20 marzo, 2022 02:20

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La madre de Jorge Díez Elorza, Begoña, se dio cuenta de que aquel cuerpo tirado en el césped junto al coche aún en llamas era su hijo de 26 años por esos detalles en los que sólo las madres reparan, porque reconoció los zapatos que llevaba puestos. La bomba advirtió a los periodistas de la Lehendakaritza, la sede del Gobierno vasco ubicada a unos metros en Vitoria, y llegaron al lugar antes que muchas autoridades, filmaron, se interrumpieron las emisiones para dar paso a la noticia, y Begoña vio los zapatos de su hijo por televisión.

A Jorge lo mataron los de ETA junto a Fernando Buesa, portavoz socialista en el Parlamento vasco, porque era su escolta, pero también porque era ertzaina. Tras unos recelos iniciales, lo cierto es que la banda terrorista ya llevaba unos años con los policías autonómicos como objetivo directo. Eran, a su criterio, tan asesinables como cualquier policía nacional o guardia civil. 

"Mis padres le pedían que hiciera otra cosa. Pero él… era como era. Creía que podía ayudar a arreglar la situación en el País Vasco. Era sólo una persona, ante una responsabilidad enorme, pero pensaba que aportaba su granito de arena", cuenta Lorena Díez, hermana de Jorge, en conversación con EL ESPAÑOL | Porfolio. Con esa vocación, alejado de una vida más cómoda sin meterse en líos, se acabó colocando frente al punto de mira y le costó la vida. A Jorge tanto como a los otros 14 ertzainas que ETA asesinó, ahora muchas veces olvidados. 

Jorge Díez Elorza, poco antes de morir asesinado por ETA.

Jorge Díez Elorza, poco antes de morir asesinado por ETA. Cedida por la familia

Esa ignominia ocurrió el 22 de febrero del año 2000. El martes que viene, 22 años después de aquello, la asociación de ertzainas Mila Esker se reunirá con el lehendakari, Iñigo Urkullu, y le llevarán una serie de peticiones para intentar desenterrar de alguna forma la memoria de los 15 asesinados. Aunque el simbolismo no es buscado, el acto tendrá lugar en la misma Lehendakaritza, a apenas 500 metros donde Jorge perdió la vida, donde se la arrebataron, como queriendo cerrar un círculo en el que el tiempo juega a favor de las víctimas.

Y es que el relato del dolor y de la memoria del terrorismo muchas veces deja de lado a los agentes de la Ertzaintza asesinados por ETA. Cierto es que el cuerpo autonómico nació, hace ahora 40 años, con el afán semi-nacionalista de ser la policía del pueblo, de calmar las tensiones que generaban en algunos sectores de la sociedad la presencia de la Policía Nacional y la Guardia Civil. Pero pronto empezaron a hacer su trabajo, a ser policías contra los criminales; y de agentes del pueblo pasaron a ser cipayos -soldados nacionales al servicio de fuerzas extranjeras-, y de ahí los acabaron convirtiendo en txakurras -perros, gente a la que estaba bien matar-.

Que fueron un objetivo como cualquier otro ya lo dicen las cifras. Según un estudio de la Universidad de Deusto que analiza el asunto, la banda armada llegó a recabar información de 7.895 agentes, fueron víctimas directas de 1.335 actos de violencia callejera, tuvieron que cambiar la matrícula de sus vehículos en 3.106 ocasiones y 650 policías pidieron cambiar su número de identificación porque estaban fichados. Y todo eso desemboca en lo siguiente: se produjeron 27 atentados contra la Ertzaintza y 15 uniformados murieron. Jorge es uno de ellos.

"Fue una época muy dura, nosotros no teníamos vía de escape. Nuestro sitio de trabajo era nuestro entorno, nuestras cuadrillas y nuestros vecinos. No estábamos unos años y luego nos cambiaban de destino", explica Julio Rivero, presidente de la asociación Mila Esker -'muchas gracias' en euskera-, que ahora ha tomado el revivir la memoria de sus compañeros como una misión propia.

