La pareja posaba con sus hijos durante una comida.

La pareja posaba con sus hijos durante una comida. Cedida

Reportajes Asesinados en Alemania

Sergio mató a sus dos hijos por celos: quería a la madre rusa sólo para él

"Yo sólo quiero tenerte a ti a mi lado, no necesito hijos", repetía el ingeniero sevillano a Yulia, su pareja. Un amigo de ella narra a EL ESPAÑOL la tragedia. La madre montó una litera para los pequeños que no llegaron a estrenar. 

25 febrero, 2017 01:34
Pepe Barahona Fernando Ruso

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“Tenía celos de sus hijos y por eso los mató”.

Se llamaban Miguel Ángel, de cinco años, y Leonardo, de cuatro, y ambos murieron en mitad de un mar de sangre en la madrugada del viernes 18 de febrero. Esa es una de las pocas certezas que maneja la policía alemana que investiga el asesinato de los dos menores a manos presuntamente de su padre, el sevillano Juan Sergio Oliva Gómez, de 38 años. “Él la acaparaba, la quería solo para él y no soportaba que ella le dedicase tiempo a sus propios niños”, resumen los amigos que Yulia, la madre rusa de los menores, dejó en Sevilla, la ciudad en la que ambos se conocieron, se enamoraron y vivieron una historia de amor que acabó en una mayúscula desgracia.

Tatiana todavía llora al recordar lo ocurrido. Su amiga Yulia Lantukh, con la que compartió piso durante su estancia en Sevilla, la llamó poco tiempo después de saber que su pareja había asesinado a sus hijos. El teléfono sonó de madrugada, en torno a las tres. “Ya no tengo hijos, Sergio los ha matado”, le confesó con un lánguido hilo de voz, fruto de los sedantes que le tuvieron que administrar después de que ella misma descubriera los ensangrentados cadáveres de los menores.

Sergio mató a sus dos hijos por celos: quería a la madre sólo para él

Entró en shock. Ella no debía estar ahí, pero un presentimiento hizo que saliera de casa, condujese hacia la casa de su ex pareja y que abriese la puerta en busca de una explicación. “A él le tocaba la custodia durante los fines de semana, pero nunca iba a por ellos, es tan flojo que obligaba a Yulia a llevárselos a su casa”, relata la amiga, también rusa. Pero ese viernes, cuando Yulia fue a la guardería a recoger a sus dos hijos ya era tarde. Su padre se los había llevado. Y ahí empezaron las llamadas, las sospechas. Todo se confirmó al abrirse la puerta.

La sangre manchaba las paredes, las escaleras, y en mitad del pasillo, Yulia encontró a su ex pareja. Sergio estaba ensangrentado y solo atinó a señalar a una de las habitaciones. En el sofá estaba el cuerpo ya sin vida de Miguel Ángel, “con su pijamita”, completamente ungido en su propia sangre. Lo tocó, supo que estaba muerto. Y la joven salió corriendo de la casa, gritando y llorando desconsolada. La policía alemana le confirmó horas después que Leonardo también estaba muerto. “No hemos podido hacer nada por ellos”, explicó la doctora que la atendió a las puertas de la casa de su ex pareja. Y poco después la sedaron.

Despertó en el hospital, del que salió este miércoles. El mismo hospital en el que, según apuntan los amigos de la joven rusa, también está recluido el presunto asesino, en tratamiento psiquiátrico.

“Ayer volví a hablar con ella, está destrozada, apenas podía ni hablar”, cuenta Tatiana, de 42 años. “Yo iba a ser la madrina en el bautizo de Leonardo —explica—, pero fue retrasándolo y ya…”.

Cedida

Tatiana apenas logra contener las lágrimas cuando ojea las fotos que conserva en su teléfono. “Miguel Ángel, de cinco años, era un niño muy maduro para su edad, era un mayor en el cuerpo de un pequeño”, detalla. “Tanto que él mismo cambiaba los pañales de su hermano porque su padre era incapaz de llevarlo al cuarto de baño”, asegura. “Nunca los quiso, de hecho, intentó que Yulia abortara de su segundo hijo”, añade la rusa. “Yo sólo quiero tenerte a ti a mi lado, no necesito hijos”, le decía, según apunta el círculo cercano de la rusa.

Según la narración de quien estuvo presente durante la génesis de la relación entre Sergio y Yulia, el sevillano tenía una doble vida. “Fuera de casa era una persona atenta, amable, inteligente, muy respetuoso; pero dentro cambiaba y apenas atendía a sus hijos; fingía que era un buen padre, colgaba fotos con ellos, aunque era ella la que debía ocuparse de ellos”, enumera Tatiana, que habla con EL ESPAÑOL en nombre de Yulia, que guarda reposo junto a su madre en su casa de Aurich, una ciudad de la Baja Sajonia, cerca de Stuttgart.

