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Opinión

“En Coruña, las niñas buenas van al cielo, las malas al Parrús”

Un "remember" sobre uno de los locales clásicos de los 90 en A Coruña, situado en un sótano de la calle Alameda
Pedro Arenas Barreiro
Por Pedro Arenas Barreiro

Esta era la frase que R.R.V. e I.G.J. tenían escrita en su carpeta del colegio, acompañada con fotos de varios ídolos noventeros que por respeto a nuestra amistad (y un poco de vergüenza) no mencionaré... y es que si en Coruña había un sitio en el que cometer pecados entre los 15 y los 25 años, ese era el Parrús.

Si ya tienes la pauta completa de la vacuna contra el covid, habrás pasado seguro más de un rato allí, quizás haciendo algo malo o simplemente pensando que lo hacías (lo cual es bastante equivalente en realidad).

Si Baroke era la residencia veraniega en la que “pasaban cosas”, el Parrús era nuestro “palacio de invierno” en el sótano de la calle Alameda 18. La entrada al local, con sus escaleras, ya era una invitación formal a bajar a los infiernos y, si conseguías llegar abajo sin perder el equilibrio en alguno de los tan empinados como resbaladizos peldaños, eras afortunado o es que la noche aún acababa de comenzar y ya temías por qué ocurriría en la subida cuando tu destreza equilibrista se perdiese al ritmo de los tragos.

No recuerdo mucho de la decoración porque, al menos para mí, el Parrús es de esos sitios en los que la multitud formaba parte del attrezzo y no puedo imaginarme como sería el lugar sin estar atestado de gente. Mi memoria solo dibuja, además de la enorme barra que servía de epicentro, la pared izquierda con el mítico mural bravú y un futbolín y a la derecha de Toni, el indiscutible príncipe de los camareros reinando en la barra, una zona con un par de mesas al lado de los baños (la zona más caliente dentro del mismísimo infierno).

En la imagen 1. Toni, el camarero que marcó una generación (D.E.P)

El Parrús es de esos lugares en los que tú situación geográfica cambiaba según tu momento vital y posición social, como los asientos traseros del autobús que suelen estar reservados solo para los mayores y malotes. Cada colegio o pandilla tenía una zona reservada sin demarcación formal y apenas había cruzamientos entre ellos, pero recuerdo cómo nuestra posición espacial fue cambiando desde la proximidad del baño en el instituto hasta la cercanía al futbolín en los primeros años de universidad, siempre con la barra como núcleo principal de la actividad (un psicólogo profesional podría hacer una tesis completa sobre esto).

El horario de recreo también fue cambiando desde ser la primera etapa de la noche, en la que refrescarse rápido y a buen precio para continuar la ruta, a ser el destino final en el que encontrarse con todos los demás crápulas de la ciudad ya con el nivel de vergüenza inversamente proporcional al alcohólico.

El Parrús fue, durante su plenitud, el punto neurálgico de encuentro para los Riazor Blues en los que se planificaba la próxima batalla futbolística al ritmo de la Banda Sonora Original de Os Diplomáticos de Montealto, no en vano su segundo álbum llevaba por título el nombre del local.

En la imagen 2. Os Diplomáticos presentando disco en el Parrús, entre el mural y el futbolín

Como buen infierno, el Parrús era placer inmediato para todos los sentidos adolescentes. En una lejana era pre-regatón, las primeras generaciones del Xabarín Club podían deleitar allí sus oídos con el rock de The Doors o los Enemigos. En el Parrús, agudizabas además tu vista en la penumbra constante porque sabías que allí tus ojos podrían enredarse con tu ligue del momento o que sería fácil localizar al próximo. Con un poco de suerte, hasta podrías poner tu tacto a prueba y todo ello con el gusto dulce del kalimotxo con licor (no he podido volver a probar una mora desde entonces). Lo del olfato va a ser casi mejor que lo obvie ya que la única ventilación del local estaba reducida al agujero que dejaban las escaleras que unían el subsuelo del fin de semana con la realidad de la rutina escolar y a través del cual, el lunes brillaba como la luz al final del túnel que no queríamos alcanzar.

La luz de la oscuridad prohibida que ofrecía el Parrús se apagó a principios de los 2000 y pasó a reconvertirse en almacén de los negocios hosteleros vecinos. Afortunadamente, antes de eso, el caprichoso destino cruzó allí a mi amiga R.R.V. con un hasta entonces desconocido J.G.C y ambos decidieron que querían pecar juntos, más allá del Parrús y en ello siguen, más de 20 años después. 

Mi amiga I.G.J. y yo mismo, dejamos el Parrús antes de que él nos dejase a nosotros y aprendimos que quizás los niños buenos vayan al cielo y los malos al Parrús, pero que solo siendo nosotros mismos, con nuestros pecados y nuestros milagros, podríamos llegar a cualquier parte. Y en ello estamos.

Pedro Arenas Barreiro
Pedro Arenas Barreiro
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Pedro Arenas es, ante todo, un tío de acción (y nunca utiliza dobles aunque haya muchas escenas de riesgo). A lo largo de sus más de 15 años de carrera, ha sido autónomo, emprendedor, empleado por cuenta ajena e incluso responsable público en la Axencia Galega de Innovación. Ha sido el promotor principal de 2 empresas (Ingenyus, Marketing Inteligente y Qubiotech) y ha participado en la constitución de otras dos startups de base tecnológica. Actualmente colabora con diversas compañías en el asesoramiento y fortalecimiento de sus capacidades estratégicas y de innovación.