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Pocos días después de la muerte de Fernando Sánchez Dragó, Ana Grau (Gerona, 1967) se puso escribir. No lo vivió como una elección, sino como un acto inevitable. Su relación de tres años con el escritor había quedado zanjada hacía casi una década, pero su impacto persistía. "Sentí el impulso, pero fue un acto pausado", cuenta. "Y creo que eso permite que en el libro haya amor, pero también una mirada lúcida. El amor no distorsiona la historia".

Ana Grau, periodista y exdiputada en el Parlament de Cataluña, no solo ha escrito una historia sobre su vínculo con Sánchez Dragó, sino también una reflexión sobre la política, el feminismo, el juicio público y la memoria. "No es una biografía autorizada, ni una hagiografía. Ni lo idealizo ni le paso factura. Es una conversación con él, ahora que ya no está", resume. El resultado es un libro directo y literario, que incomoda tanto a los fieles del escritor como a sus detractores más viscerales.

Durante la entrevista, Grau se mueve con una mezcla de afecto y precisión quirúrgica. Habla con libertad, pero sin despeinarse. Y si algo queda claro es que esta historia no pretende ajustarse a ninguna narrativa fácil. "Yo estuve con Dragó mientras me compensó. Y me compensó mucho", asegura.

Anna Grau cuenta una sensacional historia de amor, la suya, que contiene a su vez muchas historias más y que entrelaza recuerdos y testimonios, vivencias y presencias, leyendas urbanas por aclarar y secretos por descubrir.

Anna Grau cuenta una sensacional historia de amor, la suya, que contiene a su vez muchas historias más y que entrelaza recuerdos y testimonios, vivencias y presencias, leyendas urbanas por aclarar y secretos por descubrir. Sara Fernández

P.— ¿Cómo fue tu relación con Fernando Sánchez Dragó? Le dedicas un libro que no sé si es de amor, pero seguro es sobre el amor.

R.— Yo matizaría que es un libro "con" amor. Estuve con Fernando de 2014 a 2017. Él muere el 10 de abril de 2023. Eso significa que cuando él muere ya llevábamos seis años separados, y el libro se publica en 2025. Y yo me acuerdo perfectamente de que sentí el impulso de escribir justo entonces. Creo que eso permite que haya amor, que se hable del amor, pero no sólo del amor. Y, sobre todo, que el amor no distorsione la historia.

P.— Y tanto que no. Le llamas machista, egoísta, manipulador… De todos los libros con amor que he leído, este es el único en el que me he encontrado tantísimos insultos al protagonista.

R.— El libro no es una hagiografía, pero creo que se nota el cariño. Ni es una biografía autorizada ni le paso factura: es una conversación con él, ahora que ya no está. Lo que pasa es que hay tantos dragó-lovers y dragó-haters que sólo le ven como Dios o como el demonio. Bueno, pues ni era Dios ni era el demonio: era un ser humano con grandes cualidades y grandes contradicciones. Grandes efectos como los tenemos todos. Y en el libro intento hacer una aproximación serena, cariñosa, pero lúcida. Nunca hubiese hecho un ajuste de cuentas.

Sobre lo que dices, intento ser consecuente. ¿Dragó era manipulador? Sí. ¿Era egoísta? Sí. ¿Era narcisista? Sí. ¿Era machista? Bueno, con matices.

Él nunca le habría faltado el respeto a la novia de Errejón, por ejemplo. Se crio entre mujeres y en muchos sentidos tenía una mentalidad no sé si feminista, pero desde luego muy femenina. Era afectuoso, era cariñoso, era leal, era fiable, y a día de hoy no percibo ni un gramo de masculinidad tóxica en él. Pondría la mano en el fuego porque no te maltrataría ni psicológica ni físicamente.

P.— ¿Fue una relación fácil? Casi no hablas de cómo te sientes.

R.— Sí, con sus cosas, pero sí. Es que no soy muy fan de la literatura egográfica. Dragó sí, él era todo lo contrario. Se autoliteraturizaba. Yo soy más prudente. Podía haberlo escrito o no. Podía haberlo escrito y no haberlo publicado. O haberlo literaturizado más, hacer una novela donde fuera más difícil rastrear quién es quién. Pero mira, el detonante fue que a mí me intentaron cancelar por haber estado con Dragó. Y no solo a mí. A otras personas también.

P.— ¿Te refieres a que se te intentó definir únicamente por tu relación con él?

R.— Exacto. Hay gente que me ha intentado definir solo por haber estado con él. Estoy muy orgullosa, pero eso no me define. A lo mejor a Dragó sí le puede redefinir un poco haber estado con una mujer como yo. Espero que alguien reflexione sobre si ese Dragó caricatura que se han hecho en la cabeza podría haber estado tres años con una mujer como yo.

P.— ¿Y tú notaste que la gente te miraba distinto por haber estado con él?

