'El Gran día de Girona' c. 1890

'El Gran día de Girona' c. 1890 César Álvarez Dumont Museo del Prado

Reportajes

La desconocida hazaña de José García, el soldado que salvó la Alhambra de Granada de ser dinamitada por Napoleón

Durante la Guerra de la Independencia, entre 1808 y 1814, las tropas napoleónicas casi dinamitan la Alhambra. Gracias a un héroe anónimo están en pie.

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En el verano de 1808, mientras las tropas napoleónicas avanzaban por la península y el caos se extendía como la pólvora, la Alhambra, joya del legado andalusí, se convirtió en objetivo militar. Las tropas francesas la ocuparon, la fortificaron, y, en plena retirada, la llenaron de explosivos.

Pero entonces ocurrió algo. Porque hay una historia, repetida durante generaciones, que afirma que la Alhambra no voló por los aires gracias al valor silencioso de un solo hombre. Según estos relatos, cuando los zapadores franceses encendieron las mechas para volar el Palacio Nazarí, José García arriesgó su vida para apagarlas en un gesto que salvó el monumento.

Lo desconcertante es que nadie sabe con certeza si este héroe existió. Su nombre es común, casi anónimo, José García, como si lo hubiera inventado la propia ciudad para explicarse por qué la Alhambra sigue en pie. Pero fue suficiente para levantar una leyenda que resiste al tiempo igual que las columnas y las paredes que aquel soldado, real o no, decidió proteger.

Alhambra de Granada.

Alhambra de Granada. Wikimedia Commons

La destrucción del emperador

Durante la Guerra de la Independencia, entre 1808 y 1814, las tropas napoleónicas ocuparon ciudades, saquearon iglesias, destruyeron archivos y, en muchos lugares, la cultura fue víctima de la pólvora.

Horace-François-Bastien Sébastiani.

Horace-François-Bastien Sébastiani. Wikimedia Commons

En 1812, en plena retirada de los franceses de Granada, las tropas del general Horace Sébastiani, mariscal de Napoleón, abandonaban la ciudad tras perder el control de toda Andalucía. Como era habitual, antes de irse prepararon cargas de explosivos en enclaves estratégicos como el Cuarto Real de Santo Domingo, el convento de San Francisco y, sobre todo, la Alhambra, para dejarlos inutilizados.

Los soldados franceses habían usado durante años el palacio como cuartel y alojamiento. Las salas estaban transformadas en establos, las fuentes estaban secas y, en las habitaciones donde un día habían reinado los sultanes, los galos habían jugado partidas de cartas y calentado café con pólvora.

La Alhambra en el foco

Pero, antes de marcharse, Sébastiani ordenó volar las estructuras que aún quedaban en pie, quizá como venganza, quizá para evitar que los españoles las recuperaran.

Para ello se colocaron cargas en puntos clave del conjunto palaciego. Según algunas versiones, ya habían estallado los primeros barriles cuando ocurrió lo impensable: un soldado español, conocedor del plan, burló la vigilancia y logró cortar las mechas principales que conectaban con el corazón del edificio. Ese soldado se llamaba José García. O eso es lo que se dice.

Guerrilleros españoles ocultando el cadáver de un soldado francés.

Guerrilleros españoles ocultando el cadáver de un soldado francés. Wikimedia Commons

¿Un héroe falso?

El relato circula desde el siglo XIX. Los cronistas románticos lo mencionan, algunos viajeros europeos lo registraron como anécdota pintoresca y los guías de la Alhambra, desde hace décadas, lo relatan como una leyenda local.

La primera referencia escrita conocida se remonta a 1843, cuando el historiador Miguel Lafuente Alcántara mencionó la posibilidad de que los franceses hubieran intentado volar la Alhambra durante su retirada.

Pero sería el arqueólogo Manuel Gómez-Moreno Martínez quien, en 1884, dio forma a la leyenda en la revista La Alhambra, identificando a un supuesto “inválido del cuerpo militar” que descubrió los barriles de pólvora y evitó la catástrofe.

