Fábrica de lápices Hispania. https://www.asociacionbuxa.com y https://www.todocoleccion.net

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Historias de la Historia

Hispania, los lápices gallegos con los que todo un país aprendió a escribir

La historia de una fábrica de lápices nacida en Ferrol que durante 50 abasteció a toda España, hasta que la llegada de la modernidad la condenó al cierre y al olvido

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En 1564, una violenta tormenta derribó un roble milenario en el valle de Borrowdale, en el condado inglés de Cumbria, dejando al descubierto entre sus raíces arrancadas una sustancia negra, brillante y extraña que los pastores locales comenzaron a usar para marcar a sus ovejas. Acababan de encontrar el único depósito de grafito puro a gran escala que ha existido en el planeta. Se trataba de un tesoro geológico tan valioso que la Corona inglesa decidió protegerlo como si fuera oro, prohibiendo su exportación bajo pena de muerte y utilizándolo para revestir los moldes de las balas de cañón de la Royal Navy. Pero fue en Alemania, en la ciudad de Núremberg, donde una familia de artesanos visionarios, los Faber, transformó ese mineral estratégico en el instrumento más poderoso de la historia del conocimiento humano: el lápiz. Marcas legendarias como Faber-Castell o Staedtler convirtieron a Alemania en el epicentro mundial de la escritura, estableciendo un monopolio técnico y comercial que parecía indestructible, haciendo que el mundo entero aprendiera a escribir, a dibujar y a diseñar en alemán. Pero a mediados del siglo XX, una ciudad del noroeste de España conocida por sus barcos de guerra, su disciplina militar y su acero, se atrevió a desafiar ese dominio. Esta fábrica gallega logró lo imposible, que millones de niños, funcionarios, poetas y delineantes españoles dejaran de mirar a Alemania para escribir sus primeras palabras. Así fue como nació el lápiz que enseñó a España a escribir: Lápices Hispania.

Grafito original de las minas de Borrowdale en Cumbria. https://www.mtu.edu

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En los años 30 del siglo XX, Ferrol era una ciudad que vivía y respiraba por y para la Armada, habitada por ingenieros navales de élite, oficiales de marina y miles de obreros cualificados que marcaban el paso de sus vidas al ritmo de las sirenas de los astilleros. La ciudad estaba volcada en la construcción de los acorazados y cruceros que debían defender las costas españolas, funcionando como una maquinaria de precisión donde todo giraba en torno al mar y sus ingenios.

En medio de ese ambiente, un emprendedor local tuvo una visión que nada tenía que ver con la pólvora, blindaje ni barcos de guerra.

Muelle del carbón de Ferrol en la década de 1930. https://oldpik.com

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Alberto Fernández Martín era un industrial inquieto y polifacético, propietario de negocios textiles y de fábricas de redes de pesca, que observaba cómo la sociedad española estaba cambiando rápidamente a pesar de las turbulencias políticas de la Segunda República. Y se dio cuenta de algo obvio, pero ignorado por la mayoría de los grandes inversores de la época, que en España se iba a empezar a escribir mucho más de lo que lo se había hecho hasta ese momento, debido sobre todo a que la expansión de la educación y a que la burocracia no paraba de crecer.

Arsenal y dársena de Ferrol. https://www.todocoleccion.net

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La demanda de material de oficina se disparaba en escuelas, ayuntamientos y estudios técnicos, pero había un problema fundamental que frenaba el desarrollo de este sector. Importar los prestigiosos lápices alemanes era cada vez más caro y difícil, Europa se encaminaba inexorablemente hacia el abismo de la Segunda Guerra Mundial y el cierre de fronteras amenazaba con dejar al país sin suministros básicos de escritura y dibujo.

Alberto, como muchos otros emprendedores antes que él, se hizo la pregunta clave que cambiaría su vida: "¿Por qué no los hacemos aquí?".

Tropas alemanas avanzando hacia Stalingrado en 1942. https://es.wikipedia.org

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Tenía el capital necesario, tenía acceso a la mano de obra más disciplinada y cualificada de España gracias a la centenaria tradición industrial de Ferrol y tenía la ambición de crear algo grande y duradero. Pero le faltaba lo más importante: el conocimiento, el secreto industrial de la mezcla perfecta de grafito y arcilla que distinguía a un buen lápiz, suave y resistente, de uno mediocre que se rompía al afilarlo.

Aquí fue donde el ingenio gallego se cruzó con una de las primeras y más brillantes operaciones de marketing de la historia de nuestra industria.

Alberto sabía que el consumidor español tenía un prejuicio imposible de vencer, ya que se creía que solo los productos alemanes eran sinónimo de calidad indiscutible, por lo que, si ponía un nombre español a sus lápices de alta gama, nadie los compraría.

