Mauricio, a la izquierda, durante su primer servicio en una posición de trincheras en Avdivka (Ucrania) junto a otro soldado.

Mauricio, a la izquierda, durante su primer servicio en una posición de trincheras en Avdivka (Ucrania) junto a otro soldado. Cedida

Reportajes

Mauricio, el mercenario colombiano que volvió al frente en Ucrania para no trabajar en el campo español "como esclavo"

Combatientes latinos que abandonaron la guerra contra Rusia para venir a la Península regresan a las armas porque han encontrado otro infierno en las plantaciones de cebolla y ajo: "Es preferible arriesgar la vida en las trincheras".

Más información: Diario y muerte de un 'spetsnaz' ruso en el infierno de Ucrania: "Los oficiales mienten; nuestra única misión aquí es morir".

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Mauricio, el colombiano, ha vuelto a Kiev para empuñar de nuevo su fusil el mismo día en que se cumplía el primer aniversario de su llegada a España. Era militar reconvertido en jornalero y ahora vuelve al frente para pelear contra los rusos.

¿Qué debe sucederle a un hombre de 43 años que ya estuvo a punto de perder la vida muchas veces en los campos ucranianos de batalla para que prefiera regresar a las trincheras antes que seguir recolectando ajos en La Mancha o regresar a su país con su familia, lejos de los drones y la artillería de Moscú?

Lo que ha ocurrido, esencialmente, es que la vida le ha pasado por encima aquí en España. "Nos volvemos para la guerra porque nuestra existencia se había convertido en un infierno", nos confirma el colombiano a EL ESPAÑOL.

"No salieron los papeles y llevábamos un mes y medio sin trabajo. Ni siquiera teníamos plata para comprarnos un pasaje de regreso a Colombia". Habla en plural porque le acompaña en su viaje de retorno un compatriota al que llaman 'Mono'.

Mauricio, a su llegada a Ucrania.

Mauricio, a su llegada a Ucrania. Cedida

Después de pasar un año cortando leña en un pueblito de Galicia, vendimiando en Tomelloso y cosechando ajos en Albacete y Ciudad Real, no lograron reunir dinero ni para pagarse el billete hasta Polonia, que es el penúltimo jalón obligado en la ruta de los combatientes extranjeros que viajan hasta Ucrania.

Cuando logramos dar con él de nuevo, lo hallamos a las puertas de uno de esos albergues miserables y destartalados de los barrios periféricos de Kiev que frecuentan los soldados y los migrantes. "Estoy cansado y deprimido", dice.

Su cuerpo se halla de camino a Zaporiya pero su cabeza traza círculos alrededor de los nombres de su esposa y de su hija. "Perdónenme si estoy hablando demasiado, pero necesito desahogarme".

Hasta veinte personas llegan a compartir literas en cada habitación. A veces están limpias, pero eso no es lo habitual. Lo habitual es que sean oscuras y mal ventiladas madrigueras donde corretean las cucarachas. Es lo mejor que uno puede conseguir por seis o siete dólares.

Tras su llegada a España, Mauricio ha vivido en casas ruinosas en condiciones deplorables.

Tras su llegada a España, Mauricio ha vivido en casas ruinosas en condiciones deplorables. Cedida

"Se me saltan las lágrimas aquí, ahora, mientras le escribo", lamenta Mauricio. "Es muy grande la pena que tengo en el alma. Cada día me pregunto por qué me han sucedido tantas cosas malas en España si soy una persona culta, buena y con principios".

Quizá el problema sea justamente ese: Mauricio -eso nos consta- es un hombre honesto. A otros muchos les han ido algo mejor las cosas trabajando para las organizaciones criminales españolas que se disputan los servicios de los veteranos.

El colombiano vino a España en julio del pasado año tras servir junto a Mono y Néstor —otro hermano de armas uruguayo— en la 66.ª Brigada Mecanizada del Ejército de Ucrania.

