Publicada
Actualizada

Hay una foto magnífica datada en diciembre de 1984 donde se aprecia al anciano y venerable maestro budista Kalu Rinpoché (tenía a la sazón 79 años), flanqueado por dos lamas, y caminando con dificultades bajo un paraguas entre las encinas, los olivos y los enebros que alfombran la ladera que desciende desde el collado de Pano hasta la ribera del río Ésera, ya a las puertas de Graus (Huesca). El día de su visita a los terrenos de lo que después sería el templo Dag Shang Kagyu (comúnmente conocido como el templo de Panillo) nevó copiosamente, y los colores azafranados y burdeos de las kasayas de Kalu Rinpoché y de sus acompañantes refulgían sobre el manto blanco. 

Aquello fue el big bang o el huevo cósmico del budismo del Prepirineo, que es la franja de agrestes serranías que, desde el sur, anticipan las grandes alturas de la cordillera que nos separa de Francia. El erudito del budismo Vajrayana había viajado hasta la Ribagorza oscense para dar su bendición a la construcción de un nuevo centro de los linajes Dagpo y Shangpa Kagyü, de los que tomaría el nombre. Y eso fue lo que hizo sin vacilar. A su juicio, aquel paraje que se derramaba bajo una gran encina centenaria era perfecto para la meditación, el aislamiento y la práctica de sus rituales.

Gracias a las donaciones de budistas españoles, la masía que había en el terreno se transformó en una residencia para practicantes mientras se construía el templo y una serie de estupas, que es un monumento funerario que representa la mente iluminada del Buda. Tiempo después se levantó también la shedra gracias a un benefactor austríaco, que es un lugar de estudio, y mucho más recientemente, una nueva residencia cuyo diseño extravagante ha sido cuestionado por la forma flagrante en que desafía la arquitectura autóctona.

Uno de los residentes fijos del templo Dag Shang Kagyu, durante la oración de la mañana.

Uno de los residentes fijos del templo Dag Shang Kagyu, durante la oración de la mañana. Ferran Barber

Desde el mismo momento de su creación, comenzaron a acudir budistas españoles y europeos junto a gentes llenas de curiosidad por nuevas formas orientales de espiritualidad. Por situarlo en un contexto temporal y geográfico, digamos que sólo hacía nueve años desde la muerte del "Generalísimo". A unos pocos kilómetros a vuelo de pájaro, se alzaba junto al río Cinca el santuario mariano de Torreciudad que los arquitectos Heliodoro Dols, Ramón Mondejar, Santiago Sols concibieron para el Opus Dei. Su proximidad fue interpretada por algunos como una especie de provocación o desafío.

A no mucho tardar, la noticia de su existencia acaparó docenas de titulares en aquellos diarios y semanarios madrileños de la transición, en aquel entonces ávidos por abrir sus páginas a una nueva era de libertad espiritual. Cuantos tomaron parte en la creación de aquel centro, recuerdan el recelo de los lugareños y la autoridades hacia aquellos jovencísimos butaneses de sempiterna sonrisa a los que Kalu Rinpoché confió la responsabilidad de plantar una primera semilla de espiritualidad tibetana. El lama Phuntsok falleció recientemente, pero el lama Drubgyu, aunque se acerca a los setenta, sigue siendo el pilar principal de la comunidad.

"Claro, el centro se creó junto a un pueblito donde no habían visto nunca nada parecido. Y hace de ello ya cuarenta años. Así que sí, en efecto, al principio hubo cierta desconfianza", asegura la lama hispanoargentina Viviana Bustos (Tucumán, 1965). Ella conoce bien toda la evolución de ese lugar porque lleva ya alrededor de treinta años viviendo en una casita situada entre los olivos y las carrascas que circundan al templo, un gran recinto arbolado de varios kilómetros cuadrados enteramente perteneciente a la comunidad y, por lo tanto, regido por sus normas como un pequeño vaticano del budismo.

Viviana, junto a la ventana de su casa que mira al horizonte de las montañas budistas de Panillo.

Viviana, junto a la ventana de su casa que mira al horizonte de las montañas budistas de Panillo. Ferran Barber.

"Muchas de las personas que en aquel entonces simpatizaban con el budismo eran, por así decirlo, los jipis y los más raritos de la sociedad", recuerda Viviana. "Pero lo cierto es que el maestro Kalu Rinpoché dijo que iba a convertirse en uno de los centros más importantes de Europa y eso es lo que de alguna manera ha ocurrido. No solamente no ha habido conflictos, sino que con el tiempo, esto se ha transformado en una especie de atracción turística querida y valorada por la gente de la zona. Y eso, por no mencionar el hecho de que los aledaños que rodean al Dag Shang Kagyu se han convertido en una especie de Marbella. Hay mucha gente a la que le gustaría vivir cerca del templo pero que no pueden permitírselo porque los precios de mercado de las fincas y de los edificios están desorbitados, muy por encima de los normales en la zona".

