14 agosto, 2022 02:00

Andrés Neuman ha escrito el libro más hermoso del verano, eso es así: atraviesan el costado, como una sombrilla voladora, las ráfagas de belleza de las cartas breves que le dedica a su hijo en los meses de su gestación, en el instante de su nacimiento y en la fascinación de su crianza. Es una poesía distinta: la del hombre nuevo enamorado de una criatura prenatal. La del escritor conmovido por la cotidianidad del pañal húmedo, del pato de goma del baño, de la baba del bebé -tan sabio y misterioso-. La canjea en Umbilical (Alfaguara), con frases tan crujientes y perfectas como "hace falta descaro para no haber nacido y dirigir la noche", "tus urgencias adquieren la altura del misterio" o "lamento confirmarte que el amor negocia".

Entendió Neuman con exquisita inteligencia lo que le costó tanto a los autores que le antecedieron, y es que había literatura -y hondura y aventura y estremecimiento- en la ecografía y en los fluidos y en las supersticiones del no nato y en sus patadas anticipando revoluciones que aún no sabemos leer. Importa la temperatura del baño del niño. Importa su lengua secreta. Importa insonorizarlo de la "escuela de las viriles bobadas" que mamaron su padre, su abuelo, su tatarabuelo, y todos los demás, todos. Importa que el poeta se deje enseñar por el niño "a llorar lo no llorado". Ese es el hombre nuevo. "Ahí estás, aquí estoy, a un abismo de sólo unos centímetros. La forma de estar juntos de los hombres", escribe, entre la autocrítica y la ternura. Y a la vez reivindica todas las formas que existen de ser un hombre heterosexual siendo siempre un hombre bueno.

['Umbilical', de Andrés Neuman: confesiones de un padre primerizo]

Este es un libro enganchado a la teta de la vida que no pregona, como el altavoz de un sospechoso aliado, lo fundamental que es el feminismo. Es un libro feminista sin alardes, sin afectación, lleno de política lírica pero sin ni una sola soflama: da gusto. Echábamos tanto de menos la literatura.

Pregunta.- Recuerdo pocos libros escritos por hombres desde su paternidad. Así, a bote pronto: Mortal y rosa, de Umbral, mítico; uno reciente de Alberto Olmos, Irene y el aire; y ahora el suyo, ¿qué hay de esta falta? ¿Va a empezar a hacerse más?

Respuesta.- Fíjate que el libro legendario de Paco Umbral está escrito fatalmente, trágicamente desde la pérdida, que no es exactamente lo mismo que desde el amor paterno. Es una elegía que confirma con dolorosa belleza lo difícil que es culturalmente para los escritores hombres exteriorizar las emociones de la paternidad mientras ésta está sucediendo.

Hay muchos libros sobre hijos e hijas que hacen balance de daños en su relación con sus padres, eso sí. Tenemos arquetipos habituales: el padre violento o bíblico, que encarna la ley y sanciona, el padre ausente, el padre presuntamente heroico, el salvador, previsiblemente cinematográfico. Pero suelen estar tratados desde la mirada de los hijos, que analizan carencias o ajustan cuentas o, en el mejor de los casos, celebran demasiado tarde. Hace ya años que existe una literatura muy profunda y potente sobre las nuevas maternidades, o las llamadas malas maternidades, o las no maternidades, que son igual de importantes. Tenemos ejercicios sobre nuevos modelos de familia, familias monoparentales, etc, pero se ha profundizado poco en la poetización del hecho de la paternidad. Se ha escrito poco, por parte de los hombres, desde la cotidianidad de la crianza.

"Los hombres han escrito poco desde la cotidianidad de la crianza" 

P.- ¿Qué bloqueos lees aquí?

R.- Veo dos. Uno, que tiene que ver con el de los usos y costumbres: el reparto de tareas cotidianas aún está muy lejos de ser equitativo. Pero hay otro bloqueo que es el del imaginario: no hemos considerado digno de literatura todo eso que tantas escritoras sí. ¿Qué prejuicio está funcionando? Hay una rigidez en la tradición. No fluye con naturalidad. El otro día hablaba con un amigo que está a punto de jubilarse, su hija tiene ya una cierta edad, y me contaba con mucha emoción que leyendo el libro había recordado esos momentos un poco sagrados, un poco rituales, del baño de su hija. Él sí había estado presente en su crianza, salía corriendo del trabajo para llegar al momento del baño.