Los asesinados de la Ertzaintza

-Juan Carlos Díaz Arcocha. Asesinado en 1985 a los 52 años. 

-Genaro García de Andoain. Asesinado en 1986 a los 64 años. 

-Juan José Pacheco Cano. Asesinado en 1988 a los 26 años. 

-Luis Hortelano García. Asesinado en 1989 a los 33 años. 

-Alfonso Mentxaca Lejona. Asesinado en 1991 a los 29 años. 

-Joseba Goikoetxea Asla. Asesinado en 1993 a los 42 años. 

-José Luis González Villanueva. Asesinado en 1995 a los 34 años. 

-Ignacio Mendiluce Echeverría. Asesinado en 1995 a los 26 años. 

-Ramón Doral Trabadelo. Asesinado en 1996 a los 36 años. 

-José María Aguirre Larraona. Asesinado en 1997 a los 35 años. 

-Jorge Díez Elorza. Asesinado en 2000 a los 26 años. 

-Iñaki Totorika Vega. Asesinado en 2001 a los 25 años. 

-Miker Uribe Aurkia. Asesinado en 2001 a los 44 años. 

-Ana Isabel Aróstegi. Asesinada en 2001 a los 34 años. 

-Javier Mijangos Martínez. Asesiado en 2001 a los 32 años. 

(Sus fotos aparecen, en orden cronológico, de izquierda a derecha y de arriba a abajo, en la imagen que abre este reportaje)

"Nos constituimos hace un año porque vimos que estaba cayendo en el olvido todo el tema de los aniversarios por los asesinatos. El Departamento hace un día de memoria, una vez al año, pero son actos muy descafeinados", añade, y cuenta que el objetivo es darle a cada uno la atención que merece. "Lo que tenemos muy claro cuando hacemos los homenajes es que se lo hacemos a un compañero, pero nos lo podrían estar haciendo a cualquiera de nosotros. Porque todos hemos sido objetivo de la banda terrorista", apuntala, en conversación telefónica con esta revista.

Mientras tanto, tienen que ver cómo en muchas partes de la geografía marcada por el dolor se sigue ensalzando a esos asesinos y cómplices. La última ocasión fue el pasado domingo, en la localidad vizcaína de Berango, donde celebraron un ongi etorri -una bienvenida- al etarra Ibai Aginaga. Estos actos son dolorosos para todas las víctimas en general, pero muchas veces son los propios ertzainas, los compañeros de los heridos y asesinados, los que tienen que velar por la seguridad en los actos, asistiendo en directo al ensalzamiento de sus victimarios. 

"Como ETA ya no mata, aquí se diluye todo como si no hubiera pasado nada y es terrible. Se habla de ello como si fuera una guerra. Pero no, unos mataban y otros morían", sentencia Lorena, la hermana de Jorge.

Un grupo de Erzaintzas posa en un acto institucional.

Un grupo de Erzaintzas posa en un acto institucional. Europa Press

Ertzaina en tiempo de ETA

Lo de que Jorge Díaz Elorza entrara en la Ertzaintza nunca fue por una suerte de arrebato vocacional. Él iba para profesor de educación física, pero no pudo pasar las pruebas y acabó entrando en el cuerpo policial a los 19 años. Sin embargo, siempre había tenido algo de Robin Hood, cuenta su hermana, y la implicación que no tuvo al principio, la fue encontrando por el camino. De patrullar como uno más, pasó a ser berrozi, el cuerpo de élite de la policía autonómica, desde donde ejerció de escolta de personalidades amenazadas.

Ahora, el relato de su vida y muerte, con las diferencias de su casuística particular, sirve para contar lo que vivieron miles de ertzainas aquellos años que ETA mataba y la sociedad les miraba con recelo.

