cara.

El viento salta desde el mar y empuja a los surfistas hacia la laguna, un espejo de agua donde el reino alauita quiere reflejar su triunfo. Marruecos celebra este mes el cincuenta aniversario de la Marcha Verde en este territorio ocupado del Sáhara Occidental, que reivindica como propio en un plan que la ONU ha avalado ahora tras medio siglo.

Dos mujeres esperan para cruzar la avenida Mohamed Hassan El Ouazzani, en el centro de Dajla, con una particular decoración llena de banderas del Reino de Marruecos.

Dos mujeres esperan para cruzar la avenida Mohamed Hassan El Ouazzani, en el centro de Dajla, con una particular decoración llena de banderas del Reino de Marruecos. Julio César R. A.

Cartel que anuncia las celebraciones por el 50º aniversario de la Marcha Verde (1975–2025), la movilización con la que Marruecos ocupó el Sáhara Occidental tras la retirada española.

Cartel que anuncia las celebraciones por el 50º aniversario de la Marcha Verde (1975–2025), la movilización con la que Marruecos ocupó el Sáhara Occidental tras la retirada española. Julio César R. A.

El periodismo, si no se ejerce desde el oficialismo marroquí, no está bien visto en esta región. Sólo en el último año 25 periodistas españoles han sido expulsados del territorio mientras realizaban coberturas sobre el terreno. Otros, como Francisco Carrión, de El Independiente, no llegaron siquiera a bajar del avión al ser consideradas personas non grata por orden policial.

Sin embargo, EL ESPAÑOL logra entrar en el territorio más vigilado del norte de África, justo en pleno ambiente festivo. En las calles, los niños agitan banderas rojas, lucen camisetas de la selección de fútbol, los altavoces repiten discursos del rey Mohammed VI; y los pocos turistas europeos —piel rosada, sonrisa náufraga, ropa de marca— beben zumos en vasos de plástico. No saben dónde están. O lo saben, pero prefieren no saberlo.

La Dubái del Sáhara

"Dajla será nuestra Dubái", dice Samir, 23 años, recepcionista de día y camarero de noche. Habla en un francés que tropieza y sonríe con la cortesía del que ya ha aprendido que hay preguntas que no se responden. A su espalda, una hilera de hoteles relucientes muerde el borde del mar. Piscinas infinitas. Palmeras importadas. Música electrónica en la terraza.

El turismo llegó como llegan las mareas: lento, constante, sin pedir permiso. Los vuelos low-cost de Ryanair y Transavia conectan por primera vez esta ciudad con Europa. Dos días a la semana, decenas de europeos desembarcan en un territorio que fue zona militar, provincia española, y después campo de batalla invisible.

Vista aérea de uno de los resorts construidos por Marruecos sobre las dunas de Dajla.

Vista aérea de uno de los resorts construidos por Marruecos sobre las dunas de Dajla. Julio César R. A.

El aeropuerto, que Marruecos busca expandir sobre los cimientos de la construcción que hizo España, fue testigo en los años 60 de los aviones trasatlánticos de Iberia que necesitaban hacer una parada técnica antes de seguir rumbo a Buenos Aires. La misma aerolínea llegó a mantener en los 70 una línea regular con Gran Canaria. Después, salvo una conexión de Binter Canarias, llegó el silencio. Hasta ahora.

Un pesquero gallego —Javi, 52 años— cuenta en el avión que antes tardaban mucho más en llegar a Dajla. "Esto era un culo del mundo, una base con viento y soldados", dice. Ahora, las carreteras están recién asfaltadas y los taxis tienen taxímetro digital. "Marruecos está metiendo dinero como si el desierto fuera suyo". Lo dice sin ironía: Marruecos lo considera suyo.

La web oficial de Marruecos ofrece estos resorts de la siguiente manera: Estas costas están entre las más bellas de Marruecos. Aislados del mundo por el desierto circundante, son un verdadero remanso de paz, el lugar ideal para disfrutar del sol de 25 grados durante todo el año.