El charrúa se volvió tan pronto como pudo al Uruguay, pero Mauricio y su compatriota se quedaron en España con la esperanza de poder ahorrar algún dinero trabajando en el mercado negro de los sinpapeles. Las cosas no podrían haber ido peor. "Todo ha salido mal, mal, mal, muy mal", nos susurra, dejando una larga pausa entre palabras.

No hay cifras precisas de ello porque no hay tampoco una forma eficiente de llevar un registro riguroso de las idas y las vueltas por España de los sin papeles, pero lo que sí hay son ciertos datos objetivos que apoyan la idea de que la parte del león de los cientos de militares colombianos que, desde 2022, han combatido en las filas de los ucranianos no han regresado a América Latina tras servir con Kiev.

Su patria no tiene nada bueno para ellos. Su presidente, Gustavo Petro, es uno de esos prorrusos confundidos salidos de la guerrilla desmovilizada que ha evitado condenar a Putin y que culpa a Zelensky de "actuar como un tonto" y echarse en brazos de Occidente.

Digamos que, a su vuelta, no son recibidos como héroes. No pocos de los soldados colombianos licenciados se están yendo a Libia o a Sudán tras alistarse como mercenarios en las milicias de un puñado de conocidos señores de la guerra.

Mauricio, en una posición en Avdivka.

Mauricio, en una posición en Avdivka. Cedida

Otros se han dejado tentar por los cárteles mexicanos de la droga (particularmente, el de Jalisco Nueva Generación). Y el resto se ha quedado en España y ha acabado dando tumbos por los campos, cuando no brindando sus servicios a las mafias de la droga. Hay unos pocos casos documentados, aunque se da por hecho que son solo la punta del iceberg.

"¿Se imagina qué podría haber hecho yo en España con los conocimientos militares y de manejo de armas que tengo si hubiera elegido el camino de los malos?", nos dice el colombiano. "Y le sorprendería enterarse de cuántas veces me lo propusieron. Pero yo me negué. Quería hacer las cosas bien, por mí y por mi esposa y por mi hija".

Y el caso de Mauricio no es aislado. Muchos de esos veteranos latinoamericanos que han pasado una temporada por España sobreviviendo como jornaleros están volviendo a Ucrania porque, como dice él, "es preferible arriesgar la vida nuevamente en las trincheras que llevar la indigna vida de un esclavo en la Península".

Mauricio repite a la manera de una letanía que el año que ha pasado en Galicia y en La Mancha ha hecho bueno su antigua existencia en las trincheras porque carga a sus espaldas una cadena de espeluznantes experiencias trabajando como mano de obra esclava para un puñado de negreros ecuatorianos que operan en Bolaños de Calatrava y otras poblaciones de Albacete y Ciudad Real.

Cuando le pedimos que nos hable de su vida en La Mancha nos envía una foto de sus manos cubiertas de abrasiones, erosiones, descarnaciones y peladuras. Laborar en los campos era más duro si cabe para él porque padece una enfermedad muy rara que le provoca dolores neuropáticos crónicos.

"Trabajaba un día y pasaba dos en la cama tratando de recuperarme", afirma. "Como no teníamos ingresos, nos habíamos retrasado varios meses en el pago de la renta y era solo cuestión de días que acabásemos en la calle mendigando".

Mauricio, trabajando en los campos de La Mancha.

Mauricio, trabajando en los campos de La Mancha. Cedida

Las mafias ecuatorianas que menciona —investigadas hace un par de meses por EL ESPAÑOL a partir del testimonio de un hondureño— son redes de negreros que explotan a inmigrantes indocumentados en campos de Castilla-La Mancha, especialmente en Ciudad Real, Albacete y Jaén.

Actuando a la manera de ETT piratas, reclutan y "pastorean" cuadrillas de centroamericanos, colombianos, marroquíes y africanos, que soportan extenuantes jornadas de hasta 14 horas por salarios miserables (55 euros al día). Y todo, bajo la permanente vigilancia de los capataces.

El sistema funciona debido a la colaboración entre los explotadores ecuatorianos que se quedan con una parte de su sueldo y los agricultores españoles que emplean la mano de obra esclava. Es la versión ibérica del caporalato italiano.