A las celebraciones anuales de Año Nuevo, acude hoy en día hasta la Benemérita vestida de domingo y, en efecto, tal y como Bustos asegura, el templo ha devenido en una especie de Meca del budismo que atrae cada año hasta la zona, no sólo a millares de practicantes, sino a muchos más turistas cuyo único interés es ver algo tan aparentemente exótico como lamas butaneses y estupas entre los espantabruixas de las chimeneas del Pirineo.

Tan especial es todo el área que queda bajo la directa influencia del primer templo que los jabalíes, los zorros o los corzos se acercan amigablemente hasta los residentes. No tienen nada que temer porque allí nadie les caza, dado que una de las esencias del budismo es no causar daño ni dolor a otras criaturas. "El cabeza de nuestro linaje estableció una norma para nuestros monasterios que prohíbe comer carne en ellos", afirma Viviana. "Aquí, en la residencia, sólo se cocina comida vegetariana. Pero fuera del recinto cada una es libre de elegir. Yo misma como carne a veces, aunque no sea lo ideal ni lo recomendable. Cierto es que es inevitable participar en el sufrimiento de otros seres. Incluso cuando aramos la tierra matamos un sinfín de vida".

Kalu Rinpoché, durante la visita que realizó en 1984.

Kalu Rinpoché, durante la visita que realizó en 1984". Dag Shang Kagyu

Claro que lo verdaderamente extraordinario de lo sucedido en torno al Dag Shang Kagyu es que, cuarenta y un años después de su creación junto a Graus (Huesca), el budismo se ha extendido por todo el Prepirineo e incluso más al norte a través de una amplia franja montañosa de cerca de cien kilómetros de ancho y treinta o cuarenta de alto, donde residen de manera fija o temporalmente budistas de toda Europa además de gentes con espiritualidades alternativas. Se hallan repartidos por distintos valles, pueblos y pequeñas comunidades. Es el pequeño Tíbet español, un lugar único en casi toda Europa nacido al calor del Dag Shang Kagyu y sus secuelas donde conviven las tradicionales enseñanzas del budismo con las del movimiento de la llamada Nueva Era, aunque no exista ninguna relación entre ambas.

Para empezar, se creó una comunidad de residentes en el propio término municipal de Graus que habitaban bien en la residencia colectiva bien en las casitas que se construyeron en el monte que circunda el templo de acuerdo a un modelo singular que se repite en otros centros europeos o incluso en el Nepal. La lama Viviana Bustos vive en una de esas casas. "Al principio, se otorgaron permisos para construir casas en el monte a personas involucradas con la comunidad", aclara. "Pero había ciertas condiciones que todos cumplimos. Uno lo paga de su bolsillo, pero sólo lo ocupa en usufructo. No se puede legar tras fallecer. Cuando morimos, las viviendas pasan a la comunidad. E incluso si nos ausentamos durante una temporada, la casa puede ser usada para prácticas".

La lama Viviana Bustos, a las puertas de la casita que posee en las montañas del Prepirineo. Los budistas deben ceder su propiedad al templo tras su muerte. Ese es el compromiso.

La lama Viviana Bustos, a las puertas de la casita que posee en las montañas del Prepirineo. Los budistas deben ceder su propiedad al templo tras su muerte. Ese es el compromiso. Ferran Barber

Viviendo de ese modo, puede haber ahora en torno al templo unas treinta personas. Son muchas más cuando se contabilizan las que habitan en todo el pequeño Tíbet del Pirineo. El budismo se extendió lenta pero imparablemente, por el oeste, hasta lugares como la aldea de Caneto y hacia el este, hasta una nueva comunidad situada a más de cien kilómetros. Entre medio, hay otros núcleos donde conviven junto al resto de la gente, algunos lamas o practicantes de budismo Vajrayana.

Fue el catalán Karma Djinpa, fallecido en mayo de 2017, quien creó una casa de meditación en el pueblecito rehabilitado de Caneto donde sigue habiendo mucha actividad de lo que los budistas llaman 'dharma', que son las enseñanzas para la liberación del samsara o, en términos algo más profanos, para alcanzar el nirvana, un estado de iluminación donde se suprime todo el sufrimiento. En otras pequeñas localidades de la Ribagorza menudean también las casas donde flamean las clásicas banderitas de plegaria, que es un colorido pedazo de tela rectangular. Son los mismos trapitos que se ven con frecuencia en pasos montañosos y picos de los Himalayas. Allá donde haya sutras (plegarias) sobre telas hay budistas. En Panillo, sin ir más lejos, vive también una lama muy influyente.

