Santander se ha convertido en una ruta para albaneses que intentan llegar a Inglaterra.

Santander se ha convertido en una ruta para albaneses que intentan llegar a Inglaterra. Lina Smith

Reportajes CRISIS MIGRATORIA

Santander, vía alternativa de la inmigración ilegal a Inglaterra: una noche con los polizones albaneses

El puerto cántabro se ha blindado con concertinas para evitar los intentos de la inmigración irregular de abordar ferrys rumbo al Canal de la Mancha.

4 diciembre, 2021 06:55
Santander

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Edison y Leo tienen 20 y 26 años respectivamente. Deambulan por una calle del polígono Nueva Montaña de Santander. Fuman cigarros y miran el móvil mientras caminan. Edison tiene la mano derecha vendada. Al abordarlos, se muestran desconfiados. No hablan español y solo alguna palabra de inglés. Con el traductor del teléfono, entablan una breve conversación con este periodista. Dicen que vinieron desde Albania en avión, hace una semana. Que están en Santander por turismo y que se quedan en un hotel. ¿La herida de la mano? “Un accidente en la cocina”, ataja Edison.

Tan solo 10 horas después de este encuentro, a la una de la madrugada, los dos jóvenes estarán en un área de servicio de la autovía A-8 intentando abordar como polizones un camión que les lleve a Inglaterra. Porque ni se encuentran en Santander por turismo, ni Edison se hizo la herida cocinando, sino en un intento de 'saltar' al Reino Unido hace unos días.

Su historia es la de centenares de jóvenes inmigrantes albaneses que, de forma casi desapercibida, llegan desde hace años a Santander para buscar un pasaje clandestino hacia Gran Bretaña. El motivo no es otro que la ciudad cántabra cuenta con dos trayectos semanales de ferry a Portsmouth y Plymouth -este último, solo en verano-, en el Canal de la Mancha. El viaje dura, en el primer caso, entre 27 y 30 horas. En el segundo, 20. El trayecto a Portsmouth también se puede hacer desde Bilbao. A pesar de la distancia, es más fácil y seguro 'saltar' por Santander o la capital vasca que por el Paso de Calais, al norte de Francia.

Vista del Puerto de Santander desde las escolleras de Raos.

Vista del Puerto de Santander desde las escolleras de Raos. RM

Desde Calais, el viaje en barco solo dura entre 6 y 7 horas y hay varias frecuencias al día. También hay trenes que transitan por el Eurotúnel, y puertos cercanos que cubren el mismo trayecto entre el continente y la isla, como Cherburgo o El Havre. Pero la presión migratoria en Calais es insoportable. Desde 2015, más de mil inmigrantes y refugiados malviven en el campamento improvisado conocido mundialmente como ‘La Jungla de Calais’ y esto ha provocado un aumento de la vigilancia, a la par que de la inseguridad y del negocio de las mafias.

La desesperación en el Paso de Calais es tan grande que, a las puertas del invierno, y en uno de los canales con más tráfico marítimo del mundo, quienes sueñan con un futuro mejor en Inglaterra se lanzan al mar en barcas hinchables. El pasado 24 de noviembre murieron ahogados y por hipotermia al menos 27 inmigrantes que zarparon de la costa francesa. En 2021, 7.800 personas han sido rescatadas en el canal.

Elio, de 29 años, es conocedor de esa ruta. Ha cruzado a Inglaterra seis veces. La primera fue en 2011, escondido en un vagón de carga del tren que conecta Francia con la isla. “Es rápido y seguro pero, desde hace algunos años, es complicado. Hay muchos guardias. Si lo intentas en camión, los conductores te esconden a cambio de 25.000 euros. Si tuviera ese dinero, no cruzaría”, explica en conversación con este periódico. Por eso, ahora lo intenta desde Santander, el Calais español.

‘Hotel Albania’

En la capital cántabra, la vida de los jóvenes albaneses transcurre alrededor de un bar del polígono de Nueva Montaña. La razón es que la mayoría de ellos se han instalado en un edificio cercano a medio construir y abandonado, a un kilómetro y medio del puerto industrial de Raos. Allí no tienen ni luz ni agua, por lo que, después de un tiempo presentes en el barrio y de frecuentar el bar, la dueña y su hijo les pusieron tres regletas y cargadores para los teléfonos. Es donde matan las horas hasta que llega la noche, cuando intentan meterse en el puerto o en los camiones que embarcan en el ferry que parte al día siguiente.