Yo le pregunté si él hablaba en su trabajo, o con sus compañeros, sobre la temperatura del agua para sus hijas, sobre cómo calentar o refrescar la habitación, cuánto antes de acostar a la niña la bañaban, si con esponja o con la mano, qué tipo de jabón usaban, si ponían juguetes en la bañera, todo eso… y me dio una respuesta que me pareció muy significativa: "Hombre, hacerlo lo hacíamos, pero no lo hablábamos". No encontraban un espacio para comunicarse ni para crear comunidad al respecto. No se ha sabido bien qué función cumple ahí el hombre, quizá por un pretexto biológico… piensa en las películas, en el momento del parto. Recordamos la imagen de un señor con traje fumando en un pasillo, esperando a que le den la noticia de que ha sido padre. En esa escena, la vida, la muerte y el cuerpo les suceden fuera, literalmente no van con él, están fuera de su campo de visión.

P.- Es curioso que algunos hombres de mi generación, ¡y algunos amigos míos!, sigan sintiendo incomodidad o pudor respecto a eso. Hay quien dice que prefiere no entrar a la sala de parto.

R.- Sí. Sería fácil señalarlos con el dedo, pero la pregunta es: ¿por qué se sienten así? Es una lástima que haya padres que prefieran no entrar con su pareja a ver cómo nace su hijo. Es un bloqueo cultural, emocional, familiar… ¿cómo es posible que una experiencia tan trascendente no podamos, o no queramos, que nos atraviese? No seamos ingenuos, no es una postura individual o personal, es frecuente, es social. Es esa imagen cinematográfica de la que te hablaba. Los hombres no han encontrado su lugar ahí. La industria audiovisual no se ha limitado a reflejar nuestra vida sexual o amorosa, sino que la ha construido. La gente trata de besar como en las películas. Es un imaginario opresivo y limitante en el que nos hemos educado.

Neuman.

Neuman.

P.- Respecto al desprecio del escritor varón hacia convertir en literatura la cotidianidad de la infancia de sus hijos, o su nacimiento, o su gestación, me pregunto: ¿ha tenido que ver con la mitificación de la figura del creador, su pose bohemia y apartada de los convencionalismos y la familia? Esa cosita maldita… gamberra.

R.- ¡Ah! Sin duda.

P.- Siempre les ha interesado más escribir sobre las aventuras que sucedían fuera de casa. El viaje, Ulises, la infidelidad, las mujeres nuevas…

R.- Sí, pero si hablamos del sentido de la aventura, te puedo decir que yo tengo con mi hijo la sensación de una aventura diaria. Me parece un personaje asombroso y sumamente sabio. No represento un rol solo de magisterio, sino que me considero su discípulo. Hay muchas formas de mirar y de construir vínculos familiares. Si se trata de estar dentro para cumplir el expediente o cumplir un rol prefigurado, yo comprendo que sea mucho más interesante salir huyendo, no me cabe duda (ríe). No hay por qué elegir: el entrar y salir es parte de la gracia de la literatura misma. Se suele decir que hay dos tipos de literatura: la que cuenta un viaje y la que cuenta un asedio o un encierro. La paternidad reúne todos estos extremos.

P.- Influirá también el propio oficio de escritor. Su necesidad de quietud, de reflexión, de recogimiento, de aislamiento. De habitación propia, al cabo, como decía Virginia Woolf. Quiero decir: ellos siempre la han tenido, y es más fácil escribir exigiendo silencio cuando dos habitaciones más allá, con suerte, está tu esposa entreteniendo a los niños para que no te molesten en tu trabajo. Para que ellos escribieran, ellas no escribieron. Pero ahora están cambiando las cosas y hay más equidad… ¿cómo concilia el escritor padre?

R.- Me identifico mucho con la reflexión y la pregunta que haces. Nuestra época irá poco a poco respondiéndola. Es fascinante cómo los hombres educados en ese mundo, con ese reparto de roles y esos principios, podemos aprender a escribir y a conciliar y a vivir esos conflictos que las madres conocen desde siempre. No tengo ningún deseo ni ningún ánimo de esquivar ninguno de los conflictos comprendidos en la experiencia de articular escritura y crianza.

Las madres lo saben mejor que los padres: la paternidad afecta a la estructura y al tempo de lo que escribes. No he escrito el libro que escribiría sin mi hijo, sólo que con menos horas al día o con más interrupciones. Fui, de forma natural, acercándome a una escritura más fragmentaria, de fogonazos, que toma como punto de partida la crianza, que habla de eso y que reproduce su ritmo. Tú lo decías muy bien, Guerra y paz se puede escribir en la medida en la que haya alguien criando a tus numerosos hijos.