"Siempre tuvo eso de ponerse del lado de los débiles, de los menos fuertes", dice Lorena, que tiene 47 años, uno menos de los que tendría su hermano si no se le hubiera parado el contador a los 26. "Y en la Ertzaintza acabó encontrando la forma de ayudar, sintió que como policía tenía más capacidad y más medios para hacerlo. Por eso fue encontrando la vocación después. Y por eso, también, sufrió tanto", añade.

Jorge Díez Elorza, al graduarse como ertzaina, a los 19 años.

Jorge Díez Elorza, al graduarse como ertzaina, a los 19 años. Cedida por la familia

El camino se notó pedregoso ya desde el principio. Para entrar al cuerpo tuvo que ir a clases de euskera, porque si bien era tan vasco como cualquier otro, en su casa no se hablaba la lengua. Ahí, en el aula, cuando se enteraron de por qué lo estaba estudiando, ya empezaron las miradas. Cuando se graduó se fue a Hernani, un municipio muy duro aún hoy día, y los bautismos de fuego se encadenaban al son de la rutina.

"No nos contaba las cosas para no preocuparnos, especialmente a mis padres, pero sé que hubo muchas situaciones en las que tuvo que salir como pudo", relata Lorena. A ella, sin embargo, no se le escapaba todos aquellos problemas que tenía Jorge en su vida privada por lo que había decidido como profesión, todo lo que le pasaba cuando colgaba el uniforme e intentaba ser un ciudadano más en su ciudad o en su pueblo. Porque ella estaba ahí también.

"En cuanto entró, a los 19 años, gente que en teoría eran sus amigos ya le dieron de lado y pasaron a insultarle", explica. "Éramos jóvenes y cuando estábamos en el pueblo solíamos salir de fiesta por Salvatierra (Álava), donde teníamos amigos. Íbamos habitualmente a un bar, al que tuvimos que dejar de ir porque en varias ocasiones tuvimos que salir corriendo para que no nos agredieran", añade. Y no siempre se libró: "En Vitoria, donde vivíamos, tuvo dos agresiones un par de fines de semana. Salía a un bar un sábado, alguien le reconocía… y pasaba eso", cuenta.

Hay un estudio realizado por la Universidad de Deusto, que lleva el nombre de Informe sobre la injusticia padecida por el colectivo de ertzainas y sus familias a consecuencia de la amenaza de ETA (1990-2011), en el que se relatan todas estas cuestiones. Además de cifras al detalle, los propios agentes cuentan en el dosier cómo pasaron de ser una especie de fuerza idílica, a personas a las que se les imposibilitó la vida en sus entornos, abandonados por los amigos y perseguidos por sus vecinos.

Jorge, unos días antes de morir.

Jorge, unos días antes de morir. Cedida por la familia

"Al final, trabajaba donde vivía, y hacía su vida personal donde trabajaba, donde todos se conocen", sigue Lorena. "Cuelgas tu uniforme en la taquilla, pero no te libras de las agresiones ni de la hostilidad, estás a todas horas en tensión. Los policías nacionales o los guardias civiles estaban unos años y luego podían irse. No les quito mérito, porque tengo amigos en esos cuerpos y sé que lo han pasado terriblemente mal. Por ejemplo, era muy duro para ellos tener que estar en un cuartel encerrados sin poder socializar con nadie. Pero la Ertzaintza tenía ese hándicap: tu vida es aquí. No podías no estar alerta".

De cipayos a txakurras

Al principio, cuando nació la Ertzaintza en 1982, ETA mostraba cierto recelo a la hora de matar a sus agentes de forma directa. La idea de que se trataba de una policía vasca hacía muy difícil de justificar su asesinato de cara a la sociedad simpatizante. Así, las primeras víctimas lo eran por tiroteos o porque los terroristas no les perdonaban, a agentes concretos, su pertenencia previa a otras fuerzas y cuerpos de seguridad de España.