La web oficial de Marruecos ofrece estos resorts de la siguiente manera: "Estas costas están entre las más bellas de Marruecos. Aislados del mundo por el desierto circundante, son un verdadero remanso de paz, el lugar ideal para disfrutar del sol de 25 grados durante todo el año". Julio César R. A.

Lo que el turismo borra

La plaza Hasan II brilla de noche. Niños corren entre farolas con la bandera impresa en el pecho. En la pantalla gigante, un presentador sonríe y repite el lema del aniversario: "Cincuenta años de unidad y progreso". Las luces rojas y verdes se proyectan sobre edificios con arquitectura de otro siglo: los restos del trazado español, las esquinas donde todavía alguien recuerda otro nombre.

En 1975, cuando Franco agonizaba, Marruecos entró en el Sáhara Occidental con la Marcha Verde: 350.000 civiles cruzando la frontera, ondeando banderas y rezando por la "reintregación". Los saharauis quedaron en medio, entre el abandono y la anexión. Medio siglo después, el conflicto sigue abierto, aunque en Dajla nadie pronuncia la palabra "ocupación".

"España tenía esta región abandonada y nosotros llegamos y la hicimos próspera", dice el presidente de la Comuna de Dajla, como le llama administrativamente el Reino de Marruecos. Justo en este lugar se arrió la última bandera española en el Sáhara Occidental.

Miércoles 5 de noviembre en la plaza de Hassan II en Dajla, Sáhara Occidental, donde Marruecos celebra el 50 aniversario de la Marcha Verde.

Miércoles 5 de noviembre en la plaza de Hassan II en Dajla, Sáhara Occidental, donde Marruecos celebra el 50 aniversario de la Marcha Verde. Julio César R. A.

Fue el 28 de febrero de 1976, a las 11 de la mañana, a cargo del comandante Moreno Pardo. Desde entonces, Marruecos ha tratado de borrar cualquier huella de España. Los edificios de estilo colonial español se caen por falta de mantenimiento. Otros han sido directamente derruidos.

La iglesia de Nuestra Señora del Carmen resiste contra la arena. La erigieron los españoles en los años treinta. Los marroquíes la convirtieron, primero, en un cuartel. Y, después, en ruina.

"Me dijeron que los militares estaban destruyendo la iglesia", cuenta Semlali Mohamed, hijo de un saharaui que sirvió en el ejército español. Está en silla de ruedas. Habla despacio. "Les dije que era patrimonio del pueblo saharaui. Nos concentramos todos frente a ella. El gobernador finalmente accedió".

Ahora, el último templo español en el Sáhara Occidental resiste en silencio. Los fieles —mayoritariamente migrantes subsaharianos— rezan en voz baja. El sacerdote, camerunés, murmura en español: "Ave María, llena eres de gracia". Nadie entiende las palabras, pero las repiten igual. Afuera, el viento levanta arena.

Una familia camina delante de la última iglesia española en el Sáhara Occidental mientras dentro se celebra la Adoración al Santísimo.

Una familia camina delante de la última iglesia española en el Sáhara Occidental mientras dentro se celebra la Adoración al Santísimo. Julio César R. A.

La calma como control

La ciudad es amable. Demasiado amable. Hay policías en cada esquina, militares de paseo, coches sin insignias que observan. No es la represión visible, sino el orden absoluto. El visitante lo nota al segundo día, cuando empieza a reconocer las mismas caras detrás de los mismos parabrisas. "C’est trop calme ici, wallah" [aquí no pasa nada, de verdad], murmura un taxista en francés-árabe.

En los cafés junto a la laguna los hombres fuman despacio. Y las mujeres hablan rápido entre ellas. En el televisor del bar, un comentarista deportivo grita un gol del FC Barcelona, que se disputa un partido de la Liga de Campeones contra el Club Brujas. Al preguntar a la camarera por el hassanía, el dialecto árabe que hablan los saharauis, cambia de tema.

Un grupo de hombres visualizan un partido del FC Barcelona en una cafetería de la avenida Al Walae, en Dajla.

