Alvaredos (Lugo)
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En Alvaredos, Lugo, el silencio suena a tierra húmeda y raíces antiguas. La niebla, por momentos densa, se cuela entre las laderas donde las vides se agarran como pueden a la piedra. Aquí, en esta aldea gallega de apenas seis habitantes, Paul Hobbs —uno de los enólogos más prestigiosos del mundo— camina despacio, acaricia la tierra y la huele. Dice que le recuerda al Mosela alemán, pero con esteroides. Dice que el vino empieza aquí, en esta pendiente imposible que desafía la lógica y abraza la historia.

A Hobbs lo llaman el "Steve Jobs del vino" porque ha transformado regiones enteras: Napa, Mendoza, Armenia, y ahora Galicia. Lo suyo no es repetir fórmulas, sino revelar la identidad profunda de cada lugar. En 2014, tras una conferencia en Nueva York, recibió de manos de Antonio López un pequeño libro sobre Alvaredos. Lo leyó. Lo llevó consigo. Viajó hasta aquí. Y decidió quedarse, en la forma en que uno se queda cuando invierte años, alma y conocimiento en un proyecto.

Ahora, desde la bodega que lleva su nombre firmado junto al alma del gallego que lo trajo hasta aquí, Hobbs conversa largo con EL ESPAÑOL. Reflexiona sobre el vino, el precio, la emoción, el trabajo bien hecho. Y también sobre España, ese país que, según él, no ha aprendido aún a respetar lo que produce.

Paul Hobbs, durante su entrevista con EL ESPAÑOL, en una de las estancias de la bodega de Alvaredos-Hobbs, un proyecto nacido en el 2015.

Paul Hobbs, durante su entrevista con EL ESPAÑOL, en una de las estancias de la bodega de Alvaredos-Hobbs, un proyecto nacido en el 2015. Brais Lorenzo.

Muro de pago

Pregunta.– ¿Qué busca usted en un vino? ¿Existe un hilo conductor entre sus proyectos en Napa, Mendoza o Galicia?

Respuesta.– Busco que el vino refleje el lugar del que viene. Que tenga conciencia de su origen. No quiero que un Pinot Noir sepa a Borgoña, por más que Borgoña sea una referencia. Quiero que sepa al sitio donde se ha cultivado. Y que el consumidor, al beberlo, conecte con ese paisaje, esa historia, esa cultura. El vino tiene que ser una expresión fiel de su lugar, no una imitación de otro referente. Incluso si compartimos variedades, el lugar debe hablar primero.

P.– ¿Qué le conectó personalmente con Galicia?

R.– Cuando llegué aquí por primera vez, me sorprendió. Había estado en otras zonas de España, como Rioja o Rueda, pero esto era distinto: húmedo, montañoso, casi salvaje. Me recordó al Mosela, pero más grandioso. Me fascinó también la historia romana, la pizarra, la conexión geológica con regiones vinícolas de Alemania. Pero sobre todo, el esfuerzo de Antonio y Marimar por reconstruir parcelas que llevaban generaciones separadas. Eso es un trabajo monumental. Lo que hicieron es un acto de amor al territorio. Vi en ellos algo muy auténtico.

Paul Hobbs, durante su entrevista con Alvaredos-Hobbs, tomando un Godello del 2019.

Paul Hobbs, durante su entrevista con Alvaredos-Hobbs, tomando un Godello del 2019. Brais Lorenzo.

P.– Y, sin embargo, la Ribeira Sacra parece estar infravalorada.

R.– Absolutamente. No está en el radar de la mayoría. Pero eso lo hace aún más interesante. Nuestro objetivo es ayudar a dar visibilidad a esta región, pero sin convertirla en un parque temático. Esto no es Disneyland. Queremos hacerlo bien, con respeto. La historia ya está escrita en estas laderas: los romanos no eran tontos, plantaban en los sitios donde sabían que había calidad. Y aquí había oro, sí, pero también condiciones únicas para la vid.

P.– Usted se encuentra siempre de un lugar para otro, tratando de gestionar todas sus siete bodegas. ¿Qué diferencias encuentra entre trabajar aquí y en otras regiones como, por ejemplo, California o Argentina?

R.– Cada lugar tiene su personalidad. Galicia es única: terrenos escarpados, clima frío, mucha pizarra. No se parece a nada de lo que haya visto antes. Pero también hay diferencias culturales. Aquí los pueblos están más empobrecidos, más envejecidos. Y eso duele. Es como si la gente se hubiera marchado y el vino pudiera ser una forma de traerla de vuelta. En Argentina, por ejemplo, trabajábamos con viñedos antiguos que nadie valoraba. Aquí pasa algo similar con algunas variedades y microparcelas.

Un imperio de vino

A Paul Hobbs lo conocen en medio mundo como el "Steve Jobs del vino", un apodo que arrastra desde hace más de una década y que no le incomoda del todo. Su fama no nació del marketing, sino de su capacidad para revolucionar territorios enteros con una idea fija: que el vino debe ser fiel al lugar del que proviene. Esa convicción lo ha llevado a construir un auténtico imperio vinícola que abarca cuatro continentes.

Todo empezó en California, donde trabajó en Opus One —la legendaria joint venture entre Mondavi y Rothschild— y más tarde fundó Paul Hobbs Winery en Sonoma. Desde allí, su inquietud lo empujó hacia el sur. En Argentina cofundó Viña Cobos, una bodega pionera en elevar al Malbec a la categoría de vino de culto internacional, con botellas que han llegado a venderse por más de 400 dólares.

Después vinieron Armenia, Francia y España, siempre con la misma receta: pequeñas producciones, máxima precisión técnica y una obsesión por reflejar el alma de cada terroir. Hobbs no se limita a asesorar. Inversiona, dirige, cata y pisa el terreno. Su nombre, hoy, aparece en las etiquetas de bodegas de países por todo el mundo.