Caja de lápices Johann Sindel. https://www.todocoleccion.net

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Así que decidió jugar con las mismas cartas que sus competidores extranjeros y viajó hasta el corazón de Alemania, en un momento convulso de la historia europea, para buscar a un técnico experto que pudiera traerse el secreto de la fabricación a Galicia.

Y lo encontró. Se llamaba Johann Sindel y era un maestro en la fabricación de minas que conocía todos los procesos. Alberto lo contrató por sus vastos conocimientos técnicos, vitales para montar la línea de producción, pero sobre todo, por la sonoridad de su nombre, ya que era ideal para su estrategia.

Lápices Johann Sindel. https://www.todocoleccion.net

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Porque, cuando fundó la fábrica en 1934, en un magnífico edificio diseñado por Nemesio López Rodríguez en el emblemático y marinero barrio de Ferrol Vello, decidió que su línea de lápices premium, la joya de la corona que debía competir de tú a tú con Faber-Castell, no se llamaría "Lápices Fernández" ni "Lápices Ferrol", sino que llevaría el nombre de su técnico estrella: "Johann Sindel".

Fue una jugada maestra de psicología del consumidor, ya que los españoles iban a las papelerías y veían aquel nombre sonoro, rotundo y germánico grabado en el cuerpo del lápiz, junto a las elegantes letras doradas sobre la madera lacada, y lo compraban convencidos de que venía directamente de Núremberg, cuando en realidad aquel producto acababa de salir de unos hornos al lado del puerto de Ferrol.

Plano del emplazamiento de la fábrica. https://www.asociacionbuxa.com

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Su estrategia funcionó tan extraordinariamente bien que permitió a la empresa romper todas las barreras de entrada en el mercado.

Durante los años 40 y 50, mientras España todavía estaba sumida en la oscuridad de la posguerra, Hispania se convirtió en un faro de actividad frenética. Aprovechando que Europa ardía en la Segunda Guerra Mundial y que las fábricas alemanas eran bombardeadas, Ferrol ocupó ese vacío, convirtiéndose de la noche a la mañana en la capital del lápiz.

Lápices Johann Sindel. https://www.todocoleccion.net

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En su época dorada, la factoría llegó a tener más de 400 empleados en plantilla, convirtiéndose en uno de los grandes empleadores de la comarca, tras los astilleros, siendo la inmensa mayoría mujeres, conocidas cariñosamente como las "lapiceras". Estas trabajadoras llegarían a formar durante décadas una comunidad muy unida, cuyo trabajo se convirtió en un motor económico fundamental para cientos de familias ferrolanas, aportando un segundo sueldo que en muchos casos era el que sostenía el hogar.

Eran ellas las que, con una destreza manual envidiable, realizaban las tareas más delicadas y críticas del proceso de fabricación. Encolaban la madera de cedro importado, introducían las frágiles minas de grafito en las ranuras milimétricas y lo prensaban todo antes de barnizar los cuerpos hexagonales de los lápices hasta dejarlos perfectos.

Caja de lápices Hispania. https://www.todocoleccion.net

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De aquella factoría salían millones de unidades al año para abastecer a todo tipo de públicos, desde los ministerios en Madrid hasta las escuelas rurales más apartadas, creando una gama de productos que hoy forma parte de la memoria de varias generaciones de españoles.

El modelo estrella, el "Johann Sindel", era elegante y sofisticado y estaba destinado a los delineantes y arquitectos que levantaban la España del desarrollismo. Eran lápices técnicos, con diferentes durezas, que ofrecían un trazo firme y seguro para los planos de los nuevos edificios y las grandes obras públicas, compitiendo directamente con los mejores del mundo.

Lápices Johann Sindel. https://www.todocoleccion.net

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Por otro lado, estaba el omnipresente modelo "Hispania", el caballo de batalla de la empresa, ese lápiz amarillo y negro que llenó los estuches de madera de millones de escolares con el que generaciones enteras de niños aprendieron a sumar, a restar, a hacer caligrafía y a escribir sus primeros dictados y cartas a los Reyes Magos.

Caja de lápices Hispania. https://www.todocoleccion.net

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Y por supuesto, los lápices de carpintero, de sección ovalada para que no rodaran por las mesas de trabajo y de un color rojo intenso para ser visibles entre el serrín. Eran los lápices que utilizaban los obreros, albañiles y carpinteros que reconstruían el país ladrillo a ladrillo durante las décadas de crecimiento urbano.

Lápices de carpintero de Hispania. https://www.todocoleccion.net

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Y así fue como el logotipo de la empresa, dos hombres entrelazando sus manos con fuerza sobre un lápiz gigante, se convirtió en un icono de la época, tan reconocible como el toro de Osborne.