Un ejemplo claro se vio cuando mataron a Juan José Pacheco (de 26 años también, en 1998). Los terroristas habían colocado explosivos en los túneles de una vía del tren Madrid-Irún, y pusieron una trampa para que detonaran cuando se fueran a desactivar. ETA acabó calificando su asesinato como un "accidente", porque esperaban que esa labor la hicieran agentes de la Guardia Civil, en vez de la Ertzaintza.

Pero todo cambió en 1993, con el asesinato de Joseba Goikoetxea Asla. Militante destacado del PNV y adalid de la Unidad Antiterrorista de la policía autonómica, él sabía que si algún día le mataban, sería en el semáforo de la calle Tívoli con el Campo Volantín, en Bilbao, donde siempre tenía que parar al salir de su casa. Pero en algún lugar de su cabeza y de la de su familia, rondaba la esperanza de que ETA nunca se atrevería a matar a un nacionalista vasco miembro de la policía del pueblo.

Portada de un periódico recogiendo las reacciones tras el asesinato de Goikoetxea.

Portada de un periódico recogiendo las reacciones tras el asesinato de Goikoetxea.

Se equivocó en lo segundo, pero no en la ubicación. Fue en ese semáforo, el 22 de noviembre de 1993, cuando dos etarras -Ángel Irazabalbeitia y Lourdes Txurruka- se acercaron por detrás de la ventanilla de su coche y le acribillaron a balazos. Uno de los proyectiles le atravesó directamente la nuca y se quedó en su mandíbula. Eran las 8.00 horas de un lunes y en el asiento del copiloto iba su hijo de 16 años. Le estaba llevando a la parada del autobús para ir al colegio. El niño salió ileso, pero su memoria sigue aún atrapada en el interior de ese coche.

El asesinato de Goikoetxea supuso un punto de inflexión de ETA contra la Ertzaintza y también contra el PNV. Ya nada volvió a ser lo mismo. Y, después de él, fueron el resto de muertos. Ya no eran daños colaterales, eran objetivos directos.

"Me enteré por la televisión", recuerda Lorena sobre el asesinato de su hermano. "Ya me había independizado entonces. Tenía 25 años. Cortaron la emisión del programa que estaba viendo y dijeron que había habido un atentado en Vitoria. Me puse alerta. Pero en cuanto dieron el nombre de Fernando Buesa ya sabía que mi hermano estaba ahí. Le llamé por teléfono y nunca hubo respuesta", lamenta.

"A veces he sentido que era víctima de segunda. Se hablaba de Buesa y su escolta, pero tenía nombre"

Sus padres, que hasta entonces, quizás por pura protección psicológica, no eran conscientes del verdadero peligro que corría, desperaton ahí ante la cruda realidad. "Mi madre siempre le decía, desde su humildad, 'hijo mío, ten cuidado, no te expongas, que de héroes está lleno el cementerio'. No éramos conscientes de verdad de lo que podía pasar", reflexiona Lorena.

Pregunta.- Su hermano murió junto a Fernando Buesa…

Respuesta.- No murió, lo mataron.

P.- Perdone, desde luego. La pregunta es que si alguna vez han sentido, al haber sido asesinado junto a una persona célebre, que la memoria de Jorge ha pasado a un segundo plano.

R.- Sí, como si fuera una víctima de segunda. En los medios se hablaba de Fernando y su escolta. Se les olvidaba que tenía un nombre y una familia, y llamábamos a todos para que lo corrigieran. Parecen cosas insignificantes, pero a nosotros nos causaba mucho dolor. También lo hemos visto en muchos homenajes. Los que jamás nos han hecho sentir así son los familiares de Buesa. Somos personas y nos unió la tragedia. Pero otra gente, sí. Es verdad que Fernando era una figura pública, pero mi hermano fue asesinado igual que él.

