¿En qué momento comprar una casa se ha convertido en un tiro al plato?
Hoy en día, ir a ver un piso es cómo participar en una competición contra doce francotiradores inmobiliarios escondidos en el descansillo. PUM, PUM, PUM. “Si te gusta, resérvalo YA, que hay otra pareja muy interesada”.
Otra pareja. Siempre hay otra pareja. Igual ni existe, como aquel novio del pueblo. O igual es siempre la misma pareja contratada por todas las inmobiliarias de España. Pero ahí está, omnipresente, respirándote en la nuca. Qué presión.
Para tomar una decisión que va a condicionar tu vida durante años —hipoteca, vecinos, orientación solar y ese armario imposible en el que jamás entrará la aspiradora—, te dan quince minutos. Quince. Menos que para elegir un perfume en Sephora. Todo muy sensato, muy reflexivo; madurez financiera, lo llaman.
Sin embargo, vas a comprar un coche y puedes vivirlo. Te sientas, ajustas el asiento como si fueras a conducir hasta Laponia tirado por 240 caballos renos, pones la radio para comprobar la calidad de los altavoces y hasta te dejan dar una vuelta. Una vuelta que consiste en frenar dos veces y esquivar una rotonda, pero da igual, tú ya sientes que has probado la experiencia. Y si el coche hace un ruido raro, lo oyes rápido. Honestidad mecánica en estado puro.
Con las zapatillas de correr pasa igual. Vives te pruebas tu número y si te aprieta el dedo gordo, pides otro. Das un paseíto por la tienda, te miras en el espejo, haces un pequeño trote ridículo para escaparte de ‘la otra pareja’ y le preguntas al dependiente si “estas amortiguan más que aquellas”. Y te pruebas aquellas. Y después estas otra vez. Luego vas a casa, buscas el mismo modelo en internet, lo encuentras falso más barato, y te llega en 48 horas. Democracia plena.
Y en el súper más de lo mismo: entras a por papel higiénico y acabas comiéndote un trozo de turrón ‘para degustar’. Nadie te pide la nómina, un aval ni tu historial laboral. Tampoco te dicen que justo detrás viene ‘otra pareja’ interesada en el último trozo. Ahí sí que tienes tiempo para comparar turrones, apretar tocar discretamente los tomates, mirar etiquetas de yogures y volver a la sección de frutas y verduras porque el tomate negro es mejor para ensalada.
Pero llega el momento de comprar una casa y el mundo se vuelve Harrod´s Primark en rebajas. Por eso sueño con poder hacer una “cata de turrones casas” de verdad. Que me dejen un par de horas sola: abrir armarios, mirar enchufes, poner Spotify, sentarme en el suelo y abrirme una lata de cerveza para ver cómo entra la luz. Y ya luego decido. Sin esa ‘otra pareja’ presionando. Sin la sensación de estar comprando Primark, pero pagando como si fuese Loewe.
Porque con esta presión inmobiliaria, voy a tener que liberar el estrés en el súper, apretando tomates como si fuesen pelotas antiestrés. Si el mercado del ladrillo es un tiro al plato, la frutería será mi spa. Y en ese spa lleno de peras, aguacates y limones, ya sería casualidad que apareciera la ‘otra pareja’ para arrebatarme mi tomate.