El camino más corto y también el más bello (aunque no el mejor) para alcanzar el extremo más oriental de este pequeño Tíbet aragonés parte de la Pobla de Roda (Huesca), en la ribera del Isábena, y discurre entre serranías completamente deshabitadas sobre sinuosas y pedregosas pistas de tierra que serpentean entre pinares y barranqueras. El equipo de Porfolio trazó esta semana ese recorrido y lo que halló al final fue otro de los satélites del Dag Shang Kagyu. Fue una budista antaño muy relacionada con el centro de Panillo la que donó el terreno del Palpung Samphel Chöling. Es casi con certeza uno de los lugares más aislados de España. Nadie llegaría por error allí e incluso si lo buscas, no es fácil dar con ello, aunque el camino esté jalonado de plegarias.

Uno de los residentes fijos del templo Dag Shang Kagyu, durante la oración de la mañana.

Uno de los residentes fijos del templo Dag Shang Kagyu, durante la oración de la mañana. Ferran Barber

El centro Palpung Samphel Chöling echó a andar en 2016 bajo los auspicios de Tai Situpa, el Gran Preceptor, a unos kilómetros del municipo oscense de Cajigar. Se halla a más de mil metros de altitud, a mitad de camino, más o menos, entre las riberas del Isábena y el Noguera Ribagorzana. En el invierno hace tanto frío que sobre el cerro de los budistas solo vive una marsellesa de setenta años llamada Anne Marie Trouflard. Cuando vuelve la primavera, vienen nuevos residentes, la mayoría de ellos franceses y españoles.

No hay más de 100 personas en 20 kilómetros a la redonda y, al menos dos de las casas del pueblecito de Cajigar son ocupadas por budistas. He ahí otra de las proyecciones de esa gran sombra tibetana del centro Dag Shang Kagyu. La benefactora budista que donó los terrenos vive también en los aledaños. A diferencia de lo que ocurrió en Graus, aquí fueron recibidos con una alfombra roja ya desde el principio. Entre los campos de cereal y la fronda montuosa de robles y de pinos que estrangulan el cerro donde se alza el centro es más sencillo ver un corzo que un campesino (de hecho, nuestro equipo vio dos a lo largo del recorrido). Cualquier llegada de savia nueva es bien recibida por los viejos.

Ahora hay cuatro franceses, todos budistas, viviendo en el  Palpung Samphel Chöling. Tienen un templo y distintas residencias, además de un huerto. Son las ruinas reconstruidas de una antigua finca de 150 hectáreas situada en la aldea de Sampere adquirida y donada al maestro Situ Rinpoché por la mallorquina Berta Fontanillas.

"Yo paso aquí el invierno sola porque hace mucho frío y esto es duro", asegura Anne Marie. "Pero a partir de marzo, esto cobra vida nuevamente y tenemos mucha gente debido a la presencia de un gran maestro y de los cursos y las actividades que estamos organizando. Y en verano todavía nos visitan más personas. Algunos vienen y están un par de semanas. Otros nos acompañan durante medio año".

Anna Marie junto a su perro

Anna Marie junto a su perro Ferran Barber

Ni Viviana ni Anne Marie tienen ninguna duda de que ese pequeño Tíbet que se ha creado seguirá creciendo con el apoyo de los locales. "Por un lado, están todos esos centros satélites como el de Cajigar o el de Caneto que se han creado", apunta la argentina. "Y por otro, hay continuas actividades que llegan a convocar hasta más de trescientas personas".

En la más madrugadora de las puyas diarias (rituales budistas) que hay en el Dag Shang Kagyu, no suele haber entre semana más de seis personas, además de las veinte o treinta que se conectan a través de Internet. Pero es que muchos de los budistas que han fijado su residencia en la Ribagorza tienen existencias semejantes a la del resto de los mortales. Hay entre ellos jubilados, pero también médicos o empleadas de la limpieza. Sus vidas se han normalizado porque ser budista ya no es una anomalía.

"Hay que admitir que la comunidad directamente involucrada con el templo de Panillo solía tener más dinamismo", confiesa Viviana. "Algunos de los lamas que vinieron al principio han fallecido. Otros están enfermitos. Y algunos, como el lama Drubgju, han empezado a hacerse mayores, aunque sigan plenamente activos. Esperamos que pronto lleguen nuevos lamas butaneses que nos ayuden a revitalizar un poco esto".