En total, ETA mató a lo largo de su historia a 15 ertzainas. Están Jorge, o Goikoetxea, o Pacheco; pero también Ignacio Mendiluce y Luis González Villanueva, que fueron asesinados en 1995 por un chaval al que seguían por exceso de velocidad y que en el juicio fue absuelto por el jurado popular -seguramente, por temor a las represalias-, o Francisco Javier Mijangos y Ana Isabel Aróstegui, que fueron asesinados en 2001 con un tiro en la nuca mientras dirigían el tráfico y el hecho todavía sigue impune. Y hay muchos más. Además, cuatro de estos asesinatos aún no se han esclarecido y sus ejecutores siguen gozando de impunidad mientras los familiares llevan flores al cementerio.

Un ertzaina junto al cadáver de Jorge Díez Elorza.

Un ertzaina junto al cadáver de Jorge Díez Elorza. E.E.

La memoria vs. la vergüenza

Con el objetivo de honrar la memoria de todos aquellos ertzainas asesinados a lo largo del tiempo, la asociación Mila Esker irá el próximo martes a la Lehendakaritza de Vitoria a reunirse con Iñigo Urkullu y a presionar a favor de impulsar el recuerdo a todos los compañeros caídos. Entre otras medidas, pedirán al lehendakari que haya placas conmemorativas en las comisarías, que se señale la fecha de los asesinatos en el calendario corporativo que se reparte entre todos los ertzainas, que haya divulgación de testimonios en las aulas y que se instale una escultura conmemorativa en una zona pública de País Vasco.

Lo curioso, de todas formas, es que esta asociación nació en enero del año pasado y lo hizo reivindicando a un ertzaina que no murió, que salió vivo, aunque de aquella manera. "Un compañero coincidió de vacaciones con Jon Ruiz Sagarna y él, que evidentemente ya está fuera del cuerpo, mostró interés porque a sus hijos se les pudiera enseñar la base de Durango. Después de hacerlo, nos dimos cuenta que teníamos una deuda pendiente, que había que hacerle un homenaje", cuenta Julio Rivero, presidente de Mila Esker y ertzaina durante 30 años.

Para aquellos que no conozcan a Jon Ruiz Sagarna, unos bocetos. El ertzaina fue víctima de un ataque de kale borroka en 1995, un año en el que hubo acciones callejeras 136 días de los 365 del año. Le tiraron un cóctel molotov mientras estaba dentro del furgón policial y, atrapado, sufrió quemaduras en el 55% de su cuerpo. Llegó al hospital con el casco antidisturbios fundido en su cabeza, le dieron un 5% de posibilidad de sobrevivir, y se acabó aferrando a esa minúscula esperanza. Con el rostro reconstruido aunque con secuelas todavía, salió a la luz el año pasado, tras 25 años de anonimato premeditado, para recibir el homenaje.

Así quedó la furgoneta en la que estaba atrapado Jon.

Así quedó la furgoneta en la que estaba atrapado Jon. E.E.

Sigue Rivero: "Pusimos entre todos dinero para comprarle un sable de gala que se suele usar en actos institucionales, le escribimos una poesía y le hicimos el homenaje. Vimos a sus hijos, cómo miraban a su padre. Tenían una cara de orgullo tremenda. A fin de cuentas, a los críos los habían tenido alejados del dolor y ahí descubrieron que su padre era un referente para todos. Con eso, vimos una necesidad espontánea que estaba calando entre los compañeros y sentimos que había que canalizar aquello a través de una asociación de desactivación del olvido". La foto de WhatsApp de Sagarna sigue siendo de aquel acto. "Mucha gente se ha ido por la puerta de atrás, sin un 'gracias'", apuntala.

Pregunta.- ¿Cómo sienta dentro de la Ertzaintza su labor?

Respuesta.- Sí que es cierto que a nivel interno a veces somos un poco incómodos. Al final, en esos actos hay que significarse, y muchos van en contra de la dinámica del departamento.

