El Edificio Lata Folgueira

El Edificio Lata Folgueira Nuria Prieto

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El Edificio Lata Folgueira de A Coruña

Hay edificios que parecen ocultarse en la ciudad. El edificio Lata Folgueira situado en la calle Mantelería 4, es una obra del arquitecto Juan González Cebrián. Construido en 1953 es una obra que pasa desapercibida debido a su posición urbana

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A veces, algo complejo no lo es tanto. Simplemente es que resulta difícil de ver y, por lo tanto, de comprender. Las obras de arquitectura suelen proyectarse para ser vistas, para formar parte del tejido urbano o rural en el que se implantan, aunque en ocasiones algunas se esconden de manera fortuita. Las transformaciones de la ciudad, derivadas de los cambios históricos crean espacio heterogéneo, de morfología variable, en el que de manera desacomplejada se superponen unas obras sobre otras. Este crecimiento más o menos desordenado, o improvisado de la historia, se corregía puntualmente con algunas actuaciones globales, algo que posteriormente se convertiría en herramientas de planeamiento urbanístico. Pero incluso con la aplicación de este tipo de herramientas contemporáneas, se producen situaciones en las que algunos edificios quedan ocultos tras otros de manera inevitable.

Èmile Zola describía el arte como un rincón de la naturaleza visto a través de un temperamento, es decir, un lugar desde una perspectiva específica basada en el criterio o la experiencia personal. La ciudad guarda su propia naturaleza, urbana y mutable, en ocasiones árida, pero afectada de una mayor superposición de perspectivas que otros lugares, ya que en ella la densidad de acciones del ser humano, es mayor. Cada punto de vista crea una forma de mirar, y en ella se ven y se ocultan cosas de manera deliberada, porque el ojo enfoca aquello que desea ver y, como tal lo interpreta.

“No puedo ser historiador de Cracovia, aunque me interesan las personas y las ideas, los árboles y los muros. La cobardía y el valor, la libertad y la lluvia. Las ideas también, porque las ideas se pegan a nuestra piel y van cambiándonos sin que nos percatemos. El espíritu del tiempo esculpe nuestros pensamientos y se ríe de nuestros sueños. Me interesan las paredes de las casas, los muros; el lugar en que vivimos no es indiferente en la conformación de nuestra existencia. Los paisajes entran en nuestro interior, dejan huella no sólo en nuestra retina, sino también en las capas profundas de nuestra personalidad. Los instantes en que, tras un chaparrón, se desvela de pronto el gris celeste del cielo permanecen en nosotros, igual que los instantes en que cae en silencio la nieve. Y puede que incluso las ideas se unan con la nieve a través de nuestro espíritu y nuestro cuerpo. Y con los muros de las casas. Y después desaparecen casa y cuerpos y espíritus e ideas.” Adam Zagajewski ‘En la belleza ajena’

La arquitectura y la vida del ser humano son elementos que forman parte de un mismo ecosistema. Aquellas áreas oscuras o que, simplemente quedan ocultas bajo la superposición de capas desaparecen de la mirada y también de la memoria, por eso parecen diluirse en la memoria. Es solo cuando tras un cierto tiempo, la vista se gira hacia ellas, quizás de forma fortuita, y entonces salen de su espacio de sombra volviendo a formar parte de la memoria y las ideas de la ciudad.

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

En A Coruña, aquellas áreas que dieron origen a la ciudad presentan un trazado urbano que puede provocar la ocultación de algunas obras, mientras que el planeamiento contemporáneo, con vías de mayor sección, esta situación se produce en menor medida. En la calle Mantelería se produce uno de estos efectos de ensombrecimiento, pero que, en este caso no debería haber sido así. La calle Mantelería toma su nombre de la antigua fábrica situada en manzana de la que actualmente forma parte el edificio de Telefónica. Esta fábrica icónica y muy relevante para la historia de la ciudad, desapareció dando paso a la construcción de viviendas, así como del actual edificio de la compañía telefónica. El callejón de acceso, así como el entorno de la antigua fábrica dejó una huella urbana que se respetó generando una calle estrecha que, sin embargo, mantiene las alineaciones y volúmenes del resto del barrio. Esta situación, común a otras áreas de la ciudad, y a muchas otras ciudades en la primera mitad del siglo XX, generó la percepción de que se desproporcionaba la calle con respecto a la edificación. Así algunas obras que, de encontrarse en una vía de mayor tamaño serían obras muy notables, se ensombrecen porque no es posible observarlas con naturalidad. Este es el caso del edificio Lata Folgueira.

