Rosa Sánchez de la Vega
Publicada

En unas semanas se cumplen cinco años desde que Jesús Terrés empezó a mandar cada sábado, por la mañana, un relato íntimo en forma de carta a través de su newsletter. Desde aquel marzo de 2020, cuyo germen se remonta a la pandemia del Covid, y donde la incertidumbre y el miedo le llevó a la necesidad de contar su intimidad y de desnudarse, ha sumado lectores hasta convertirse en el autor de la newsltter más leída de toda España.

Sus cartas no van dirigidas a nadie en concreto, son como botellas de vidrio lanzadas al mar, pero que recogen más de 35.000 lectores. 

Ahora, Jesús Terrés acaba de publicar 'Vivir sin miedo' (Destino). Una recopilación de sus mejores relatos que giran en torno a la búsqueda, a no dejar ningún cajón por abrir, de tratar de transcribir la belleza del mundo, de tener la valentía para ser uno mismo y de iluminar el camino. El autor reconoce que el titulo refleja la necesidad de vivir intensamente.

P.—¿Empezó a escribir hace cinco años y ya suma más de 35.000 lectores en su newsletter? 

R.—Sí. Empecé a escribir hace cinco años, justo en el inicio de la pandemia y está ligado al por qué. Cuando uno empieza a escribir no imagina que pueda llegar a tantos. En realidad da igual si es para uno, para diez o para un millon de lectores. Tú escribes porque lo necesitas, porque quieres, porque es sanador, o porque sí. Y no piensas, al menos, en quién va a recoger esa botella que has lanzado al mar.

P.—¿Necesitaba contar algo en una época en la que a todos nos pareció que vivíamos una situación surrealista?

R.— Absolutamente. Yo soy periodista y sigo trabajando en ello, amo la profesión. Y en mi vida, en aquel momento de miedo, de no saber qué estaba pasando, qué iba a pasar, más allá de las entregas, necesitaba contar, necesitaba desnudarme. La primera carta, fue un acto tremendamente egoísta.

Jesús Terrés.

Jesús Terrés.

P.—¿Asumía el riesgo que corría desnudándose?

R.—Sí, y me sigue dando mucho miedo. Me sigue asustando. Porque sé que me expongo mucho y me hace sentir muy frágil. Lo siento y lo percibo cuando hay una charla con lectoras o con lectores. Y lo digo desde la timidez, pero desde la sinceridad de, por favor, cuidarme. Porque el acto de escribir para mí es muy doloroso y es muy íntimo, muy solitario, y muy monacal.

P.—¿Escribe con sangre, porque en ese vivir sin miedo, no todos somos conscientes de que la vida se acaba?

R.—Completamente. Mucho peor que el miedo, o el dolor, o la pena, es la anestesia y el pasar de puntillas y el no llorar, no vivir, no sufrir, eso no es vida.

P.—¿Cree que somos capaces de percibir o transmitir emociones?

R.—No. La mayoría de los hombres que me rodean, con los que yo trabajo, a los que yo conozco, son adolescentes emocionales. Y no queremos enfrentarnos a nuestras emociones, nos da miedo, nos cuesta mucho decir: te quiero, o estoy jodido. Nos incomoda ser honestos. No nos importa ver en el telediario una guerra, pero no puedes decir me has decepcionado, o estoy triste o estoy destrozado. Hay mil ejemplos de cotidianidad dolorosa que ocultamos.

P.—¿Cómo ha sido la selección de sus escritos para este libro?

R.—Ha sido muy complicado, porque yo trato de volcar mucha intimidad en todos. Por supuesto que ha habido ayuda de la editorial. Pero a mí como lector me obsesiona mucho la musicalidad. El tiempo de las cosas. Tanto las obras que veo, como en el menú del restaurante, en una conversación, me obsesiona esa musicalidad, que los agudos y los graves, la pena y la alegría, fueran como un viaje.

P.—Dice en su libro: “Para abrirse, hay que derribar muros, bajar las defensas, dejar que entre la luz”. La pregunta es, ¿quién lo hace?

R.— Desde luego, para abrirse hay que abrir cajones, abrir las ventanas. Tendemos muchas veces a depositar responsabilidades en los demás. Y hay que girar el foco hacia uno mismo. Porque probablemente lo que ocurre, es responsabilidad mía.

P.—Haciendo referencia a uno de sus relatos, ¿cómo cambia todo desde el momento en el que descubre que tiene una fecha de caducidad?

R.—El protagonista se llamaba Omar, tuvo un cáncer muy complicado, tenía fecha y el me mandó una carta preciosa en la que cerraba diciendo: “Es duro tener fecha de caducidad, pero todos la tenemos, solo que no lo sabemos”.

Y yo añado que no queremos saberlo, porque quizá sea la única manera de hacer esto soportable, pero también es un autoengaño. No te digo que tenga que ser una presencia constante, tampoco hace falta que nos lo tatuemos, pero mejor tenerlo rondando y así igual no nos enfadamos por tantas cosas chorras, como que si el café está frío.