Hispania no se conformó con los lápices y, en un intento constante de innovación para no quedarse atrás, comenzó a diversificar su producción fabricando plumillas y bolígrafos. Llegaron a exportar sus productos a Hispanoamérica, donde la marca gozaba de gran prestigio por su calidad y durabilidad, compitiendo con productos norteamericanos, e incluso llegando a vender lápices en la propia Alemania.

Caja de lápices Johann Sindel. https://www.todocoleccion.net

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Pero como ocurre con todas las grandes historias industriales, el tiempo, la tecnología y la globalización son enemigos implacables que no perdonan. En los años 70 y 80, el mundo de la escritura sufrió una revolución letal para las viejas fábricas tradicionales que no supieron o pudieron adaptarse a la nueva realidad.

Llegó el plástico masivo, llegó el bolígrafo BIC desechable, barato y eterno, que no necesitaba sacapuntas, y que desplazó al lápiz en muchas tareas cotidianas, y llegaron también los primeros ordenadores personales y los programas de diseño asistido, que empezaron a jubilar a los delineantes y sus mesas de dibujo, reduciendo drásticamente la demanda de lápices de grafito de alta calidad técnica.

Interior de la fábrica tras su abandono. https://es.wikipedia.org

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Pero, sobre todo, llegó la apertura de mercados con la inminente entrada de España en la Comunidad Económica Europea, cambiando las reglas del juego para siempre al eliminar los aranceles proteccionistas. De repente, los gigantes alemanes como Faber-Castell y Staedtler volvieron a entrar con una fuerza arrolladora y presupuestos de marketing millonarios, acompañados ahora por nuevas marcas asiáticas de bajo coste que inundaron las papelerías y los supermercados con productos imposibles de igualar en precio.

Hispania, con su maquinaria antigua, sus procesos casi artesanales y sus márgenes ajustados, luchó con valentía para mantenerse a flote en la tormenta. Intentaron diversificar su producción apelando a la nostalgia de sus compradores de toda la vida, pero la batalla estaba perdida de antemano frente a las multinacionales y la modernidad.

La fábrica tras su abandono. https://es.wikipedia.org

La fábrica tras su abandono. https://es.wikipedia.org

En 1986, el mismo año en que España firmaba su entrada oficial en Europa, la fábrica de Ferrol tomó la dolorosa decisión de apagar sus máquinas para siempre, poniendo fin a más de medio siglo de historia industrial, dejando huérfanos a cientos de trabajadores y a una ciudad que perdía otro de sus símbolos.

El cierre de Hispania fue el fin de un icono, pero también fue el fin de una era para Ferrol Vello y para una forma de entender la industria basada en la calidad y el orgullo local. Además, supuso una pérdida patrimonial irreparable con la desaparición del inmueble que albergaba la fábrica.

La fábrica tras su abandono. https://es.wikipedia.org

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Este edificio, una muestra única de modernidad y arquitectura industrial, debería haber sido protegido y transformado en museo, pero fue dejado a su suerte durante décadas, convirtiéndose en una ruina frente al mar, víctima de la especulación y la desidia institucional, un esqueleto vacío con sus cristales rotos y sus muros desconchados.

En 2012, a pesar de las intensas protestas de los defensores del patrimonio que pedían su conservación, la fábrica fue demolida, borrando del mapa una parte esencial de la historia de la ciudad. Hoy, en ese lugar, no queda nada físico que recuerde que, desde ese rincón de Galicia, se enseñó a escribir a toda una nación.

Interior de la fábrica tras su abandono. https://es.wikipedia.org

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Pero a pesar de todo, el legado de Hispania no desapareció, porque nunca estuvo hecho de ladrillos ni de hormigón, sino de memoria y vivencias personales que todavía son recordadas.

Caja de lápices de colores Johann Sindel. https://www.todocoleccion.net

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Ese legado está guardado en los cajones de nuestros abuelos donde todavía rueda algún Hispania, en los planos originales de los edificios que definieron el crecimiento de nuestras ciudades pero, sobre todo, está en las cartas de amor, en las listas de la compra, en los apuntes de la universidad y en los primeros garabatos que millones de españoles hicieron durante generaciones.

Caja de lápices Hispania. https://www.todocoleccion.net

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Porque hubo un tiempo, no hace tanto, en el que para escribir palabras tan importantes como "te quiero", "libertad" o "futuro", solo necesitábamos un trozo de Ferrol entre nuestros dedos, un lápiz gallego: Hispania.

Iván Fernández Amil escribe cada semana Historias de la Historia en Quincemil. Consigue sus libros en https://www.ivanfernandezamil.com/libros

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Referencias:

es.wikipedia.org

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elespanol.com/quincemil

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historiadegalicia.gal

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