Me rondaba una reflexión en la cabeza y apareció el teaser de ‘El diablo se viste de Prada’. Me decidí a volver a ver la primera y ahí estaban todas las ideas: “Avísame cuando tu vida esté destrozada, será hora de un ascenso”.

Se acerca el final del año, toca pensar en propósitos y las cartas a los Reyes Magos. En la mía tengo claro que estará el deseo de que en 2026 pongamos foco en el valor de las personas. En todos sus ámbitos, pero dónde pasamos más horas es en el trabajo. Y lo que pasa ahí, es lo que extrapolamos al resto de ámbitos.

En la película, con un ambiente claramente tóxico y en el que se demandan tareas imposibles, la ayudante primera de Miranda se repite en voz alta: “Me encanta mi trabajo, me encanta mi trabajo”, en una situación en la que está enferma y sobrepasada.

No podemos romantizar la pasión por lo que nos gusta, en un ambiente laboral que no acompaña.
Tenemos el problema delante y estamos obviándolo. De las nuevas generaciones decimos que les falta compromiso: lo que les falta es la venda en los ojos, vienen con la conciencia de lo que es vivir. Ya no es vivir para trabajar, sino trabajar para vivir.

Hay tantas cosas que hacer, tantas oportunidades que coger en esta sociedad que nos lo ofrece todo, incluidos los avances tecnológicos, que hoy en día meter 8h de media de trabajo, nos quita mucho tiempo para vivir. Más si salimos cansados y desganados para aprovechar el tiempo que nos queda al final del día en el mejor de los casos. En otros es conciliación, obligaciones familiares…

Viendo la película, no podía dejar de llevarla al día a día. Cuántas veces estamos comiendo con la familia y suena el móvil del trabajo. Cuántas veces no llegamos a esa celebración de una fecha importante por entregar un informe. Cuántas veces no llegamos, por obligaciones laborales, impuestas o auto impuestas. Porque muchas veces van de la mano del miedo a no ser lo suficiente.

Queremos que las personas sean embajadoras de marca, pero qué motivos les dan las compañías para serlo. Ya no es tanto motivar desde las empresas, si no, por lo menos, no desmotivar desde los mandos, desde el clima laboral.

La motivación es un pico en un estado, como la felicidad son brillos puntuales, como decía Paula Sánchez en Voces ocultas. Pero a día de hoy el bienestar empresarial ya no es un beneficio, es una exigencia y que, además, es subjetiva.

Lo mencionaban en el Congreso de Executivas de Galicia: “Por mucho que queramos ser los que seleccionemos talento, nos seleccionan. Por cultura, por valores, por trato personal, por salario emocional, por oportunidades reales de desarrollo… En definitiva, por transparencia”.

Esa cultura corporativa hay que trabajarla. Consiste en cambiar el foco: de recursos humanos a personas. Surgen nuevos puestos en las empresas: dirección valor personas, de felicidad… Llamémosle como queramos, pero se trata de que los negocios sean rentables y las vidas sostenibles.