Joaquín Vera Lorena G. Maldonado Brais Cedeira Ana Delgado

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La ardua y tensa batalla que disputa desde hace meses el sector del taxi con los vehículos de transporte con conductor (VTC) se ha extendido ya por toda España. En plena vorágine informativa, son muchos los que tratan de elucubrar sobre qué servicio es mejor, sobre cuál cuesta más o cuál cuesta menos, cuál se demora y cuál no, cuál da el rodeo para cobrar más al usuario y quién escoge el camino que le conviene al cliente. 

Por eso, ahora  EL ESPAÑOL realiza una comparativa entre todos los servicios disponibles a través de un sencillo experimento. Este consiste en que cuatro reporteros realizarán un mismo recorrido cruzando de norte a centro la ciudad, cada uno de ellos en un servicio de transporte diferente.

Todos los vehículos son solicitados a la misma hora, a las 21:17. Todos tienen que llegar a la parada de metro de Tribunal, en pleno barrio de Malasaña, cruzando la ciudad. Todos han de medir los kilómetros que se recorren y anotar el camino escogido por el conductor, sin incitarle a tirar por un recorrido específico. La salida, la misma entrada de la redacción de EL ESPAÑOL. La llegada, el puro centro de Madrid. Misma hora, mismo lugar, mismo sitio. 

Taxi convencional: 15,35 euros, 21 minutos (5 de espera) y 7,5 kilómetros

El primero de los recorridos realizados por los redactores de EL ESPAÑOL.

El primero de los recorridos realizados por los redactores de EL ESPAÑOL.

Por Lorena G. Maldonado

Llamo a RadioTaxi a las 21.17 y me atiende una amable teleoperadora. “¿Particular o abonado?”, me pregunta. “Particular”. Perfecto. Le doy la dirección: Avenida de Burgos, 18. Le digo 18, aunque es 16D, porque no es la primera vez que se equivocan de altura y se van tres fincas más allá o más acá. Citarse con un taxista en una calle con números y letras es un poco como un cuento de Cortázar: un desencuentro poético. El 18 se ve bien claro, no hay pérdida.

Llega a las 21.21, bastante veloz. Le digo que voy al metro Tribunal, “por donde Pachá”, para entendernos con nuestros mapas emocionales. “¿Tienes algún camino preferido?”, me pregunta el buen hombre. Bueno, en realidad sí: soy una adicta a los taxis y sé perfectamente que el recorrido más corto es por Bravo Murillo, a pesar de los semáforos. Pero como aquí hemos venido a jugar y a dejar que la vida fluya, le digo que no, que por donde quiera. El caballero murmura: “Si fuese por la tarde, iría por Serrano…”, piensa en voz alta. Por Serrano: qué barbaridad, qué excursión, vaya paseíto para conocer Madrid. Total, me callo, que este trayecto lo paga el periódico y a mí me gustan las luces nocturnas.

Al final decide que vayamos por Castellana, que es otra buena vuelta, pero no tan insultante. No suena ninguna emisora. El hombre lleva puesto el cinturón, y yo se lo agradezco, porque hay mucho kamikaze sobre ruedas y eso me insufla cierta responsabilidad vial. No hay preguntas sobre la temperatura. Ni sobre la vida ni el amor ni la política, que son temas que gustan de tratar mis queridos taxistas.

El camino transcurre sin sobresaltos; yo hablo con mi acompañante y el hombre guarda un respetuoso silencio. Llegamos a las 21:40. 21 minutos. Con la broma he llegado la primera y salí la tercera: adelanté a dos compañeros. 15, 35 €.

Uber: 12,93 euros, 21 minutos (4 espera) y 9,82 kilómetros

Segundo de los recorridos realizados por los conductores.

Segundo de los recorridos realizados por los conductores.

Por Joaquín Vera

Son las 21:17 de la noche y a las puertas de la redacción de EL ESPAÑOL solicito a través de la aplicación móvil de Uber un vehículo hasta el metro Tribunal, en pleno corazón de Malasaña. Tras indicar la dirección exacta, me aparecen dos precios ya fijados en función de la gama del vehículo. Ambas con precio cerrado: la más económica, mi opción, me costará 12,93 euros. Como ya he utilizado esta aplicación anteriormente, la app tiene guardada mi forma de pago -número de tarjeta incluido- por lo que sólo es necesario confirmar el viaje. El conductor está de camino y llegará en un Hyundai i40 negro.