Pueden pasar un año trabajando y todo lo que obtienen es dolor, explotación y deudas. A raíz precisamente de las denuncias de este diario, se organizaron inspecciones en los campos de La Mancha, pero los ecuatorianos se zafaron sin problemas.

"Lo que hicieron para burlar las inspecciones fue reclutar a la mitad de la plantilla entre gente con papeles", explica Mauricio. "Cuando venían los inspectores obligaban a esconderse a los que no teníamos permiso de trabajo y mostraban los documentos de los regulares".

El modo en que funcionan está también calcado del de los braceros mexicanos a los que los estadounidenses llaman despectivamente beaners o frijoleros. Los sin papeles se concentran cada día de mañana en las plazas, rotondas o gasolineras de poblaciones como Bolaños de Calatrava (Ciudad Real) y el capataz señala con el dedo quién trabaja ese día y quién se vuelve casa. Es una especie de distopía laboral abominable y está pasando aquí y ahora.

No existe relación jurídica formal: los cargan por la mañana en camionetas, los llevan de finca en finca y los descargan a voluntad según la tarea. Si protestan o su cara no le gusta al jefe, pierden el jornal.

Trabajando en Galicia recogiendo castañas.

Trabajando en Galicia recogiendo castañas. Cedida

No puede haber un empleo más precario que el que impone este sistema rotativo y enteramente dependiente de la discrecionalidad del intermediario. Son tratados como mercancía, inspirándose en las prácticas decimonónicas de control arbitrario. Apenas las camuflan en la informalidad de la economía agraria moderna.

Esa es justamente la razón de que los colombianos prefieran los horrores de la guerra contra Rusia a las humillaciones que sufren como empleados en el campo. Se preguntan qué pensarían los consumidores centroeuropeos si supieran cómo trabajan los inmigrantes que cosechan los ajos y las cebollas españolas que nos compran para hacer sus ensaladas.

Ellos creen que a las cebollas y los ajos de algunos campos de La Mancha habría que ponerle una etiqueta en los supermercados europeos donde ponga: 'Obtenidos mediante explotación humana'. "Las inspecciones aún empeoraron más las cosas porque los mafiosos están ya advertidos", afirma.

"Además, han llegado a Bolaños más colombianos y te encuentras cada mañana allí parado junto a otros 150 emigrantes implorando a esos cabrones que te contraten un día más. Esos negreros hijos de puta nos sacan la mierda y hay que rogarles incluso para que nos paguen".

Mauricio ha sobrevivido junto a Mono durante las últimas semanas gracias, entre otras cosas, a las redes de solidaridad que tejen los inmigrantes. "Algunos compañeros colombianos nos tendieron la mano y nos daban algo de comida o unos poquitos euros pero llegó un momento en que pasamos hambre. A puro de no comer, estamos muy debilitados. En casa aguantábamos calor como berracos porque no teníamos ni un ventilador".

Mauricio, a su regreso a Ucrania.

Mauricio, a su regreso a Ucrania. Cedida

"Nos atacó una plaga de chinches y no había ni para fumigar", recuerda desde Ucrania. "Buscamos ayuda de Cáritas y la Cruz Roja y ni siquiera eso porque no estábamos empadronados en el pueblo. ¿Comprenden ustedes ahora por qué decidimos que era preferible venirse acá a la guerra? Eso es mejor que pasar a la indigencia".

Llegados a ese punto, llegaron a la conclusión de que no lograrían resistir en semejantes condiciones hasta que les regularizaran los papeles. "España es una vaina en que se demora todo con procesos tediosos", apunta. "Y yo tengo que enviar dinero a mi esposa y a mi niña, quien está pasando por una depresión porque se le está haciendo durísimo todo".

Para no asustarlas, Mauricio les adorna sus historias con mentiras piadosas. "Yo me siento mentalmente devastado porque lo que yo quería era volver a casa, pero les he dicho que estoy bien; que no va a pasar nada y que voy a un lugar seguro. Pero usted no desconoce que uno nunca sabe lo que va a pasar en esa guerra porque en las trincheras uno no puede dar por cierto nada".