Un edificio en la calle Mantelería

El edificio Lata Folgueira, situado en la calle Mantelería 4, es una obra del arquitecto Juan González Cebrián construida en 1953. Juan González Cebrián (1908-1988) era un arquitecto originario de Pueblonuevo del Terrible en Córdoba. Su trayectoria no sólo es significativa en cuanto al valor de su obra, sino también por su legado editorial ya que fue fundador y director de la Revista Nacional de Arquitectura. Paralelamente trabajó en la administración, en la Dirección General de Arquitectura rehabilitando las ciudades que habían quedado completamente destruidas tras la Guerra Civil Española. En A Coruña realizó numerosas obras que, por su carácter en ocasiones modesto pero revestidas de gran dignidad contribuyeron a mejorar la ciudad. Entre ellas destacan las viviendas Juan Canalejo en Os Mallos, las iglesias de Mugardos o de Oleiros, el edificio Corral o los edificios Lema Rey (en colaboración con Leoncio Bescansa).

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

El edificio Lata Folgueira es una obra entre medianeras que cuenta con cinco plantas y bajo comercial. En la actualidad, una de las medianeras se encuentra libre ya que la edificación en la parcela próxima aún no se ha realizado. González Cebrián, por su formación y experiencia, fue un arquitecto muy flexible en términos estilísticos, ya que también los eventos históricos provocaban transformaciones que obligaban a adaptarse al contexto. El lenguaje elegido por González Cebrián para este edificio es una combinación ecléctica que parece escorarse hacia un neoclasicismo ligeramente ornamentado. El edificio incorpora una imagen contundente y global en la que cinco columnas dóricas impostadas emergen de la segunda planta hasta la cubierta creando el ritmo de los huecos y sirviendo de argumento conceptual a la morfología del edificio. Tras ese orden vertical, introduce un segundo grado organizativo en horizontal en el que se incluye un elemento decorativo en las cabezas de los forjados. Este elemento decorativo formado por una flor enmarcada se aleja de los parámetros puramente neoclásicos, integrando su lenguaje más en un eclecticismo sencillo y manierista. El remate de las columnas impostadas no es abrupto, sino que busca la continuidad con todo el volumen, de tal manera que en la parte inferior forma las ménsulas del voladizo y en la parte superior muere en una línea de imposta sobre la que se coloca un frontón partido con volutas. El elemento elegido por González Cebrián para culminar el edificio, el frontón partido con volutas o por enrollamiento, es un elemento propio de algunas arquitecturas renacentistas que ya se encuentran transicionando hacia el barroco.

Este elemento no solo propio de la arquitectura es también visible en obras icónicas como las tumbas de Giuliano y Lorenzo de Medici en la Sacristía Nueva de San Lorenzo en Florencia. El frontón, como remate del edificio remite a una mirada singular sobre el edificio, ya que no se encuentran muchos edificios con este tipo de remate en la ciudad, sino que la mayoría de los que se ubicarían en su contexto sociocultural utilizan otros recursos compositivos como el uso de líneas de imposta, cornisas o petos con borlas o figuras. Sin embargo contrasta por su sencillez la solución de las defensas de las ventanas que están formadas por apenas un redondo plegado y rematado en su parte superior. La planta baja ha sido transformada por el uso comercial. El resto del edificio presenta uso residencial.

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

El esplendor sostenido

Hay arquitecturas en riesgo de desaparición, pero no porque su estado de conservación sea delicado o porque se vean amenazadas por algún plan, sino que su situación resulta compleja debido a una ausencia de mirada, es decir, se enfrenta a la disolución de la memoria. Cuando los edificios se construyen, el proceso difícil y duro se compensa con la obra finalizada. La presencia de un volumen capaz de materializar un conjunto de ideas que toman forma a través del dibujo y del conocimiento de las técnicas constructivas y su aplicación, parece un inverosímil, ya que lo natural es que el edificio no exista, y sin embargo, la coordinación de numerosas acciones es capaz de erigirlo. Pero en ese proceso algo puede fallar, y este puede terminar oculto a través de una lectura como la que hacía Miguel Ángel de su obra: “Si en mi juventud me hubiera dado cuenta de que el esplendor sostenido de la belleza de la que estaba enamorado un día volvería a inundar mi corazón, para encender una llama que me torturaría sin fin, con cuánta alegría habría apagado la luz. en mis ojos.”

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

Y es que no es fácil enfrentar el futuro de la arquitectura una vez que esta forma parte de la ciudad. El arquitecto deja de ser quien la sostiene, sino que son quienes la habitan y conviven con ella los que la dotan de sentido. Por ello quizás volver sobre la obra, o sobre la búsqueda emocional que el arquitecto trazaba en ella pueda ser doloroso si esta comienza a diluirse en la memoria colectiva. Sólo pasear y mirar con ojos curiosos crea una dinámica capaz de mantener el sentido de la ciudad. Porque sin los habitantes que la vivan, solo sería un conjunto de bloques y calles bajo el sol.