Miguel Ángel y Ana, los últimos de Bacamorta, otro pueblo (sin vacas vivas o muertas pero con ovejas) del Pirineo aragonés a punto de extinguirse

Miguel Ángel y Ana, los últimos de Bacamorta, otro pueblo (sin vacas vivas o muertas pero con ovejas) del Pirineo aragonés a punto de extinguirse Cedida

Reportajes

Costa y Ana, los últimos vecinos de Bacamorta, un pueblo que se extingue en el Pirineo: "Hasta por cuidar del monte te multan"

La España vaciada se sigue vaciando donde muere la carretera: varios pueblecitos más del 'wild, wild north” han firmado su acta de defunción durante los últimos cuatro o cinco años porque los hijos de los que resistieron se han marchado

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Lo de la despoblación rural no es un fenómeno exclusivo del franquismo. En esa España vaciada que tanto se ha traído a colación a tenor de los incendios, no hay un año en que no perezcan nuevos pueblos a medida que se mueren los vecinos que se resistieron a dejarlos durante ese éxodo de los sesenta y los setenta que convirtió el campo español en un desierto demográfico.

De la población ribagorzana de Bacamorta (Huesca), se fueron todos hasta que solo quedó el ganadero Miguel Ángel Costa. Luego se casó con Ana Trocolí y tuvieron una chica que hoy tiene 28 años y trabaja como enfermera en Barcelona. Si la muchacha no regresa para quedarse, y eso no parece muy probable, el destino del barrio bajo de la aldea es inseparable del de Ana y Miguel Ángel, que es el mayor de la pareja y está a las puertas de su jubilación, con 64 años.

El caso de la población oscense de Bacamorta es otro ejemplo de manual del proceso que aún sigue barriendo a día de hoy a cientos de asentamientos. Desaparecen en silencio, sin poetas que les entonen un réquiem, ni notarios oficiales que añadan una muesca más a la canana del inventario de los asentamientos extintos.

Miguel Ángel Costa, de 64 años casado con Ana Trocolí, quienes tuvieron una hija que hoy tiene 28 años y trabaja como enfermera en Barcelona.

Miguel Ángel Costa, de 64 años casado con Ana Trocolí, quienes tuvieron una hija que hoy tiene 28 años y trabaja como enfermera en Barcelona. Cedida

A solo un par de kilómetros a vuelo de pájaro de Bacamorta había otro pueblito cuyo último habitante hallaron sin vida hace unos pocos años sobre el suelo, junto al corral de casa. Era la suya una historia extraordinaria de resistencia pirenaica porque el viejo pastor de Abenozas no solo se negó a abandonar el lugar de sus ancestros hasta que perdió el aliento, sino que seguía viviendo esencialmente como sus antepasados del medievo.

Habitaba en una casa de piedra con tejado a dos aguas; sin luz eléctrica ni agua corriente, las paredes ahumadas por la lumbre de su vieja cocina aragonesa con el fuego a ras de suelo, sobre las losas irregulares de granito.

Fiel al ritmo de las estaciones, salía cada día mientras podía a pastar el rebaño entre los brezales y lo que los aragoneses llaman “zinglos” (riscos). Ya de paso aprovechaba para recoger leña del monte y tomar agua de una fuente, sobreviviendo con lo justo y manteniendo gestos, ritos y costumbres de una vida rural hoy casi extinta.

Su muerte fue sonada en la comarca porque encontraron su cadáver rodeado por sus fieles perros, que pasaron días sin separarse de él tratando en vano de calentar su cuerpo.
No lejos de las Vilas del Turbón y Campo hay otro pueblito oscense que acaba de quedar deshabitado tras la muerte de su último habitante a causa de un cáncer fulminante. Tenía poco más de setenta años.

Lo cierto es que la España vaciada todavía se sigue vaciando en el Pirineo mientras, y he ahí la paradoja, se registra simultáneamente la llegada estacional en avalancha de turistas, coincidiendo con el periodo estival. Este es el panorama: pozas como playas de la Costa Brava y ríos llenos de canoas junto a viejas casas colonizadas por las zarzas. En verano hay que guardar cola en el colmado de la esquina y en noviembre se van todos al paro o de vacaciones.

En cuanto a Bacamorta propiamente dicho ya está más muerto que la vaca de la que hablaba la leyenda. El pueblo original está situado en un escarpe al que no alcanza ni la carretera. Solo hay una forma de llegar y es a través de una pista que arranca de Morillo de Liena y que atraviesa el cementerio y se adentra progresivamente en el valle de Nocellas, hasta volverse impracticable, lo que implica recorrer el último tramo a pie entre laderas con desprendimientos, terrenos abruptos, peñas y montes alfombrados de matorral.

El pueblo original está situado en un escarpe al que no alcanza ni la carretera.

El pueblo original está situado en un escarpe al que no alcanza ni la carretera. Cedida

Cuando Miguel Ángel decidió quedarse se construyó una granja para las ovejas y una nueva casa de ladrillo en el llamado “barrio bajo”, que está justo algunos cientos de metros antes del lugar donde muere la parte asfaltada, y llena de socavones, de ese viejo camino serpenteante. Es el “wild, wild north” de España.