Se portan de maravilla. A mí me dan pena, por eso les dejo estar aquí. Vienen y van, piden alguna cerveza, cargan los móviles, juegan a la tragaperras y luego me ayudan a recoger y a cerrar el bar”, dice la propietaria. Ella misma le curó la herida de la mano a Edison. “Soy como su madre”, continúa. Prefiere mantener el anonimato y pide que tampoco se publique el nombre del local. La presencia de los jóvenes albaneses genera división en el vecindario, aunque la mayoría de los residentes los ve con buenos ojos.

“No han dado nunca un solo problema, ni arman bulla. Se les ve entrar y salir todos los días varias veces, llevan bolsas de la compra con garrafones de agua… No hacen mal a nadie”, dice, por su parte, un hombre que limpia el coche en el bloque frente al edificio donde viven los jóvenes. “Llevan ahí dos años”, apunta.

El 'Hotel Albania' o 'Morri', donde viven algunos de los jóvenes albaneses en Santander.

El 'Hotel Albania' o 'Morri', donde viven algunos de los jóvenes albaneses en Santander. RM

En este tiempo, varios vecinos se han acercado a darles comida y a interesarse por ellos. De hecho, algunos fueron multados por saltarse el confinamiento el año pasado al salir a ayudar a los jóvenes. En aquel momento, con el transporte mundial paralizado por completo, los chicos se quedaron atrapados en Santander y convirtieron el edificio en una especie de hogar permanente. 

Lo rebautizaron como el ‘Hotel Morri’, el ‘Hotel Piojo’ en albanés. “¡Vivimos en un hotel! ¡En el ‘Hotel Albania’!”, ironiza Robert, de 27 años, ante la pregunta sobre dónde viven. Contesta así porque no le gusta hablar abiertamente de que ocupan un edificio en ruinas. La principal razón es evitar que su presencia en Santander llame la atención y que se les cierren las oportunidades para viajar. Los jóvenes tampoco quieren que sus familiares y conocidos se enteren de su arriesgado periplo. Así, la mayoría rehúsa dar sus nombres y ninguno se deja fotografiar.

A pesar de su discreción, los vecinos y la policía saben que viven ahí. De hecho, el ‘Hotel Albania’ ha sido escenario de varios desalojos. Pero el flujo de llegadas de albaneses a Santander es ahora ininterrumpido y va en aumento tras el parón por la Covid, y el edificio se ha vuelto a ocupar rápidamente.

Un operario que trabaja en una obra contigua al ‘Hotel Albania’ dice que le llama la atención el aspecto de los chavales: “Se les ve con guita”, afirma. Porque su perfil es el de jóvenes de clase media-baja cuyo impedimento es no poder viajar de manera regular. No lo esconden: la mayoría lleva consigo un fajo de billetes que suman unos 200 euros de media, tienen teléfonos, visten con zapatillas y ropa deportiva Nike, Adidas o Reebok y muchos hablan inglés.

Uno de ellos, por ejemplo, cuenta que comenzó a estudiar Ingeniería Civil en Tirana, pero no pudo costear los gastos universitarios y decidió emigrar. “Ustedes en España tratan mejor a los perros que en Albania a las personas”, dice con cierta frustración en medio de un corrillo que se ha formado a las puertas del bar. Robert, por su parte, cuenta que es camarero: “En Albania cobro el equivalente a 120 euros al mes y el coste de la vida no es mucho más barato que en España”, se queja. Pone como ejemplo que un paquete de Marlboro vale 3,5 euros.

Los jóvenes explican que las primeras noches suelen quedarse en hostales o albergues. Pero si los primeros intentos de colarse en el ferry no van bien y su estancia se alarga, terminan en el ‘Hotel Albania’, “o donde sea”, según dice Robert. Alguno, como Elio, duerme en un coche abandonado en el polígono. Apenas lleva tres días en Santander y pretende no quedarse más tiempo. Su objetivo es el Ro-Pax ‘Galicia’ de Brittany Ferries que zarpa para Portsmouth el miércoles a las 17:30.

Como el resto, la motivación de Elio para llegar a Inglaterra es que allí tiene parientes que han prosperado. Le pueden ayudar. Él es fontanero y ha vivido en Génova y en Barcelona, donde dice que tiene a su novia. “Le he contado que me he ido a buscar trabajo, pero no adónde”, explica en una mezcla de español e italiano. “No me gusta mentir”, prosigue. Para él, quedarse en España o en otro país de la Unión Europea no es una opción. “Aquí he hecho algún trabajo de vez en cuando, pero no encuentro estabilidad ni papeles”, dice.

En un informe de 2016, la National Crime Agency británica señaló que los polizones nutren de mano de obra el entramado de negocios de la mafia albanesa en el Reino Unido. Allí trabajarán en bares, restaurantes, supermercados o lavanderías que sirven para blanquear los beneficios del narcotráfico. Las organizaciones criminales del país balcánico se han hecho con el monopolio de la cocaína en la isla tras desplazar a grupos turcos en los últimos años.