P.- ¿Y cómo de politizado está el cuerpo?

R.- Las bases… cada uno tiene sus opiniones y sus ideas, pero nos dedicamos a hacer la función policial con normalidad, ahí esas cuestiones secundarias se quedan al margen. Pero en los niveles más hacia arriba, evidentemente, estamos dirigidos por políticos que establecen las estrategias. Ahí, la verdad, hemos tenido épocas peores.

Julio Rivero, presidente de Mila Esker, en un acto entregando una medalla a un compañero.

Julio Rivero, presidente de Mila Esker, en un acto entregando una medalla a un compañero. Cedida

Lo que sin duda es más paradójico de este asunto es que, mientras unos luchan por reivindicar la memoria de los asesinados, hay partes del País Vasco y de Navarra en las que todavía se celebra a los asesinos. El último acto ocurrió hace unos días, el pasado domingo. En la localidad vizcaína de Berango se llevó a cabo un ongi etorri -una bienvenida- para ensalzar la figura del etarra Ibai Aginaga, que volvía a casa tras cumplir una condena de 20 años. La celebración tuvo lugar en un frontón municipal cedido por el Ayuntamiento.

A pesar de las polémicas que levantan cada vez que suceden, este tipo de celebraciones siguen siendo frecuentes en esta parte de la geografía española, ensalzando a los victimarios y menospreciando a las víctimas.

"Puedo entender que la familia del preso esté contenta, pero que hagan la celebración de puertas adentro", explica Julio Rivero. "Las víctimas con las que hablamos sienten que eso no les deja cicatrizar las heridas y que es volver a hurgar para que sangre. ¿Se imagina la gente que a los terroristas del 11-M fueran recibidos en sociedad con un homenaje? Los verdaderos héroes son aquellos que han contribuido a trabajar por la paz, esos son a los que hay que homenajear, no a los del tiro en la nuca", sentencia.

Lorena Díez, por su parte, cuenta que ella ha optado por no ver la televisión y no leer esos temas en la prensa. "Porque, si no, la que va a sufrir soy yo. Y ya tengo suficiente con salir de casa y ver todas esas pancartas por los acercamientos", cuenta. De hecho, sabe que los tres que cometieron el asesinato de su hermano -Asier Carrera, Luis Mariñelarena y Diego Ugarte- acabaron en la cárcel, pero no quiere saber nada más. "Con los beneficios penitenciarios, no sé si siguen ahí. Ni siquiera sé sus nombres, porque cualquier día me los puedo cruzar. No quiero saber nada", asegura.

No lo sabe y nosotros no se lo vamos a contar. No le vamos a contar que los tres se han beneficiado de las políticas de acercamiento. Que los tres, entre 2020 y 2021, han sido acercados a prisiones del País Vasco o alrededores. También se ha beneficiado el jefe que ordenó el asesinato, Francisco Javier García Gaztelu alias Txapote, que ahora está en un módulo familiar junto a su pareja, en Madrid. No se lo vamos a contar. Antes o después, se enterará.

Así fue el 'ongi etorri' del domingo pasado en Berango.

Así fue el 'ongi etorri' del domingo pasado en Berango. E.E.

Intentando prohibir los 'ongi etorri'

La comisión de Peticiones del Parlamento Europeo ha formado una delegación que ha visitado España para investigar los crímenes no resueltos de ETA. A partir de ahí, se ha elaborado un informe, al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL | Porfolio, en cuyas recomendacines se pide "impulsar, desde todas las instituciones competentes, que se evite el enaltecimiento público de los terroristas condenados cuando salen de las cárceles". Considera los ongi etorri una humillación a las víctimas y pide que se refuercen los instrumentos jurídicos para evitar la impunidad y la revictimización. El plazo de enmiendas está abierto hasta el próximo jueves 24 de marzo y se votará el 20 de abril. De prosperar, implicaría una postura firme de la Unión Europea frente a estos actos.