Cleopatra Cospedal, Marco del Hierro y el áspid Villarejo.

Cleopatra Cospedal, Marco del Hierro y el áspid Villarejo. Tomás Serrano El Español

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Cleopatra Cospedal, Marco del Hierro y el áspid Villarejo: la caída del imperio manchego

11 noviembre, 2018 01:22

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El descenso de los estores va borrando la visión de la calle hasta hacerla desaparecer tras los cristales del despacho en el edificio de la calle Génova, 13. Es 21 de julio de 2009. Se ha cuidado al detalle la seguridad de lo que está a punto de ocurrir. El entonces comisario de la Policía Nacional, José Manuel Villarejo, es conducido hasta la sede del PP en un coche oficial del partido. Desde el garaje sube directamente a la séptima planta sin que quede registrada su entrada. En el aire flota la espesura de lo clandestino y un halo de trascendencia que les deparará un fatal destino. “Tranquilo, no hay nadie ahora. Esta planta está en obras” (en unas obras sin licencia y sufragadas con dinero “B”). Aquí estamos solo Mariano y yo, y ahora no está”.

Podría ser el arranque de una historia de amor secreto y adúltero, de no ser porque ella es la secretaria general del entonces principal partido de la oposición y él, el comisario general de la Policía Nacional y futura cabeza de lo que se conoce como las cloacas del Estado. Y porque, además, está presente quien en cuestión de mes y medio se convertirá en marido de la secretaria. Ignacio López del Hierro y María Dolores de Cospedal han citado al comisario Villarejo cuando andan con los preparativos de su boda, una ceremonia civil que se celebrará el jueves 3 de septiembre en Toledo, donde van a comprar un terreno de unos 12.000 metros cuadrados para construir su propio y particular cigarral. Hay que aprovechar el tiempo y una hora y media de reunión da para mucho.

López del Hierro y Villarejo llevaban un mes viéndose en una cafetería de Madrid para preparar la reunión con Cospedal y para que el comisario supuestamente le filtrara información confidencial sobre las investigaciones de la trama Gürtel de corrupción que afectaba de lleno al Partido Popular, y ya de paso si se puede frenar alguna de ellas... pues eso.

Dolores de Cospedal e Ignacio López del Hierro.

Dolores de Cospedal e Ignacio López del Hierro. Gtres

Espionaje y destrucción de pruebas

Visto lo que ocurre en España en los últimos tiempos, podríamos definir la política como el arte de hacer comulgar con ruedas de molino. ¿Cómo, si no, se explica que Cospedal asegure “me equivoqué al pedir a mi marido que me ayudara en una interlocución que no era fácil. Me equivoqué a la hora de pedirle que ayudara al PP”? O también “como es lógico y por la relación que tiene conmigo, esa persona –su marido; que forma más curiosa de referirse a un cónyuge- recibe la información y pregunta acerca de ella”, como justificación de que él se haya visto con un comisario que le confirma que está intentando destruir el famoso pen drive en el que se cree que Luis Bárcenas guarda valiosa información sobre la contabilidad paralela del PP, y le pasa información confidencial sobre una trama de corrupción que implica al partido del que ella es secretaria general.

No queda ahí la cosa ya que ambos le piden que espíe a dos personas: su compañero de filas Javier Arenas -para saber qué negocios se trae entre manos con Bárcenas en la fundación en la que ambos participan- y el hermano del ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, que puede estar manteniendo una relación sentimental con la dueña de una empresa de detectives relacionada con el espionaje político... 

Pausa… ¿Todavía les queda resuello? Porque a mí, escasamente. Cuesta digerir que todo lo relatado resulte lo normal en una pareja. Salvo que la pareja en cuestión sea algo parecido a la formada por Cleopatra, reina de Egipto, y Marco Antonio, el hombre más poderoso de su tiempo. No he dejado de pensar en ellos desde que Cospedal hizo público su comunicado de renuncia definitiva a la política.

El tándem del poder: ella, reina política; él, líder del pelotazo urbanístico

Cleopatra, mujer bella, notablemente culta, inteligente y seductora, tenía el poder de ser reina. A su lado, Marco Antonio multiplicó el suyo. María Dolores tuvo el poder de ser presidenta de una autonomía y de su partido, y el de ser ministra. Al unirse a ella, se calcula que los negocios de Ignacio crecieron en casi un veinte por ciento y sus contratos en consejos de administración son tantos que relatarlos todos ocuparían demasiado espacio de este artículo. Este hombre ha sabido sacar partido a la peligrosa combinación de política y negocios, sobre todo inmobiliarios, los del pelotazo por excelencia. Es un equilibrista al filo de un abismo judicial en el que nunca acaba de caer, a pesar de que ha sido investigado por apropiación indebida y falsedad documental (se archivó la causa de Liberbank), y su nombre se ha relacionado con tramas de corrupción como Gürtel y Lezo e incluso la policía judicial afirmaba que formaba parte de “la estructura societaria para delinquir” del clan Pujol.