La dueña de un bar cercano deja a los jóvenes cargar sus móviles en el local.

La dueña de un bar cercano deja a los jóvenes cargar sus móviles en el local. RM

El tiempo corre en contra de Elio. Pero la presión es todavía mayor para los que llevan más semanas en la ciudad. Casi sin excepción, agentes de paisano se acercan al bar entre dos y tres veces al día y les piden la documentación. Los jóvenes tienen sus pasaportes en regla e incluso certificados de vacunación. Cuentan con visados de turista de 90 días, el plazo máximo que ellos mismos se dan para salir de Santander dentro de un ferry. Transcurrido ese tiempo, si la policía les pilla, los traslada a Madrid y, de ahí, los devuelve a Albania en vuelos de deportación.

Concertinas

Al igual que en Calais, en el puerto de la capital cántabra también se han encendido las alarmas. Las navieras apuntan que los jóvenes albaneses alteran las cargas en las que se cuelan como polizones y eso deriva en quejas de las compañías de transporte. En algunos casos, las mercancías afectadas quedan inservibles y son devueltas. Los armadores son al final quienes asumen los costes. También los de repatriación de los chicos, si estos son sorprendidos en alta mar.

“Un puerto en el que las cargas están poco seguras es un puerto que para el operador puede ser poco fiable y vamos a empezar a perder de forma inmediata operadores y transportistas como no lo atajemos de forma urgente”, denunció el pasado mayo el presidente de la Autoridad Portuaria de Santander, Francisco Martín.

El temor a que las navieras abandonen la ciudad ha llevado a la institución a aplicar medidas desde hace unos años. En 2018, cuando los polizones empezaron a ser un problema, se reforzó la dotación de policía fronteriza. Tres años después, los saltos se han multiplicado. En mayo de este año, Martín contabilizaba entre 10 y 15 intentos diarios de entrada al recinto.

En total, en lo que ha transcurrido de 2021, se han producido 1.968 instrusiones, según datos actualizados que ha facilitado la Autoridad Portuaria a EL ESPAÑOL. En 2019, se registraron 2.360 frente a las 938 de 2018. El aumento es notable. Así, el organismo puso cámaras de videovigilancia, sensores y dispositivos de detección térmica y CO2. El pasado febrero, comenzó la instalación de concertinas en lo alto de las vallas del perímetro del puerto, que llegan a los cuatro metros.

“Nuestro empeño no es poner concertinas, sino evitar los riesgos y daños que produce este fenómeno. Los recursos dedicados a proteger el puerto frente a este problema son cuantiosos, y productivos solo en la medida que neutralizan los efectos del problema; pero esta no es la solución a largo plazo porque no resuelve la situación de fondo”, asegura por su parte Santiago Díaz, director del puerto, a este periódico.

La Autoridad Portuaria de Santander ha colocado concertinas en el perímetro del puerto.

La Autoridad Portuaria de Santander ha colocado concertinas en el perímetro del puerto. RM

La decisión no está exenta de polémica. La ONG Pasaje Seguro y miembros del PSOE de Cantabria denunciaron la colocación de estos elementos cortantes que, por ejemplo, se retiraron de lugares con una mayor afluencia de inmigrantes irregulares como las vallas de Ceuta y Melilla. Pese a las críticas, el proyecto sigue adelante: ahora mismo se encuentra en fase de licitación la compra de otros 10 kilómetros lineales de concertinas.

Así, aunque no está en ninguna línea fronteriza ni en un punto caliente migratorio, el puerto de Santander se ha convertido en una fortaleza casi impenetrable. Las concertinas y el aumento de policías y de guardias de seguridad privados ha hecho que internarse en los muelles de forma clandestina sea una hazaña cada vez más difícil para los jóvenes albaneses. Pero aun así, no pierden la esperanza.

“No me importa que sea peligroso, en Albania no hay futuro. No tengo nada que perder”, dice Robert. Para muchos de los jóvenes, es la primera vez que viajan a Inglaterra, no tienen experiencia y, ante los intentos fallidos y las crecientes dificultades para entrar en el puerto, consumen sus días a la espera de que se les ocurra algo. Pero otros como Elio, más veteranos, tienen un plan B.

Asalto nocturno

Son pasadas las 10 de la noche y es martes. El buque ‘Galicia’ parte hacia Portsmouth al día siguiente a las 17:30. Así se lo indica a Elio la aplicación Vessel Finder, a la que está conectado desde que llegó a Santander para seguir los movimientos de todos los barcos. Esta noche intentará colarse dentro de un camión, pero no lo hará en el puerto, sino mucho más lejos.