Continuar en la aldea se convirtió en algo completamente incompatible con una existencia convencional, tal y como la entendemos, incluso si esa vida es espartana y se halla desprovista de ciertos lujos tecnológicos como un tendido de electricidad al que conectar el hornillo o el secador. Aún a día de hoy, Miguel Ángel Costa tiene que utilizar placas fotovoltaicas para tener luz en la granja.

“¿Que por qué se fue la gente?”, dice. “Esto se despobló en el 62. Unos se fueron a Monzón, Binéfar o Cataluña y otros marcharon al pueblo de los colonos. En la época de Franco les ofrecían a los jóvenes 15 o 20 hectáreas de tierra en los Monegros además de un mulo y algún apero y dejaron esto casi todos. A mi padre no se lo ofrecieron porque ya tenía cierta edad y mi familia se quedó en el pueblo”.

Bacamorta llegó a tener en torno a 100 habitantes a mediados del siglo XIX (cien almas repartidas entre seis vecinos, de acuerdo al catastro), dedicados principalmente a la agricultura de subsistencia y la ganadería. Pascual Madoz detalla que se cultivaba trigo, centeno, cebada, avena, patatas, legumbres, uva y aceituna, aunque todo “con tanta escasez” que el cereal no bastaba para alimentar a la población, lo que les obligaba a complementar la dieta con patatas, fruta seca y las bellotas de los cerdos.

Criaban para subsistir también ganado lanar y cabrío; pescaban truchas en el río Ésera y cazaban jabalíes, conejos y perdices. Eran verdaderos 'mountain men' a la española.

“La vida aquí nunca fue fácil”, asegura Miguel Ángel. “Recuerdo que nos llegaba electricidad a 125 voltios desde la Puebla de Roda y las bombillas solo destellaban cuando apagaban la luz todos. No es que pasáramos necesidades extremas, pero tampoco había lujos. Lo más especial de las Navidades de mi infancia en el pueblo era comer la fruta pasa que mi madre secaba durante el verano y beber el vino recio de la casa que mi padre reservaba para los días especiales. El champán de Nochevieja vino algo después”.

A comienzos del siglo XX Bacamorta aún conservaba una población significativa: alcanzó su máximo demográfico hacia 1920 con 87 habitantes registrados. Sin embargo, la tendencia pronto se invirtió. El aislamiento geográfico (los caminos locales eran “de mal estado y peor tránsito” según Madoz) y la pobreza del terreno motivaron que muchos habitantes empezaran a marcharse ya antes incluso de la Guerra Civil.

Tras la contienda y especialmente a partir de 1950, Bacamorta sufrió el mismo proceso de éxodo rural que afectó a toda la comarca de Ribagorza. Su población bajó de 54 habitantes en 1950 a 21 en 1970, y continuó reduciéndose hasta quedar prácticamente despoblada hacia finales de los años 1970.

“Recuerdo que nos llegaba electricidad a 125 voltios desde la Puebla de Roda y las bombillas solo destellaban cuando apagaban la luz todos.

“Recuerdo que nos llegaba electricidad a 125 voltios desde la Puebla de Roda y las bombillas solo destellaban cuando apagaban la luz todos". Cedida

Los vecinos de Bacamorta marcharon en la segunda mitad del siglo XX principalmente a localidades de la depresión del Ebro, el Cinca Medio y Somontano, además de Sodeto y otros pueblos de colonización agraria del régimen franquista (cuyo crecimiento se alimentó de colonos procedentes de zonas montañosas despobladas).

Es una historia bien conocida en toda España. Por un lado, la estructura agraria de Bacamorta era tradicional y de mera subsistencia: minifundios en ladera de baja productividad, ganadería extensiva y ausencia de industrias. La dificultad para mecanizar el campo en un terreno tan abrupto, junto con la falta de tierra fértil y la escasez endémica de alimentos no ayudó.

Y la carencia de servicios públicos aceleró aún más la salida en desbandada: el cierre o inexistencia de escuelas, la ausencia de centros de salud, la falta de suministro eléctrico estable (la electrificación rural llegó tarde y con deficiencias) y en general la dureza de un modo de vida autosuficiente empujaron a marcharse a los más jóvenes.

Al final de ese proceso quedó tan solo Costa (en realidad, hay otra vivienda habitada técnicamente situada dentro de los terrenos del antiguo municipio de Bacamorta, algunos kilómetros carretera abajo).

A diferencia de otros pueblos deshabitados cuyas casas aún conservan los descendientes de sus residentes, Bacamorta simplemente se está viniendo abajo. Que no haya una pista en condiciones ha resultado determinante. Antes de desintegrarse, se componía de una decena de estructuras cuyas ruinas aún pueden identificarse. Las viviendas se apiñaban a lo largo de una única calle principal, al pie de la iglesia.