Dolores de Cospedal e Ignacio López del Hierro.

Dolores de Cospedal e Ignacio López del Hierro. Gtres

En ambas parejas, la histórica y la actual, está claro que cuanto más se tiene más se quiere. Era necesario contribuir a mantenerlas a ellas en la cúspide porque en tanto se mantuvieran, ellos seguirían aumentando su poder y capacidad de influencia.

La partida de nacimiento de Cospedal la sitúa en Madrid. Su corazón, en cambio, lo tiene depositado en Albacete, a donde se trasladó con su familia siendo muy niña. Allí acabó sus estudios antes de volver a la capital para licenciarse en Derecho por el CEU. A los 17 años sus incipientes inquietudes políticas la llevaron a afiliarse al Partido Reformista Democrático. Era una joven muy vistosa y elegante. De hecho fue elegida Guapa de la Feria de Albacete. Guapa y también devota de la Semana Santa. En la de Toledo aparecía mantilla negra en ristre para seguir los pasos enlutada. 

Es hermana de varias cofradías jerezanas y el año pasado causó polémica con su decisión de que las banderas de todos los cuarteles de nuestro país ondearan a media asta por la muerte de Cristo. Eso sí, el día en que decidió tener un hijo entendió que un deseo tan íntimo y sustancial como es el de la maternidad no tiene que estar reñido con las más profundas creencias religiosas. Con 40 años fue madre soltera a través de una fecundación in vitro. “Estaba harta de esperar una adopción que no llegaba”.

Tres años más tarde, siendo ya abogada del Estado, se casaba con López del Hierro, empresario con carrera política como gobernador civil de Toledo y Sevilla. Ella tenía 43 años. Él, 62 y tres hijos. Para ambos era su segundo matrimonio. El primero de Cospedal fue con un bohemio aristócrata canario y duró tres años. Las malas lenguas dicen que no es la única ocasión en la que López del Hierro ha actuado en nombre del PP como “marido de…”. Bueno, Cleopatra y Marco Antonio actuaban como si de uno solo se tratara.

No queda viva ninguna de las 3 posibles sucesoras de Rajoy

Por primera vez en la historia, tres mujeres han sido consideradas como aspirantes a La Moncloa, y, por tanto, a suceder a Mariano Rajoy en la presidencia del partido. En apariencia formaban un triángulo que, aunque ellas entonces no lo supieran, acabaría siendo mortal políticamente para las tres. Como cuando a Macbeth se le aparecieron las tres brujas interpretando profecías de situaciones que ni ellas podían cambiar y sólo conducían a la perdición. Toda una reflexión alegórica de los efectos dañinos de la ambición política. 

En efecto, ninguna de las tres mujeres que nos ocupan podía cambiar el sino. La primera en caer fue Cristina Cifuentes, víctima, según algunas informaciones, de una conspiración nacida en las cloacas del Estado, o tal vez relacionada con lo que se conoce como fuego amigo. La respuesta, como el amor en la canción de los años 80, está en el aire y me temo que ahí permanecerá. Cospedal entonces salió en defensa de su amiga Cifuentes aunque de nada sirvió.

La ex presidenta de la Comunidad de Madrid durante un amanecer en el que anunció nuevos proyectos

La ex presidenta de la Comunidad de Madrid durante un amanecer en el que anunció "nuevos proyectos" E.E.

Tras la presidenta de la Comunidad de Madrid, el turno del descalabro fue para la número dos del gobierno y enemiga íntima de las otras dos mujeres, Soraya Sáenz de Santamaría, quien se dejó en las primarias del PP su soberbia desgastada a golpe de sonrisa mal disimulada con la que iba perdonándole la vida a Pablo Casado. El final ya lo conocemos: la vida que tuvo que perdonar fue la suya propia por haberse creído lo que no era y desapareció para lamerse las heridas en casa junto a su familia.

Quedaba María Dolores. Sólo cuatro escasos meses más tarde, cual Cleopatra perdiendo su poderoso imperio,  un medio de comunicación le sacó las vergüenzas de lo que es mejor no hacer cuando se tiene un cargo al servicio de los ciudadanos. Pero ella ya lo había hecho. No hay vuelta atrás.

Ni alcaldesa de Madrid ni eurodiputada: Cospedal, por la puerta de atrás

Algunas crónicas la situaban como cabeza de cartel a la alcaldía de Madrid o bien haciendo las maletas para recalar en el Parlamento Europeo. Incluso iban a nombrarla Presidenta de Honor del PP de Castilla La Mancha. Sin embargo, en su entorno dicen que pensaba retirarse de la esfera pública el próximo diciembre y que incluso ya había solicitado un informe de incompatibilidades para ir preparando su futuro. Una nueva vida después de haber llegado muy alto en política, de la que uno siempre aspira a marcharse por la puerta grande. 