En la pantalla del teléfono móvil puedo ir viendo la ruta que está siguiendo el conductor hasta llegar a la redacción del periódico. Junto a mis compañeros esperamos a los vehículos y el mío es el primero en llegar: en cuatro minutos estoy subido en el automóvil. Impoluto, suena Kiss FM. Un “buenas noches” del conductor -camisa blanca con corbata y pantalón negro- y un “buenas noches” por mi parte son las únicas cuatro palabras que cruzaremos durante todo el viaje. A diferencia de otras ocasiones en las que he utilizado este servicio, el chófer no se preocupa si la temperatura es la adecuada o si la música está demasiado baja.

App uber

App uber

Contra todo pronóstico el conductor no me llevará por el Paseo de la Castellana -ruta que utilizo habitualmente en mi coche para viajar desde la redacción al centro de la ciudad-, sino que gira para recorrer la M-30, la carretera de circunvalación de la capital. En el viaje trasteo la aplicación y descubro posibilidades que desconocía: se puede compartir el pago con otros compañeros de viaje y se puede enviar la ubicación real con los amigos. Así, llego a mi destino después de 21 minutos y haber cruzado la Calle Alcalá, Goya y Génova. El precio final es el que me indicaba, pero tras salir el primero de mis compañeros, he sido el último en llegar a nuestro destino. Por último, la aplicación me pregunta cómo fue mi viaje con el conductor que puedo puntuar de una a cinco estrella. Además de valorar la profesionalidad, la conducción, la comodidad o la calidad del coche. 

Cabify: 11,75 euros, 19 minutos (6 de espera) y 10 kilómetros

Segundo de los recorridos realizados por los conductores.

Segundo de los recorridos realizados por los conductores.

Por Ana Delgado

Mi viaje es el último en comenzar, aunque lo he solicitado a la vez que el resto, a las 21:17. Pero no hay prisa. La aplicación indica que le faltan todavía 1,6 kilómetros para llegar. Lo bueno, que el precio está marcado de antemano: 11,75 euros. El más económico de todos.

El vehículo llega a las 21:23, cuando los otros tres compañeros ya se han marchado. Apenas ha pasado un minuto desde que arrancó la persona anterior.

Los acolchados asientos del interior acomodan al pasajero. Una botella pequeña de agua fresca descansa junto a nuestro asiento, preparada para ser consumida. Temperatura óptima. Conducción suave y silenciosa. Saliendo de la calle Pío XII, el conductor, traje y corbata, arranca por la M-30, un recorrido más largo pero salvando todo el tráfico del centro de la ciudad.

Cabify da trabajo a cerca de 2.000 personas

Cabify da trabajo a cerca de 2.000 personas Cabify

Baja por el lado del este. El coche acaba accediendo de nuevo a la ciudad por la zona de Ventas. Una vez ahí, asciende por la calle Alcalá y toma la dirección de la calle Goya, atravesando después el barrio de Salamanca por Serrano hasta la plaza de Colón. En un momento del trayecto, no pude contener un estornudo. En ese instante el conductor me extendió un paquete de clínex por si lo necesitaba. 

El siguiente paso es ascender por la calle Génova, y más allá Alonso Martínez y el giro a la izquierda hacia la plaza de Santa Bárbara. No hay radio puesta, no hay agua, no hay intercambio de conversación con el conductor. La llegada a Tribunal se produce a las 21.42. Han sido 19 minutos de trayecto, unos 10 kilómetros contando el tramo de la M-30. Sin embargo, al final el precio ha resultado ser el más económico de todos. Y la diferencia en el tiempo de llegada, apenas imperceptible con los demás compañeros.

MyTaxi: 13,55 euros, 23 minutos (5 de espera) y 7,5 kilómetros

El último de los recorridos realizados por los redactores de EL ESPAÑOL.

El último de los recorridos realizados por los redactores de EL ESPAÑOL.