Sergio demostró ser una persona brillante en su vida académica. En el año 1999 obtuvo su diplomatura en Enfermería y, apenas cinco años después, consiguió el título de Ingeniero de Telecomunicaciones. Además de dos másteres en Automática, Robótica y Telemática y Prevención de Riesgos Laborales. Sus conocimientos de Ciencias de la Salud e ingeniería le hicieron llevar su doctorado por la ingeniería biomédica.

Sergio, con los pequeños, en una piscina de bolas.

Sergio, con los pequeños, en una piscina de bolas. Cedida

—¿Qué la enamoró?

—Sergio era una persona muy inteligente, se conocieron en la calle porque él vivía cerca de nosotras. Además, él conocía muchas cosas de Sevilla y le fue enseñando la ciudad a Yulia. No parecía mal chico. Pero él siempre estuvo más enamorado de ella que ella de él. Y todo cambió cuando llegaron los hijos, Yulia no dormía, apenas tenía tiempo de comer porque él se desentendía. “Tú eras la que quería hijos, pues te encargas tú”, le decía.

En esta casa en Aurich se encontraron los cuerpos de dos niños.

En esta casa en Aurich se encontraron los cuerpos de dos niños.

“Nunca los quiso”, insisten las amistades de la rusa. Lo que provocó el distanciamiento en una relación marcada por las depresiones de él y los continuos acercamientos de ella. Finalizada la convivencia y ella recomponiendo su vida con otro hombre, él amenazó a Yulia —comentan las mismas fuentes— con asesinar a sus hijos “como había hecho José Bretón”, el parricida de Córdoba. “Él quería que ella volviese”, comenta la amiga. De hecho, estando él en Alemania y Yulia en Sevilla, Sergio le exigió que se fuese con él o de lo contrario dejaría su trabajo de enfermero en el geriátrico Victor's Unternehmensgruppe y se volvería a una casa que la familia tiene en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Una amenaza menor que nada tiene que ver con lo sucedido este pasado fin de semana en Aurich.

“La amenazó mucho”, relatan. “Grababa las conversaciones, las discusiones, y le decía que las usaría delante de un juez para quitarles a sus hijos”, comenta Tatiana. “Sabía que ese era el punto débil de ella”, añade su novio, Andrés, un español con el que lleva tres años y que ha vivido los últimos lances de la tortuosa relación.

“¿Maltratarla físicamente? Lo dudo mucho, porque él era muy poca cosa y ella, a pesar de ser una mujer baja y delgada tiene mucho carácter, fuerte, con voluntad y determinación, mucho más que él; pero la tenía atormentada por las amenazas con sus hijos”, desgrana Andrés. “Le decía que le quitaría la custodia y le pediría al juez que separase a sus hijos en familias distintas”, añade. “Era perverso”, valor.

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Después del último juicio, cuando el juez alemán le retiró una ayuda estatal —que según defienden los amigos de la madre de los niños él dedicaba a pagar la hipoteca en vez de destinarla a los cuidados de los menores— y le impuso el pago de una pensión de 600 euros, Sergio le dijo: “Vuelve conmigo o te acordarás de este día eternamente”. Ese mismo día, viernes, Sergio asesinó presuntamente a sus hijos.

“¿Qué quería? Tenerla como una madre, que le diera cariño, que estuviese con él, lo mantuviesen… era tremendamente egoísta”, relata Andrés. “Era un niño de mamá”, añade Tatiana. “A cualquier problema siempre llamaba a la madre, no era capaz de hacer algo por sí mismo sin hablarlo con su madre”, relata en español con una mezcla de acentos, entre ruso y sevillano.

“Pero nadie de su familia ha llamado a Yulia para pedirle perdón por la muerte de su nieto, de su sobrino…”, explica Tatiana, que mantiene contacto regular con la madre de su amiga, que se desplazó de Rusia a Alemania para cuidar de la joven.

EL ESPAÑOL ha intentado ponerse en contacto con la familia del presunto asesino, que ha rehusado a hacer declaraciones.

A pocos kilómetros de donde vive la familia del presunto asesino, Tatiana vuelve a llorar. Le sobreviene un recuerdo, una idea que tanto repitió su amiga Yulia cuando la llamó de madrugada ese fatídico viernes de febrero. Mientras asesinaban a sus hijos, ella estaba montándoles unas literas para que durmieran juntos. “Era un regalo que le hacía mucha ilusión a los niños”, cuenta. Unas camas que ni tan siquiera sabían que tenían. Unas camas que nunca usarán.