P.—¿Vivir antes de morir, aunque hay algunos que ya están muertos en vida?

R.—Lo peor de la vida es la anestesia, es vivir sin ilusión, sin sufrir, sin sentir. Yo he estado mucho tiempo ahí, y prefiero de verdad el sufrimiento y elijo el dolor, antes que la anestesia.

P.—¿Vivir sin miedo no es vivir sin jugarte la vida?

R.—No, de hecho el miedo es súper útil. Es autodefensa. En realidad el título del libro, es casi un trampantojo. No se trata de vivir sin miedo, sino vivir con miedo. Naturalizándolo, entendiéndolo y abrazándolo. El miedo te va a ayudar.

P.— ¿Abundan en usted más las cosas que no harás que las que sí?

R.— Pues depende del momento, depende del día, depende de la etapa vital. Yo de un tiempo a otra parte, y es lo que trato de contar en las cartas, estoy muy por lo cotidiano y por lo asidero. Cada vez estoy un poquito más lejos de las grandes conquistas. Las veo muy lejanas y me interesan menos.

P.—¿A qué tiene miedo?

R.—Además de pasar de puntillas por la vida. Tengo un miedo razonable y evidente a la enfermedad. Y a la pérdida.

P.—Más que preguntarte por qué se mira hacia adentro, se pregunta cómo ha sido el proceso.

R.—Largo, difícil. Para mí la terapia ha sido muy importante. Hablo mucho de ella. Entiendo que no tiene por qué ser la de otra persona, porque cada uno tiene su camino. Y yo soy responsable del mío. Pero en mi caso fue difícil. Y llegué al autoconocimiento, al mirar hacia adentro, por las bravas. Porque el otro camino me estaba muriendo. Me estaba machacando. Entonces, no llegué de buenas, ni rápido, ni fácil, ni leyéndome un libro, ni escuchando un podcast. Fue complicado.

P.—¿Cree que la pandemia fue el mejor momento para dar ese paso?

R.—Mi padre murió cuando yo tenía 18 años. Y elegí la anestesia durante buena parte de mi adolescencia y los primeros años de madurez. Y mucho después, pues acabé con un pie y medio en la depresión, bajando las presiones y estando muy triste sin saber por qué. Entonces, para mí, el autoconocimiento y preguntarme por qué soy tan infeliz, fue muy complicado para encontrar respuestas.

P.—¿En el folio no se miente?

R.—Nunca. Al menos en mi proyecto, en mi manera de escribir, en mi manera de entender la literatura en el folio.

No se miente, es la única regla. Incluso cuando estás ficcionando no se miente. Tienes que ser honesto contigo mismo. Y yo creo que esa honestidad, que para mí es imprescindible y es la que me emociona cuando leo a otros escritores o escritoras. Mentir es hacer grande al miedo, nunca mejor dicho. El miedo se alimenta de la mentira.

Jesús Terrés.

Jesús Terrés.

P.—¿Cómo cree que se le lee?

R.—Pues yo tengo la sensación de que se me lee desde la conexión emocional. Que hay muchas personas conectadas, redescubriéndose a sí mismas, personas que quieren momentos de calma, de belleza y de luz.

Y me da la sensación de que son personas con las que yo puedo irme a comer. Siempre lo digo, es verdad que estamos en la misma frecuencia.

P.—¿Lanzarse a la piscina, pero con agua y sabiendo nadar, eso es: Vivir sin miedo?

R.—Sí, pero hay que lanzarse. Locuras ninguna. Y ahí está el miedo. Ahí, para decirte que hay agua, para observar que no hay medusas…

P.—En cuanto al periodismo, dice, seguirá apostando por el periodismo de verdad, el que sirve para poner esperanza a los ojos. ¿Hay tan poco de eso ahora?

R.—Hay muy poco, pero fortuna hay. Entonces creo que la responsabilidad del periodista y del medio, porque el periodista a veces no puede hacer más de lo que hace, es contar la verdad, en estos momentos de post verdad y de toxicidad y de más oscuros que claros a nivel político, por ejemplo, es contar la verdad.

Pero también es responsabilidad del lector, que tiene más que nunca en la historia herramientas más que suficientes para buscar una buena fuente.

P.—Cada sábado escribe un relato. ¿Qué has escrito en este último?

R.—La semana pasada, tuve una charla con un periodista de 85 años que me llenó de ternura, porque me recordó a mi padre y pensé que me hubiera gustado mucho hablar con mi padre siendo él mayor. Y me preguntó hacia dónde se dirigían las cartas, y si tenían un final. Y dije que sí, que tenían un final, que todo lo tiene. Y el último texto es justo en torno a eso. Me pregunto a mí mismo. No sé el final, sé que existe, pero hacia dónde va.

Entonces trato de dibujar con mi sextante, que son las palabras, una carta náutica.