De hecho, en el puerto, es difícil que haya camiones que esperan subir al ferry aparcados durante la noche. Entre otras cosas, el horario de salida a las 17:30 permite a los camioneros entrar directamente a lo largo del día. Donde sí puede haber algún camión que embarque al día siguiente es en los parkings o en las áreas de servicio de las autopistas en las cercanías de Santander. Y allí es donde se dirige Elio, junto a Edison y Leo.

Para llegar a estos lugares en medio de la autopista, los jóvenes viajan en tren a lo largo de la cornisa cantábrica, en un área tan amplia que puede abarcar desde Bilbao a Gijón. Bajan en los pueblos que quedan más cerca de los parkings o de las gasolineras y, desde allí, emprenden largas caminatas que duran entre 2 y 3 horas en la oscuridad, hasta que llegan a su destino. Otros compran -entre varios- coches baratos de segunda mano y recorren las autopistas, parando en cada zona de descanso y en cada gasolinera hasta que encuentran un camión que se dirija a Santander a coger el ferry.

Jóvenes como Elio tienen localizadas las áreas de servicio a través de capturas de pantalla de Google Maps. A través de las imágenes por satélite saben dónde se concentran más vehículos de carga. Por otro lado, los que han logrado cruzar antes también transmiten la información a los que vienen detrás. De este modo crean una especie de red de inteligencia con consejos, horarios y lugares desde donde intentar el 'salto'.

Además de conocer las paradas habituales de camiones, Elio se sabe a la perfección los rótulos de las empresas que utilizan el trayecto marítimo Santander-Portsmouth. “Suelen ser varios camiones, como mínimo dos. Casi siempre son Volvo o Mercedes, se ven muy nuevos. Llevan distintivos en la carga que indican el destino final y siempre son de las mismas compañías”, cuenta Elio en conversación con este periodista, que le acompaña en su intento.

Elio inspecciona camiones aparcados en un área de servicio cercana a Santander.

Elio inspecciona camiones aparcados en un área de servicio cercana a Santander. RM

Una vez en el área de servicio, si localizan un camión que cumpla con la descripción anterior, esperan agazapados en la oscuridad a que pasen las horas hasta bien entrada la madrugada. “Los conductores tienen que estar totalmente dormidos para que podamos entrar sin que nos oigan”, continúa Elio. Entonces, cuando perciben que el ambiente es seguro, deciden entrar al camión: lo hacen por las compuertas traseras o levantando los enganches laterales de la lona. 

Entre los chicos, a veces hay uno que no sube al camión y que va con los demás para cerrar las puertas o los enganches laterales. Así, cuando el conductor revise el vehículo por la mañana antes de dirigirse al puerto, no notará nada sospechoso. En este caso, es Leo el encargado de esta tarea. Si sus compañeros tienen suerte, volverá solo a Santander. Al próximo intento, será otro quien se ocupe de cerrar las puertas, y él podrá viajar.

Una vez infiltrados en el vehículo, se acomodan en la carga y esperan pacientemente a que el camión se dirija a puerto, entre en el ferry, pasen las 30 horas de travesía, y desembarque finalmente en Inglaterra sin que nadie se percate de su presencia. Si todo sale bien, lo habrán conseguido. “Esto es una aventura, pero una aventura de verdad, con peligro, con mucho esfuerzo y sacrificio, horas sin dormir, frío… En la vida hay que luchar”, explica Elio.

Pero en la noche que lo intentan Elio, Edison y Leo no ha habido suerte. Han ido a un área de servicio donde no había ningún camión que fuera al ferry. Han esperado hasta al amanecer, pero tampoco ha llegado ninguno más tarde. “Por mucho que tengas toda la información, este viaje depende en gran parte de la suerte”, confiesa Elio.

La noche ha sido agotadora. Por las horas que son, no les merece la pena intentar colarse en el puerto a la desesperada. Descansarán y, al cabo de unos días, tratarán de hacer lo mismo con el ferry que sale el sábado a las 15:00. O quizás prueban suerte en Bilbao. Es un hecho ante el que se resignan. No se rinden, ni se cansan, ni dan espacio a la duda, a pensar demasiado o al desaliento. Elio lo resume así: “Cuando entremos en la Unión Europea, todo esto desaparecerá. Podremos emigrar y quedarnos en España o Alemania como los rumanos y los búlgaros, sin jugarnos la vida. Pero eso no depende de nosotros así que, hasta entonces, no nos queda otra”.