Los colombianos constituyen muy de lejos el grupo más numeroso de extranjeros en las filas ucranianas. Las cifras oficiales hablan de 64 muertos y 122 desaparecidos. El número es, sin lugar a duda, sustancialmente mayor.

Incluso el exministro de Relaciones Exteriores, Luis Gilberto Murillo, afirmó en su día que no menos de 300 hombres de su país han caído combatiendo con el ejército de Zelensky. Estimaciones no oficiales sugieren que el número real de combatientes colombianos en Ucrania podría hallarse entre los 1.500 y los 6.000. Y las bajas son proporcionales.

Hay tantos, de hecho, que se han creado unidades exclusivamente compuestas por hispanos como el Batallón Simón Bolívar. El reclutamiento se realiza principalmente a través de redes sociales como TikTok, donde se promocionan salarios de entre 3.000 y 5.000 dólares mensuales (completamente irreales), muy superiores a los 600 dólares que gana un soldado profesional en Colombia. España es uno de los principales nodos en la ruta de los colombianos.

Mauricio, junto a un compañero en algún lugar del frente.

Mauricio, junto a un compañero en algún lugar del frente. Cedida

Es un hecho probado que entre los latinos que han servido con ambos bandos hay antiguos guerrilleros de las FARC y grupos insurgentes terroristas (más en el lado ruso que en el ucraniano), además de chicos pobres salidos de las favelas o de los ecosistemas criminales.

Sin embargo, entre los que combaten con Ucrania, la mayoría suelen identificarse como veteranos de cuerpos de élite de las fuerzas armadas de Colombia, lo que no siempre es necesariamente cierto.

Una vez en Ucrania, muchos de esos colombianos han denunciado incumplimientos contractuales sistemáticos, condiciones deplorables y un trato discriminatorio por parte de las fuerzas ucranianas.

Desde Kiev se defienden asegurando que el problema no es que sean tratados de forma desigual sino que muchos supusieron que aquello sería un paseíllo porque falsearon sus credenciales y no estaban preparados para entender qué es una guerra y menos todavía para soportarla.

Hay tantas situaciones como unidades y hombres y es un hecho que hay corrupción también entre los oficiales ucranianos (en el lado ruso es mucho peor). Lo cierto es que muchos salen de allí corriendo y acaban en España al término de su servicio.

Y tan pronto como llegan, se colocan, como Mauricio, en situación de irregularidad administrativa. Vienen con los sueños rotos y los bolsillos vacíos. Es difícil, por no decir casi imposible, ahorrar algún dinero.

Pelear en Ucrania nunca ha sido un buen negocio, aunque el colombiano crea ahora que es mejor todavía que dejarse "chulear" por un puñado de delincuentes ecuatorianos a los que nuestra administración no es capaz de controlar.

El propio Mauricio abandonó Avdivka el pasado año a la carrera en compañía de un grupo de latinos entre los que se hallaba el uruguayo Néstor, que denunció las supuestas arbitrariedades de algunos oficiales ucranianos.

Junto a Néstor (i), el uruguayo, en una ruina gallega del pueblecito donde vivieron a su llegada a España.

Junto a Néstor (i), el uruguayo, en una ruina gallega del pueblecito donde vivieron a su llegada a España. Cedida

Los hispanos de su unidad fueron expulsados el 6 de julio después de involucrarse en una fuerte discusión a la que siguió un conato de motín. Acusaron a los mandos de servirse de ellos como carne de cañón y utilizarlos como cebo y distracción mientras urdían la invasión de Rusia.

Y ahora es el efecto boomerang de la miseria y la injusticia que han sufrido en España lo que les devuelve a ese lugar al que se referían hace un año como lo más profundo del infierno.

"Primero nos dijeron que fuéramos a Sumy pero luego cambiaron y nos ordenaron dirigirnos hacia Zaporiya", nos informa Mauricio. "En la frontera ucraniana nos estuvieron interrogando casi doce horas. Y en Polonia nos trataron como a basura".

