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Durante la ocupación británica de la India, las autoridades del principado hindú de Travancore decidieron imponer un impuesto a las mujeres de las castas inferiores que deseasen cubrirse los senos cuando estaban en presencia de una casta superior: el Mulakkaram.

El problema era que las castas más bajas, que vivían muy por debajo del umbral de la pobreza, no podían elegir, ya que no tenían manera de pagar el impuesto. La mayor parte de las mujeres afectadas no tenían alternativa y temían expresar sus objeciones, hasta que en 1803, una mujer del pueblo de Chertala, llamada Nangeli, cansada de esta injusta y discriminatoria ley, decidió no pagar.

Cuando el recaudador de impuestos supo que rehusaba pagar el impuesto, fue a su casa a pedirle que dejara de violar la ley, pero ella insistió oponiéndose y más tarde se cortó los senos en protesta. Su sacrificio dio luz a una revuelta que duró décadas, liderada por las mujeres que no querían enseñar sus pechos y que fue conocida como el Levantamiento de Channar, aunque el impuesto no se abolió hasta 1924.

En el siglo III, otra mujer también perdió sus pechos, pero en este caso, como castigo por rechazar a un senador romano y no abandonar su fe y su castidad. Un año después de su muerte intercedió para detener la lava del volcán Etna. Tras aquel milagro, se honra su memoria todos los 5 febrero. Esta es la historia de Santa Águeda de Catania.

Consagrada a Jesucristo

Águeda era hija de una distinguida y noble familia de Catania, en Sicilia, y era conocida tanto por su belleza como por su inquebrantable fe y compromiso con Dios. Alrededor del año 230 de nuestra era, Águeda comenzó a ser acosada por Quintianus, procónsul de Sicilia, que se había obsesionado con ella, pero la joven lo rechazó en varias ocasiones, alegando que debía mantenerse pura y virgen por amor a Jesucristo.

Enfurecido ante las constantes negativas, el despiadado procónsul ordenó que fuese llevada a un prostíbulo como castigo, pero Águeda no solo consiguió permanecer virgen, sino que muchas de las mujeres que allí trabajaban se convirtieron al cristianismo y abandonaron aquel lugar donde eran tratadas como mercancía.

Quintianus, asombrado por su resistencia, mandó que la llevaran a su mansión, donde le prometió riquezas y poder si se acostaba con él, pero Águeda siguió manteniendo intacto su voto de castidad.

Estatua del emperador Trajano Decio.

Estatua del emperador Trajano Decio. Wikimedia Commons

Séptima persecución

En aquella época, un senador, cónsul, exgobernador de la Hispania Tarraconense y comandante de Roma en la zona del Danubio, fue proclamado emperador por sus legiones, Trajano Decio, y entre sus medidas estaba la de fortalecer la religión del imperio, por lo que ordenó la conocida como Séptima persecución a los cristianos, la más sangrienta y sistemática hasta el momento porque quería terminar con el cristianismo matando a sus líderes.

Quintianus recibió en Sicilia un edicto general del Imperio por el que se citaba a los tribunales a todos los habitantes de la región. Debían arrojar incienso en los pebeteros que ardían en las estatuas de los dioses romanos y si se negaban serían acusados de ser cristianos, ya que estos no adorarían a los ídolos.

A los cristianos se les negaba su condición de ciudadanos, se les desposeía de todas sus posesiones y propiedades y se les condenaba a una vida de tormento como esclavos en las minas o los trirremes.

Despiadada venganza

Cuando Águeda fue llevada ante el tribunal se negó a realizar las ofrendas e hizo profesión pública de su fe en Cristo, jurando que jamás renegaría de ella.

Quintianus, enfurecido, le ordenó que renegara de su Dios y, para inducirla a reflexionar, la encarceló hasta el día siguiente sin conseguir nada. Finalmente, dispuso que la torturasen sin surtir efecto, por lo que mandó que le quemaran los pechos y se los amputasen después con unas tenazas.

Tras ser llevada de nuevo al calabozo, a medianoche se le apareció San Pedro, que la curó milagrosamente. Cuando la condujeron nuevamente ante el tribunal, Águeda se negó una vez más a adorar a los dioses de Roma, declarando que había sido curada mediante el poder de Jesucristo.

Furioso por no haber conseguido, a pesar de las torturas, que renegase de su fe, Quintianus decretó que la joven fuese arrojada sobre carbones al rojo vivo, se le arrancaran los senos con tenazas y arrastrada por toda la ciudad hasta la muerte. Era el 5 de febrero del año 251.

Parando un volcán

Al cumplirse un año de su muerte, el volcán Etna entró en erupción y la lava se extendió por la falda del volcán amenazando con destruir Catania. Sus ciudadanos se encaminaron al sepulcro de Águeda, a quien recordaban con afecto y admiración, para pedir su intercesión para que detuviera aquel desastre, llevando en procesión velas bendecidas.

Santa Águeda por Francisco de Zurbarán.

Santa Águeda por Francisco de Zurbarán. Wikimedia Commons

Milagrosamente, la lava se detuvo a las puertas de la ciudad. Este prodigio hizo de Águeda la patrona de Catania y de toda Sicilia y su culto comenzó a difundirse rápidamente por todas partes, convertida en la protectora de las mujeres y patrona de las enfermeras.

En el año 313, cuando se trasladó su cuerpo al templo de Sant Agata la Vetere, se encontró con que permanecía incorrupto, lo que aumentó todavía más su fama. En el año 1040 sus reliquias se enviaron a Constantinopla como regalo al emperador bizantino Miguel IV, donde permanecieron hasta el 17 de agosto de 1126, cuando regresaron a Catania. A su llegada, fueron instalados en la nueva catedral, custodiados hasta hoy en nueve relicarios.

Dulces en su honor

Todos los 5 de febrero se celebra su día, que además cuenta con su dulce típico en España, las "tetas" de Santa Águeda, un postre típico aragonés que durante esta fecha ocupa los escaparates de las pastelerías. Estos dulces son unos bollos rellenos de nata o trufa recubiertos de chocolate y coronados con una cereza o similar, que simula un pezón. También en Italia se elaboran postres en su honor, a base de queso y mazapán.

Su halo de santidad fue tan extraordinario que Águeda de Catania es venerada como santa, virgen y mártir no solo por la Iglesia católica, sino también por la ortodoxa e incluso la anglicana…