Un grupo de hombres visualizan un partido del FC Barcelona en una cafetería de la avenida Al Walae, en Dajla. Julio César R. A.

La vigilancia en Dajla no necesita sirenas. Está en el aire. En la manera en que todos te miran sin mirarte. En la costumbre de evitar la palabra equivocada. En el gesto automático de bajar la voz.

Bajo la superficie de esa calma, late la economía. A cuarenta kilómetros al norte, las máquinas excavan el futuro: el megapuerto de Dajla. Será el segundo más grande de la región después de Tánger Med. 940 millones de euros invertidos para un monstruo de acero destinado a mover contenedores, fosfatos, pescado.

Para Marruecos, es el símbolo del futuro; para España y Canarias, una amenaza comercial directa. "Cuando funcione, Las Palmas perderá tráfico, eso se puede dar por hecho", dice un técnico portuario español que prefiere no dar su nombre. "Es la estrategia: convertir el Sáhara en el nuevo motor atlántico". La táctica es similar a la utilizada en Tánger Med, que cada año quita clientes comerciales al puerto de Algeciras.

En el muelle viejo, en el sur de Dajla, decenas de barcos pesqueros amarran al atardecer donde una vez lo hicieron únicamente barcos españoles. Las redes gotean sangre y sal. "Estas tierras y estos mares fueron de interés para los españoles precisamente por la cantidad de peces que hay", explica un guía turístico. "A finales del siglo XIX, este fue un gran banco de pesca con destino a las Islas Canarias".

Las costas saharauis son uno de los caladeros más ricos del Atlántico. Las licencias de pesca, las rutas aéreas y los contratos de construcción son la otra cara de una ocupación que se cuenta como progreso.

Vista aérea del actual puerto de Dajla. El nuevo, que cuenta con una inversión de casi mil millones de euros, promete ser la puerta de África.

Vista aérea del actual puerto de Dajla. El nuevo, que cuenta con una inversión de casi mil millones de euros, promete ser "la puerta de África". Julio César R. A.

El espejo

Una pareja de madrileños pasea por el paseo marítimo. "No es bonito", dice ella. "En Canarias", donde dice que estuvieron hace unos meses, "estaba todo más limpio". Charlan con EL ESPAÑOL: "No se oye mucho español por aquí, y nosotros francés tampoco sabemos mucho". Sonríen, se hacen una foto con el mar de fondo.

No saben —o no quieren saber— que esas mismas aguas están en disputa en los tribunales europeos, que Bruselas ha anulado acuerdos pesqueros firmados sin el consentimiento del pueblo saharaui. Que cada plato de pulpo o de calamar aquí es, en esencia, una pieza del conflicto.

A unos metros, un señor mayor camina con chilaba y gorra gris. Dribla a niños por bulevar Mohammed V como joven futbolista. Al ser preguntado si habla español, responde con un acento que recuerda al canario, pero que no lo es: "Sí, señor". Prefiere no comentar sobre las celebraciones.

Al caer la noche, miles de personas vuelven a salir a las calles. Engalanadas todas con banderas marroquíes, durante la semana se celebran en ellas conciertos gratuitos, proyecciones de documentales sobre el futuro de la región —siempre bajo el paraguas marroquí—, concentraciones nacionalistas y diversas actividades infantiles. Después, fuegos artificiales.

Una familia visita una de las diversas exposiciones fotográficas de la Marcha Verde que pueden verse en el centro de Dajla.

Una familia visita una de las diversas exposiciones fotográficas de la Marcha Verde que pueden verse en el centro de Dajla. Julio César R. A.

Un hombre mira con atención los fuegos artificiales que celebran el 50 años de la Marcha Verde en bulevar Hassan II de Dajla.

Un hombre mira con atención los fuegos artificiales que celebran el 50 años de la Marcha Verde en bulevar Hassan II de Dajla. Julio César Ruiz Aguilar.