Con un enfoque global pero artesanal, ha logrado posicionar sus vinos en los mercados más exigentes —desde Nueva York hasta Hong Kong— y ganarse el respeto de la crítica internacional. En 2011, se convirtió en el primer enólogo en obtener los ansiados 100 puntos Parker para un vino argentino. Y desde entonces, sus proyectos no han dejado de crecer.

Paul Hobbs, mostrando las viñas de Alvaredos-Hobbs a EL ESPAÑOL.

Paul Hobbs, mostrando las viñas de Alvaredos-Hobbs a EL ESPAÑOL. Brais Lorenzo.

Vista aérea de Alvaredos y sus viñas, que Antonio López comenzó a recuperar en 1990.

Vista aérea de Alvaredos y sus viñas, que Antonio López comenzó a recuperar en 1990. Brais Lorenzo.

P.– ¿Qué define a los vinos de Alvaredos-Hobbs?

R.– Tienen energía. Hay frescura, estructura, precisión. El clima aquí, con inviernos fríos y grandes oscilaciones térmicas, le da al vino una vibración especial. Y eso hoy está de moda: menos alcohol, más fruta fresca, más intensidad. Pero esto no es una tendencia pasajera. Es volver al equilibrio natural de la vid. Es un estilo que conecta con lo artesanal, con lo sincero.

P.– Su Godello es bastante diferente al resto.

R.– Mucha gente nos dice que no reconoce nuestro Godello. Que no sabe si eso es realmente Godello. Y eso es bueno. Significa que lo estamos llevando a un nuevo nivel. Que estamos proponiendo otra forma de interpretarlo. Sin criticar a nadie, nuestra forma de vinificar y de cultivar es muy distinta. Eso se nota. Estamos trayendo otra referencia para la variedad. Con el Uz de Hobbs, como no es parte de la Denominación de Origen de la Ribeira Sacra, nos podemos permitir más libertad para crear un vino con su propia personalidad.

La botella de Godello de 2021 se vende tanto en España como en Estados Unidos por 35 euros. Y el Uz de Hobbs a 18 euros.

La botella de Godello de 2021 se vende tanto en España como en Estados Unidos por 35 euros. Y el Uz de Hobbs a 18 euros. Brais Lorenzo.

P.– ¿Cómo percibe el mercado del vino en España?

R.– Es un problema complejo. España produce vinos excelentes, pero no lo valora lo suficiente y tampoco ha hecho mucho por promocionarlo. Hay una percepción de que el vino español debe ser barato, y eso se perpetúa tanto dentro como fuera del país. Incluso personas respetadas en el sector me han dicho que los españoles no pagan por un buen vino. Y eso limita todo. No es sólo una cuestión de precio, sino de autoestima. Los franceses o los italianos han aprendido a contar bien su historia. Aquí todavía falta eso.

P.– ¿Y qué hace falta para cambiar esa percepción?

R.– Educación, reputación, tiempo. La gente no sabe si una botella vale 25 o 100 euros. Confían en la prensa, en los expertos. Necesitamos construir esa narrativa. En Argentina lo logramos con el Malbec: pasó de ser una uva olvidada a convertirse en la bandera del país. Aquí puede pasar, pero es un trabajo largo. Se necesita una masa crítica de productores que empujen en la misma dirección.

P.– ¿Cómo se explica que vinos excelentes aquí cuesten tan poco?

R.– Es una cuestión de imagen. España ha proyectado internacionalmente la idea de que sus vinos son baratos. Si nadie más vende Godello por encima de 15 o 20 euros, aunque tu vino lo merezca, el mercado no te va a aceptar a 35. Tienes que entrar poco a poco, crear demanda, y sólo entonces podrás subir. Pero si empiezas alto, no entras. Es paradójico, pero cierto: el precio condiciona la percepción más que la calidad.

Paul Hobbs posa para la cámara de EL ESPAÑOL junto al equipo de Alvaredos-Hobbs. De izquierda a derecha: Gustavo, Cecilia, Aurora, Marcos y Cecilia.

Paul Hobbs posa para la cámara de EL ESPAÑOL junto al equipo de Alvaredos-Hobbs. De izquierda a derecha: Gustavo, Cecilia, Aurora, Marcos y Cecilia. Brais Lorenzo.

P.– ¿Se siente más conectado a este proyecto que a otros?

R.– Sería como decir que quiero más a un hijo que a otro. Cada uno te da algo distinto. Lo que sí sé es que esto apenas empieza. Llevamos siete años. Un proyecto como este necesita veinte para encontrar su forma. Aún estamos construyendo. Cada visita, cada vendimia, cada conversación como ésta refuerza el vínculo. Es un proyecto que va madurando como el propio vino.

P.– ¿Qué conecta todos sus proyectos?

R.– Yo. [Ríe]. Soy el único elemento constante. Todo lo demás cambia: la gente, el suelo, la cultura. Cada lugar tiene su teatro. Este, por ejemplo, es uno especialmente desafiante. Pero también es hermoso. Todos los proyectos tienen algo de regreso a lo esencial: trabajar con las manos, entender el clima, cuidar el viñedo. Es volver al origen, pero con técnica. Como navegar las aguas del tiempo.

P.– ¿Cuál es el futuro del vino?

R.– El alma. Puede ser sostenible, artesanal, técnico... pero si no hay alma, no hay nada. Y la emoción nace del trabajo bien hecho, del compromiso con el lugar. Eso es lo que intentamos aquí: hacer un vino que sea una extensión del espíritu del paisaje. El consumidor no compra tan solo sabor. Compra una historia. Una conexión. Un gesto de verdad.