"Debe haber algún latino que lo ha embarrado todo porque siempre nos tratan como a mierda. Ahora los ucranianos se han quedado nuestro pasaporte y estamos obligados a pasar seis meses fuera del espacio Schengen. ¿Sabe qué significa eso? Que ya no hay marcha atrás posible".

"¿Que si tengo miedo a no volver con vida? Bueno, tenemos un compatriota colombiano con el que estuvimos en Tomelloso que hizo algunos meses antes lo que hacemos nosotros ahora y se volvió a Ucrania. Lleva desde enero en una unidad, pero solo entrenando y sin salir para trinchera. Nosotros pretendemos hacer lo mismo".

Que le salgan las cuentas depende una vez más de lo certero de sus previsiones y todo lo que puede salir mal acostumbra a torcerse. "En los campos de entrenamiento se gana solo 50.000 grivnas (1.020 euros) pero al menos se está a salvo", dice.

"Ya me imagino cómo lo hacen. Supongo que el comandante debe facturar 120.000 (2.448 euros) más el bono de la OTAN. Él se quedará con la diferencia a cambio de mantenerle a uno en seguro y de no exponernos en las posiciones complicadas. Pero no soy un ingenuo. Si en cualquier momento sucediera algo nos llevarían de vuelta a la primera línea".

"Sé igualmente que buscan latinos para unidades como las de drones donde podría estar menos expuesto pero eso va en contra de mis principios", se justifica.

"Uno se siente ahí como un sicario porque a veces te obligan a matar soldados desarmados o a abatir a gente herida que ya no puede pelear. Tengo un compañero que estuvo trabajando en eso y no quedó muy bien de la cabeza. Tiene que tomar licor para dormirse cada noche porque los muertos que carga encima le atormentan".

Mauricio, en el frente ucraniano.

Mauricio, en el frente ucraniano. Cedida

"Pienso en el tiempo que pasé en La Mancha cogiendo cebollas y ajos y créame que no le tengo odio a esas dos hortalizas", continúa. "Ha sido una época de mi vida horrible, pero el ajo y la cebolla nos han dado de comer a mí, a mi esposa y a mi hija. Me encanta cortarla en juliana, meterla en agua para quitarle el ácido y comérmela con mi pollito y mi arrocico".

"Lo que algunos no terminan de entender es que la existencia no es sencilla para muchos humanos", prosigue el colombiano. "Yo nunca tuve un hogar ni una cama donde dormir que fuera mía. Desde los diez años viví de un lado para otro. Y al año del fallecimiento de mi padre, mi madre se consiguió a un tipo que la golpeaba".

"Yo cuidaba de mis hermanas pequeñas. Con ocho años cocinaba, lavaba y cambiaba pañales mientras mamá trabajaba en el campo. Llegaba destrozada y se desquitaba conmigo dándome unas palizas de miedo. Me reventó la nariz y la boca muchas veces. Me pateaba o me flagelaba con los lazos que se usan para amarrar el ganado".

Y sucedió que un día Mauricio se marchó de casa. Con todo, siempre se las arreglaba de algún modo para conseguir dinero y hacérselo llegar a sus hermanas. "Tengo que decir que el tipo ese nunca se les acercó porque mi madre no se lo permitía. Al menos eso se le abona", añade.

"Luego con el tiempo me casé y tuve a mi hija. Ellas dos son lo que más amo. Salí obligado de mi país porque pensé que después de combatir algunos meses en Ucrania me volvería para allá con unos ahorros".

"Solo le pido a Dios que me dé fortaleza e inteligencia para que mi historia termine en mi casa, en el único lugar de donde nunca debí salir", concluye. "Ellas son la única fuente de mi felicidad y del amor que nunca tuve. Son mi espacio seguro. No necesito dinero ni lujos si estoy con ellas. Confío en salir vivo de mi destino porque no me gustaría que mi hija creciera sin un padre. Mi mayor temor es dejarlas solas. Tanto mi esposa como yo ya pagamos esa cuota".