Ruinas do Castelo da Lúa. Rianxo (A Coruña)
El ruinoso castillo de A Coruña que alzó Pai Gómez y fue una importante fortaleza militar
Este bastión del siglo XII, eregido junto a la desembocadura del río Te como un auténtico guardián del tiempo, revela en sus vestigios historias de templarios, hazañas bélicas y hasta trágicas leyendas
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Entre las rías Arousa y Muros e Noia, la península do Barbanza se adentra en las aguas del océano Atlántico como una lengua montañosa que esculpe en la costa coruñesa un sinfín de recovecos mágicos. En uno de sus bordes, Rianxo emerge como un verdadero tesoro de esencia marinera y alma literaria, pues esta histórica villa fue cuna de grandes literatos de Galicia. Castelao, Rafael Dieste, Manuel Antonio o Brea Segade son algunos de los rostros nacidos en esta tierra, cuyos nombres resuenan ahora en una senda litoral por Rianxo donde el murmullo del mar y los ecos de sus letras invitan a perderse entre el pintoresco muelle de Setefogas y el sereno arenal de A Torre, ya en los límites de la parroquia de Taragoña.
Es precisamente aquí, en este rincón idílico de Rianxo, donde los recuerdos del pasado se entrelazan con el presente, trayendo a la memoria de quienes lo visitan historias de templarios, nobles y bardos. Al cruzar la pasarela que se extiende sobre la desembocadura del río Te, una punta rocosa se revela como una auténtica ventana abierta al pasado, como un secreto a voces que guarda las ruinas del legendario Castelo da Lúa, una fortaleza medieval levantada en el siglo XIII por el poeta y noble gallego Pai Gómez Chariño. Sus piedras cuentan historias de la Orden del Temple y la Mitra Compostelana, y aunque el tiempo y las insurgencias han desgastado la estructura, su espíritu todavía permanece intacto y catapulta al visitante a una época de hazañas, batallas y leyendas.
Un paseo por la historia de Rianxo
Paseo Marítimo de la Playa de A Torre al Muelle de Setefogas. Rianxo (A Coruña)
En el lugar de Pazo, en Taragoña, el pasado aún susurra entre las piedras. Este rincón de Rianxo alberga uno de los vestigios más fascinantes de su patrimonio histórico: las ruinas del mítico Castelo da Lúa. Construida en el siglo XIII por el noble Pai Gómez, esta fortaleza fue todo un símbolo de poder y el escenario de historias que entrelazan grandes hazañas y tragedias. Con el paso de los años, el castillo pasó a formar parte de los dominios de la poderosa Orden del Temple y la Archidiócesis de Compostela, reflejando su relevancia estratégica en una época de constantes cambios y luchas de poder.
Sin embargo, su gloria se apagó violentamente durante las Revueltas Irmandiñas, reduciendo su estructura a cecizas en 1465 como tantos otros bastiones del poder feudal. Y aunque fue reconstruido poco después, el castillo no logró resistir al embate de los tiempos y en 1480 volvió a ser demolido, marcando el inicio definitivo de su declive. Cabe recordar que durante los años siguientes, hasta aproximadamente 1532, sus muros albergaron una cárcel, donde las historias de cautivos y guardianes añadieron nuevas capas de misterio a su legado.
El golpe final a su historia llegaría en 1740, cuando las piedras del castillo fueron expoliadas para levantar el campanario de la iglesia de Santa Comba en Rianxo. Así, los ecos de esta antigua fortaleza medival se transformaron en el tintineo de unas campanadas que aún hoy resunan sobre la villa, como un testimonio silencioso de un época que, aunque lejana, sigue viva en cada rincón de estas tierras.
Entre mitos y leyendas
Vistas del entorno de las ruinas del Castelo da Lúa. Rianxo (A Coruña)
Más allá de su innegable valor histórico, los mitos y las leyendas también envuelven al Castelo da Lúa en un gran halo de misterio. Sus ruinas, otrora símbolos de poder, fueron escenario de uno de los relatos más conmovedores de estas tierras. Según la tradición popular, durante el dominio de la Orden del Temple, el castillo albergó en sus interior a dos prisioneros que parecían marcados por el hilo rojo del destino: una joven, hija del señor feudal derrotado, y un caballero herido en batalla, quien luchó valientemente por el honor de su señor, pero también por el amor que sentía por ella.
En mitad de aquel cautiverio, la doncella cuidó al caballero con amor y devoción, devolviéndole la esperanza y las fuerzas necesarias para tratar de escapar juntos de la fortaleza. Con la ayuda de un compasivo templario, ambos lograron huir por un pasadizo secreto hasta la playa, donde abordaron un bote con la intención de alcanzar la ansiada libertad. Sin embargo, su plan pronto fue frustado: los defensores del castillo los avistaron a los lejos y, en la persecución, el caballero fue alcanzado por tres flechas fulminantes. En ese preciso instante, una ola volcó repentinamente la embarcación, empujando a la joven hasta las profundidades de esta ría.
Al amanecer, los cuerpos sin vida de ambos fueron encontrados en la orilla, abrazados en un gesto de amor eterno. La leyenda cuenta que fueron enterrados al pie de una de las torres del castillo, y que, desde entonces, en las noches de luna llena un haz de luz desciende sobre sus tumbas para proteger su descanso. También se dice que, justo antes de que el cielo tiña de azul profundo el firmamento, los últimos rayos del sol iluminaban los blasones del castillo, como si quisiera mantener viva la memoria de los amantes y su trágica historia.