Desde entonces, la historia comenzó a transmitirse con más detalle y, aunque no hay pruebas documentales que confirmen la existencia del soldado, su leyenda ha perdurado como símbolo del valor individual frente a la barbarie y como metáfora de que, a veces, una sola decisión puede cambiar la historia.

José García aparece como un héroe anónimo, sin rango, sin medallas, sin otra gloria que la de haber salvado, en silencio, uno de los patrimonios más importantes de la humanidad, pero no hay registros oficiales que confirmen su existencia.

Ningún archivo militar español ni francés menciona su nombre y no aparece en los partes de guerra ni en las crónicas coetáneas. Sólo se encuentra en recopilaciones locales, en libros de historia popular y en relatos orales. ¿Significa eso que es falso? No necesariamente.

Un héroe necesario

Muchas veces, los héroes reales no dejan rastro. Las guerras destruyen documentos, las dictaduras silencian nombres y la historia oficial, esa que escriben los vencedores, suele ignorar a quienes actuaron por cuenta propia.

La Alhambra sobrevivió y el general Sébastiani, presionado por el repliegue francés, abandonó Granada sin lograr completar la voladura. Algunas estructuras sufrieron daños, pero el palacio nazarí se mantuvo en pie. Las columnas, los arcos, los jardines y fuentes fueron restaurados más tarde y, aunque muchos elementos se perdieron, el corazón del recinto resistió al tiempo, a la guerra y al olvido.

El patio de los Leones de la Alhambra en una foto de Jean Laurent tomada entre 1860 y 1886.

El patio de los Leones de la Alhambra en una foto de Jean Laurent tomada entre 1860 y 1886. Archivo Ruiz Vernacci / IPCE

¿Gracias a un soldado? ¿A una casualidad? ¿O a una mezcla de ambas? Por si acaso, en la Alhambra hay placa que recuerde su gesta, colocada en noviembre de 1936 en un muro lateral del patio de los Aljibes, para que su presencia sea constante.

Volando el pasado

La idea de volar la Alhambra no fue única. En la historia moderna de Europa, numerosos monumentos han estado a punto de desaparecer por decisiones militares.

En 1944, durante la Segunda Guerra Mundial, el castillo de Montecassino en Italia fue bombardeado por los aliados al creer que albergaba tropas alemanas cuando realmente no las había. El error costó la vida a cientos de civiles y destruyó siglos de arte.

En París, Hitler ordenó dinamitar la Torre Eiffel en 1944 cuando supo que perdería la ciudad. Afortunadamente, el general Dietrich von Choltitz se negó, motivo por el cual la historia lo recuerda como “el nazi que salvó París”.

Con la Alhambra ocurrió algo similar. Si Sébastiani hubiera cumplido su objetivo, el mundo habría perdido un legado único del arte islámico en Occidente. Los patios de los Leones y de los Arrayanes, la Sala de las Dos Hermanas, el Mexuar, los versículos grabados en yesería… todo reducido a polvo. Pero alguien lo impidió. Quizá por valentía. Quizá por azar. Quizá porque era lo que había que hacer.

Hoy, cada año, cuando millones de personas cruzan las puertas de la Alhambra y se maravillan ante el agua que fluye por los canales, ante las geometrías imposibles de los techos y ante la poesía que decora las paredes, pocos recuerdan la historia de José García.

Y menos aún se preguntan qué habría pasado si nadie hubiera detenido la mecha, si la guerra, como tantas veces, hubiera triunfado también sobre la belleza.

Quizá nunca sabremos si ese soldado existió. Quizá fue un mito nacido de la necesidad de encontrar luz entre tanta oscuridad, pero en un país como España, donde la historia y la leyenda caminan de la mano, donde lo imposible a veces ocurrió, conviene escuchar esos relatos que cuentan que alguien, un día, decidió que la Alhambra debía vivir.