R.— Sí. Y eso que yo tenía 46 años cuando le conocí. No era una niña. No era una Lolita. Era una mujer hecha y derecha, con una hija, con una carrera profesional. Pues seguro que ver a Dragó conmigo fue un experimento que no encajaba con la imagen que algunos tenían de él. Tampoco encajó conmigo. Pero anda, creo que me he ganado el derecho de enamorarme de quien me dé la gana.

P.— ¿Te fiscalizaron?

R.— Mucho. A mis 46 años, de pronto me encontré con una especie de Inquisición popular. No había vivido nada así. Yo siempre he sido cañera, como periodista, y después de Dragó estuve tres años en política. No me distinguí por mi timidez. Pero como no he robado ni he colocado a nadie en un ministerio, lo único que encontraban para ir a por mí era mi relación con Dragó. 

Parece mentira que, después de todo lo que nos ha costado a las mujeres conquistar ciertas libertades, todavía tengamos que justificar con quién salimos. Yo nunca le pedí permiso a nadie para tener novios. No le pedí permiso a mi padre; no se lo iba a pedir a la Sección Femenina morada.

También creo que la imagen de Dragó, al igual que la de Miguel Bosé o tantos otros, han sufrido una degradación que en el caso de Dragó es más grave. Una cultura española donde no quepa Dragó, donde no quepa Savater, donde no quepa Vargas Llosa... una cultura española donde no estén ellos es un cortijo.

P.— También haces una crítica a cómo se percibe hoy el enamoramiento.

R.— Sí, parece que está mal visto. Como si por ser una mujer seria, que escribe columnas, no pudieras enamorarte. ¡He leído que el enamoramiento es un constructo patriarcal! No sé qué gilipollas ha escrito eso, pero desde luego no ha vivido una historia como la que viví yo.

P.— ¿Qué vino después del enamoramiento?

R.— Una amistad. Fue un ex modélico. Cuando se acababa, se acababa. No te la guardaba. He conocido hombres mucho más dañinos, más rencorosos, más mezquinos que él. Dragó tenía una nobleza de fondo. Era afectuoso, cariñoso, leal. Era alguien con quien podías contar.

Anna Grau ha ejercido y/o ejerce el periodismo y la escritura en Barcelona, Nueva York...

Anna Grau ha ejercido y/o ejerce el periodismo y la escritura en Barcelona, Nueva York... Sara Fernández

P.— ¿Cómo era la relación entre sus ex?

R.— A la gente le llama mucho la atención. Dragó tenía una visión tribal del amor. Le habría gustado que todas viviéramos juntas, con hijos, nuevas parejas... una especie de comuna. Pero tampoco le gustaba que nos contáramos cosas entre nosotras sin él delante. Le ponía nervioso. Supongo que porque repetía frases, gestos. Estoy segura de que más de una habrá leído el libro y pensado: "¡Eso me lo dijo a mí también!".

P.— Y en el entierro estabais varias.

R.— Sí. No todas, porque habría que haber fletado autobuses. Pero las que estábamos, estábamos bien avenidas. Ninguna dejó de ir por la presencia de otra. Eso dice mucho de él, también. Y yo era la mayor, claro.

P.— En el libro mencionas que le gustaban mujeres sin biografía para poder aplastarlas con la suya. Para no encontrar oposición.

R.— Y es verdad, porque él necesitaba brillar, pero no lo digo como algo malo. A la vez, él hizo un gran esfuerzo al estar conmigo, hasta que llegó un momento en que nos dimos cuenta de que ya nos había compensado. Para mí la relación con Dragó estuvo muy marcada por el aprendizaje, y estoy segura de que para las demás también.

Sobre la oposición... claro que había diferencias muy grandes, pero ahí yo tampoco me amilanaba. Sobre todo, discutíamos de política, que para mí la política era algo muy serio y para él no tanto, y de hecho la mayor bronca que tuvimos fue a raíz de la primera victoria de Donald Trump. Dragó nunca vio bien que yo me involucrase tanto en la política. 

P.— ¿Por qué nunca le llamas por su nombre de pila? ¿Es por contribuir a esa idea suya de autoliteraturizarse, como tú dices?

R.— ¡Es que él vivía así! Su vida tenía que ser una novela. Y lo logró. No le llamo así porque él no se presentaba como Fernando Sánchez Dragó, se presentaba como Dragó. Yo en la intimidad le llamaba de otra manera que tampoco quiero mencionar, pero hacia fuera, él era Dragó. Era su nombre de guerra.

P.— ¿Hay alguna diferencia entre el Dragó que él vendía y la persona real?

R.— Eran la misma persona, con matices. Él no echó el cierre nunca: leía, veía películas, escribía. Cambiaba de ideas si hacía falta, pero no de valores. Tenía una "contradictoria coherencia", si se puede decir así. Y eso le hacía fascinante. Se permitía contradecirse si era para seguir creciendo. Esa inquietud intelectual no la encuentras fácilmente.

P.— ¿Qué te queda de todo aquello?

R.— Mucho aprendizaje. Momentos felices, momentos difíciles. Pero todos intensos. Y una certeza: estuve con él mientras me compensó. Y me compensó mucho.