Según la memoria oral recogida por investigadores locales como Cristian Laglera, eran conocidas por sus nombres tradicionales: Casa Tomás, Casa Matías, Casa Ciprián, Casa Ricarte, Casa Antoni, Casa Betranet, Casa Chondecera, Casa Marquet, Casa Lostal y Casa Morancho.

Varios de estos caserones conservan muros de mampostería y detalles arquitectónicos típicos de la zona ribagorzana. Pero el resto de edificios del Solano (Felip, Pllañeta, Terraza, etc.) se encuentran hoy totalmente en ruinas e invadidos por la vegetación.

“Nadie de los descendientes regresa al pueblo a pasar el verano pero claro, es que la mayoría de los que se fueron a lugares como Sodeto son agricultores y yo lo entiendo. No solo no se han conservado las viviendas sino que no se han llevado las piedras porque no han podido”, dice Miguel Ángel. “A lo mejor si fueran todos funcionarios sí que hubieran regresado”.

No solo no se han conservado las viviendas sino que no se han llevado las piedras porque no han podido”, dice Miguel Ángel.

No solo no se han conservado las viviendas sino que no se han llevado las piedras porque no han podido”, dice Miguel Ángel. Cedida

Lo que no es raro es ver a algún nostálgico que se deja caer por Bacamorta de vez en cuando para recorrer lo que queda de las casas de sus bisabuelos o visitar sus muertos en el cementerio o la ermita restaurada.

“Es que aquí no había para vivir en condiciones”, continúa el último de Bacamorta. “Hasta mis padres decidieron irse para Graus. Yo al principio me quedé en el pueblo y me casé, pero hace unos veinticinco o treinta años me hice una casa en el barrio bajo porque arriba era un calvario. Fíjate que ahora tengo todas las tierras para mí y aún así debo llevarme las ovejas fuera. Hay cosas que uno no entiende bien. Hablan de los incendios en la España vaciada y resulta que si quemas en invierno una espuenda (linde) para clarear de maleza te meten una multa que te vacían los bolsillos. Hasta por cuidar del monte te multan”.

Hasta épocas recientes solo existía un camino de herradura para bajar a Morillo de Liena y conectar con la carretera general Graus-Campo; la pista carretera de acceso, de unos 3 km y fuerte pendiente, no se asfaltó hasta fines del siglo XX.

Esta incomunicación obligaba, por ejemplo, a realizar largos recorridos a pie para acceder a los servicios básicos: los niños debían desplazarse para recibir educación y cualquier atención médica o administrativa exigía salir del valle. “Yo aún llegué a ir a la escuela de allá abajo”, dice Costa. “Pero luego me llevaron a un internado. Quedaron al final tres casas hasta que se fueron todos”.

La vida, en todo caso, ha mejorado mucho para los pocos que se quedaron. Mientras le entrevistamos, llega un camión del municipio (Foradada del Toscar) a recogerles la basura. Cuando su única hija aún estudiaba, asfaltaron la carretera.

“Éramos cuatro hermanos y el resto se marcharon”, añade Miguel Ángel. “¿Que por qué me quedé? Lo que pasó es que la administración nos tenía bien cogidos porque daban unas subvenciones pero solo a cambio de suscribir un compromiso de mantenerse aquí durante unos cuantos años. Cuando me di cuenta de la situación, estaba ya en medio de la mar y tenía que navegar”.

Hay en torno a Bacamorta cierta obvia polémica sobre el origen etimológico de su nombre. La explicación más celebrada y popular es que sus fundadores arrojaron una vaca de un barranco y la criatura, en buena lógica, murió tras despeñarse, de lo que supuestamente procedería lo de “vaca muerta” (hay referencias medievales en latín al pueblo que hablan de “yegua muerta”). Pero los filólogos e historiadores locales apuntan a un origen distinto.

Según esa segunda interpretación algo más científica, Bacamorta derivaría de la expresión “baga morta”, donde “obaga” o “ubaga” designa el reverso umbrío de la montaña –un término frecuente en la toponimia pirenaica catalano-aragonesa– y “morta” aludiría a la pobreza o escasez de vida. Es decir, Bacamorta significaría literalmente “ladera umbría de pastos pobres o muertos” en referencia a su emplazamiento a la sombra de Peña Balancia.

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De hecho, como recogía Madoz, el pueblo quedaba buena parte del año sin sol directo y se consideraba un lugar poco saludable y de tierras poco productivas. Esta explicación cobra sentido en el contexto trilingüe de la Ribagorza, comarca donde históricamente han coexistido el castellano, el aragonés ribagorzano y el catalán de Aragón, lo que se refleja en la toponimia local.

“Se ha dicho de todo y ha habido mucha burla con lo de que tiraran una vaca”, asegura Miguel Ángel. “Tiene mucho más sentido que el nombre tenga que ver con lo de tierras pobres. Pero que quede claro que nuestros antepasados no eran un montón de idiotas que se dedicaban a arrojar vacas desde la peñas. Fíjate que construían sus pueblos en los lugares altos. Ahora los hacen en los barrancos para que se los lleve una avenida de agua”.