El desierto domesticado

Marruecos invierte miles de millones en sus "provincias del sur". Carreteras nuevas, parques eólicos, fábricas de conservas, resorts con nombres en inglés y gestores franceses. El viento, que antes era castigo, ahora es recurso. En la laguna ondean decenas de cometas de kitesurf, siendo este sitio reconocido como la meca de este deporte que mezcla el surf con la vela.

Los europeos vuelan sobre el agua, felices de sentirse lejos. Frecuentan las marisquerías más caras y también los únicos restaurantes cuyos dueños, europeos también, sirven alcohol. "Los franceses son los que más vienen, después también hay algún español que viene de negocios", explica el camarero del restaurante My Octopus donde sirven "frutos del mar" a pocos metros del malecón.

En barrios cercanos, viejos bloques de edificios bajos albergan a las familias saharauis que aún reclaman independencia. Nadie las visita. Hassan, periodista y miembro del Colectivo de Defensores Saharuis de Derechos Humanos en el Sáhara Occidental (CODESA), explica a EL ESPAÑOL que "viven con una vigilancia policial muy estricta y se les prohíbe cualquier manifestación de opinión o izamiento de la bandera saharaui".

La mayoría de las familias saharuis en contra del régimen marroquí quedan relegadas a vivir en los peores barrios de la zona vieja de Dajla.

La mayoría de las familias saharuis en contra del régimen marroquí quedan relegadas a vivir en los peores barrios de la zona vieja de Dajla. Julio César R. A.

Un extremo que les hace vivir, de facto, en la clandestinidad. "España nos ha abandonado. Abandonó su responsabilidad histórica como potencia administradora del territorio y, en lugar de entregar la tierra a sus verdaderos dueños, el pueblo saharaui, la entregó al régimen de ocupación marroquí", continúa.

La vida cotidiana del saharaui es un completo desafío. Aunque algunos están a favor de Marruecos, la mayoría sufren persecución y arrestos. "Mi familia fue amenazada y se me prohibió entrar en Dajla, por lo que actualmente estoy desplazado en otra ciudad debido al miedo del ocupante marroquí a cualquier acción pacífica o militante", resume Hassan.

"En general existe mucha presión económica y social que busca obligarnos a callar o emigrar", dice Brahim, que en pocos días regresará a Agadir, donde estudia en la universidad. "Mi compromiso allá es el de formarme y regresar para buscar la independencia de nuestro territorio", sigue.

A pocos metros, un cartel anuncia lo siguiente: "¿Dónde está nuestro hijo desaparecido?". La imagen de Habib, saharaui dueño de una tienda dedicada a vender ropa procedente de Canarias, acapara toda una pared. "Buscamos su coche, apareció vacío en la playa. La policía nunca nos ha querido ayudar. No sabemos si está vivo o muerto", explica su hermano.

Habib es uno de los numerosos desaparecidos de la resistencia saharui en Dajla. Su familia acusa directamente a la policía marroquí del suceso.

Habib es uno de los numerosos desaparecidos de la resistencia saharui en Dajla. Su familia acusa directamente a la policía marroquí del suceso. Julio César R. A.

Una alternativa

Un funcionario local, en la oficina de turismo, dice que Dajla "es ejemplo de convivencia". No lo dice como propaganda: lo cree. "Aquí hay trabajo, estabilidad, turistas. La gente sonríe". Preguntado por si hay periodistas extranjeros, respira nasalmente y responde: "No muchos. Pero todos se van contentos".

El desierto vuelve a tragarse el ruido. Desde el aire, Dajla es una mancha blanca, un punto improbable entre el mar y la arena. En el vuelo de regreso, unos ochenta pasajeros —españoles, franceses, alemanes— hacen balance del viaje. "Bonitas playas, buen viento, barato", dice uno. "Es una alternativa barata a Canarias", concluye otro.

Nadie mira por la ventanilla. Allá abajo, el viento sigue cubriendo los restos de Villa Cisneros, borrando el rastro de España y dejando en su lugar un paisaje nuevo: el del triunfo paciente de Marruecos sobre el silencio.