Si eso fuera cierto, le quedaban tan sólo dos meses. Pero la puerta se le ha cerrado en las narices, encargándose el serpenteante y venenoso Villarejo, en prisión provisional acusado de blanqueo y organización criminal, de abrirle otra mucho más ingrata: la puerta de atrás, por la que salen los derrotados. Siempre cabe preguntarse si cuando se reunió con el comisario general para tratar temas que, como poco, resultan obscenamente turbios, pensó que jamás nadie lo sabría. Porque pensar eso es de tontos y Cospedal no da la sensación de serlo.

La exvicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, con María Dolores de Cospedal el 2 de mayo en Madrid.

La exvicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, con María Dolores de Cospedal el 2 de mayo en Madrid. Efe

Mientras que su ascenso fue labrado con tenacidad durante años, y a veces con unas tragaderas increíbles, el desmoronamiento, en cambio, ha sido súbito. Fulminante. Cospedal ha tardado en caer los nueve días que distan entre el 29 de octubre, fecha en la que se publicaron las primeras grabaciones, y el 9 de noviembre, día en el que presentó su renuncia a todos sus cargos. Un triste récord para una estancia de más de dos décadas por todo lo alto en la política nacional y castellano manchega. 

Sólo hay un precedente en su mismo nivel de relevancia: su íntima amiga Cristina Cifuentes. Ambas se aferraron a su cargo en los primeros momentos de sus respectivas crisis, hasta que la presión, pública y del partido, pudo con ellas. Ahora han tenido que presenciar cómo a Soraya acaban de restituirle su honor político con un puesto en el Consejo de Estado. ¿Será porque a ella Villarejo no la ha grabado? Al menos, que sepamos, hasta hoy.

De cómo María Dolores lo perdió todo

Ha sido el año del desastre: deja de ser ministra, pierde en la batalla de presidir su partido -con lo que La Moncloa es inalcanzable ya para ella-, renuncia a formar parte de la Ejecutiva, en cuestión de días también lo hace a su escaño y, por efecto del mismo tsunami, abandona la política.

Este verano, ajena a lo que nos depararía la ciénaga en la que se ha convertido determinada parte de la actividad política, me enganché a una serie de TV que tiene ya unos años, Damages. Daños y perjuicios, cuya trama se guía permanentemente por una inteligente aseveración: “Nunca te fíes de nadie”, que, dicha por su protagonista, Glenn Close, provoca en el cuerpo el mismo escalofrío que una serpiente venenosa aproximándose. Si el matrimonio Cospedal-López del Hierro también se hubiera aficionado a ella habría aprendido la gran lección de vida que es no fiarte de nadie en ninguna circunstancia. 

El comisario José Manuel Villarejo.

El comisario José Manuel Villarejo.

La entonces secretaria general del PP estaba preocupada por que Villarejo no fuera descubierto entrando en su despacho, “esto no debe saberse, que yo soy la primera… que a mí también se vendría abajo”. Pero el comisario, mientras con una mano sellaba el pacto de confidencialidad estrechándosela a María Dolores, con la otra accionaba la grabadora que se convertiría en el veneno mortal de Cleopatra. Lo mismo hizo con su marido. “He cambiado de teléfono para que no puedan rastrearlo”, comentó, jocoso, López del Hierro. “Haces bien”, respondía el funcionario con una sonrisa sardónica pensando en la nitidez con la que estaban siendo recogidas para la posteridad las comprometedoras palabras de su interlocutor.

El veneno mortal de la traición

Tras la derrota sufrida en la batalla naval de Actium frente a las tropas de Octavio Augusto, Marco Antonio (Ignacio) se suicidó, y en su caída arrastró a Cleopatra (María Dolores). Ataviada con sus mejores galas, propias de una mujer que ha gozado de las mieles del éxito, el mando y la autoridad, ella, Cleopatra (María Dolores) perdió la vida por la mordedura de un áspid, cobra venenosa propia de Egipto. O sea, Villarejo. El ex comisario general soltó su veneno a través de una grabadora que sepultó para siempre la carrera de María Dolores (Cleopatra) y que a Ignacio (Marco Antonio) le está costando ya el despido de varios consejos de administración, provocando la inesperada caída del imperio manchego.

¿Pero por qué el áspid ha tardado nueve años en morder? Es sencillo. La fuerza de un traidor reside en saber elegir el momento para ejecutar su traición. Y éste, sin duda, lo era.

Aquel 21 de julio, de cuya fecha el matrimonio no querrá acordarse el resto de sus vidas, la reunión terminó con una pícara confesión de Villarejo a María Dolores sobre él y su marido: “Hemos hecho maldades y bondades juntos hace treinta años, ¡que ya se me han olvidado casi todas!”. Pues mal hecho, señor López del Hierro, mal hecho. Hay que escoger mejor las amistades y sobre todo usted tenía que haber hecho caso a Glenn Close y no haberse fiado de nadie. Tal vez ni de sí mismo.