Por Brais Cedeira

El Seat Toledo de MyTaxi se detiene en la puerta de la redacción cuando ya empieza a refrescar, a las 9:22. Dos de los compañeros han sido ya recogidos por sus respectivos transportes. Aguardamos el turno sabiendo el lugar de recogida, sabiendo el destino, pero desconociendo el trayecto. Este es el tercero de los viajes en comenzar. La aplicación, a la hora de solicitar el vehículo, sitúa con facilidad a nuestro transportista. Hay un hombre relativamente cerca con un coche. El conductor se encuentra a escasos 2 minutos. Sin embargo, la espera se alarga en medio de los primeros compases de la noche: desde las 22:17, el momento en que se solicita el servicio, es preciso aguardar, incluso más de lo esperado. Nos alcanza cinco minutos después. “Buenas noches, a metro Tribunal, ¿no?”. “Efectivamente”, y puntualizo que por donde el Ocho y medio. El hombre frunce el ceño a través del retrovisor. No conozco ese lugar, asegura. "Donde está el teatro Barceló", insisto. “Entonces, ¿por dónde vamos?”, pregunta. “Por donde le venga a usted mejor”, respondo, desistiendo de explicarle de nuevo. El taxista arranca a toda velocidad y desaparece de la Avenida de Burgos para introducirse en la oscuridad de la noche. La última compañera aguarda todavía a su respectivo cochero.

Según la pantalla del conductor, el trayecto que acaba de escoger durará unos 17 minutos. Tras abandonar la avenida de Burgos, el conductor dobla hacia la calle Pio XII, bordea la estación de Chamartín y se introduce en la calle Mateo Inurria, avanzando varios centenares de metros hasta llegar a Plaza de Castilla.

El conductor no escoge bajar al sur de Madrid por la M-30, sino que decide adentrarse en una de las principales arterias de la ciudad, cruzando en canal la ciudad sin miedo a la jungla de vehículos que es el centro de Madrid. Para llegar al destino, desde Plaza de Castilla se abren dos opciones: o bajar por Bravo Murillo hasta más allá de Cuatro Caminos o descender por el Paseo de la Castellana. El taxista da un giro más pronunciado en la rotonda y escoge finalmente este último sendero.

Seis minutos después, a las 21:33, la cosa parece que va bien. Todavía hay una gran cantidad de vehículos por el centro, aunque no se trata del ajetreo propio de la hora punta de las nueve de la mañana, con media ciudad tratando de esquivar a la otra media para llegar a su puesto de trabajo. Una vez recorrida buena parte de la Castellana, torcerá a la derecha por la calle Miguel Ángel, a la altura del metro Rubén Darío. Esta vía conduce directamente a la calle señorial y aristocrática calle Almagro: se trata del camino más recto posible. Aunque plagado de semáforos, al no haber gran cantidad de tráfico, se recorre en pocos minutos con facilidad. Finalizado el tramo, son las 21:38 cuando arriba de un frenazo a la plaza de Alonso Martínez.

A partir de ahí todo resulta fácil y rápido: girar a la izquierda, bajar por la tranquila y alargada plaza de Santa Bárbara, torcer esta vez a la derecha... y ya se observan al fondo los comercios aledaños del teatro Barceló y, por consiguiente, de la zona de Tribunal. El taxista se detiene en nuestro destino un minuto después, a las 21:41, la hora prevista, y baja la bandera. 18 minutos de recorrido en carretera, 23 minutos desde que se solicitó el servicio, 7,5 kilómetros hasta alcanzar la estación de metro de Tribunal en la esquina con la calle Fuencarral. El precio: 13,55 euros. Somos los segundos en llegar. El precio es uno de los dos más elevados, pero el recorrido es, seguramente, el más sencillo de los cuatro. Al bajar del vehículo, este tuerce a la izquierda de la calle, asciende a toda velocidad y le perdemos de vista en plena selva urbana madrileña.

Resumen: Cabify, el más rápido y económico

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Cabify: 11,75 euros, 19 minutos de recorrido y 10 kilómetros.

Uber: 12,93 euros, 21 minutos de recorrido y 9,82 kilómetros.

MyTaxi: 13,55 euros, 23 minutos de recorrido y 7,5 kilómetros.

Taxi convencional: 15,35 euros, 21 minutos de recorrido y 7,5 kilómetros.