P.- Siempre se ha dicho que la poesía no se ocupa del dinero. Ahora pienso que tampoco de los orines ni los pañales de los niños.

R.- Exactamente. Es como si nuestra educación masculina hubiese sido un lento aprendizaje en la incapacidad de mancharnos.

"Una de las preguntas más cómplices y hermosas que me ha hecho mi padre fue hace poco, en un susurro: "¿Cómo se cambia un pañal?"

P.- Pero depende de la mancha, claro. La sangre bélica es poética, la menstrual, para los hombres no.

R.- Interesante. Es eso: la mancha íntima es la que esquivamos. Nos hemos perdido esas experiencias de la vida. Esa intensidad.

P.- ¿Qué tipo de padre fue el tuyo? Dices en el libro que creciste entre omisiones.

R.- Mi crianza tuvo su parte tradicional y su parte bizarra. La tradicional tenía que ver con que pasé muy poco tiempo con mi padre y también con mi madre: ellos trabajaban casi todo el día. Tuve una fuerte certeza amorosa pero poco reflejada en la vida diaria. Me he preguntado mucho, como todos, qué contendrá la parte invisible de mi propia memoria. Me refiero a los primeros capítulos de la novela de nuestra vida, que son ilegibles. Quizás por esto escribo esto, para mi hijo. Para que él pueda acceder a los suyos.

La parte bizarra de mi crianza tuvo que ver con que mi madre no era solamente una mujer trabajadora, sino una profesional de mucha exigencia, violinista, mujer independiente que vivió esa dificultad de armonizar -por emplear una palabra musical- los afectos familiares y las ambiciones profesionales. Laboralmente era muy ambiciosa y creo que es lo mejor que pudo transmitirme. Vi que hacía sinceros esfuerzos por no perderse ninguna de las dos cosas y al mismo tiempo lo vivía con cierta angustia. Sus hijos, rápidamente, entendimos que ahí había un conflicto válido y digno de ser pensado. Fue un modelo materno muy saludable.

Mi padre se ha ido transformando con la edad, eso es interesante. A veces pensamos en términos más generacionales que de evolución vital, "los modelos de antes y los de ahora", tal, pero dejamos más o menos intacta la transformación fascinante que se suele dar en muchos hombres respecto a su actitud afectiva. Si veo la diferencia que hay entre mi padre como padre y mi padre como abuelo… me parece sumamente esperanzadora. Una de las preguntas más cómplices y hermosas que me ha hecho mi padre fue hace poco, en un susurro: "¿Cómo se cambia un pañal?". Me llenó de esperanza y al mismo tiempo me hizo sentirme retrospectivamente solo.

"Mientras esperas que nazca tu hijo, su sexo no importa, no entiendo por qué empieza a importar tanto después"

P.- "Ojalá seas una mujer, un hombre, ambas, ninguno. Ojalá no te importe el garabato genital, su proyecto semántico", le dices a tu hijo en el libro antes de conocer su sexo. ¿Es ésta una mirada queer?

R.- Sí lo era. Me pareció que esa experiencia la habíamos vivido la mayoría de madres y padres y no le habíamos sacado todo el jugo, o todas las preguntas. Me refiero a la ecografía como símbolo. Pertenezco a una de las últimas generaciones que no fue ecografiada, que no fue vista antes de nacer, y ya no nos planteamos cómo de poderoso o trascendente es ver a alguien que aún no ha nacido. Las madres lo pueden vivir con plenitud y felicidad o con la sensación de que tienen un alien devorándoles las entrañas, pero sienten, y a los hombres nos han educado para no sentir nada hasta que es demasiado tarde. Hemos llegado tarde a todo, también a la paternidad.

Pero la ecografía rompe ese reto de distancia. Hay un tiempo en el que no conoces el sexo biológico que tendrá la criatura. Y ese no saber abre un periodo maravilloso en el que tienes que imaginar e ir teniendo un amor conjetural por un ser cuyo sexo no importa. Vale la pena ponerlo en pausa. Qué amor tan interesante, tan flexible y desprejuiciado. Ese periodo de indefinición me parecía una conquista amorosa. ¿No se podría construir toda una cultura amorosa desarrollando ese momento? ¿Por qué después empieza a importar tanto el sexo biológico? Ni el más tradicional de los padres diría "ah, yo no me voy a emocionar ni voy a sentir nada por esa barriga hasta que no sepa si es niño o niña", nadie se siente así, pero después pasas a la siguiente etapa y el sexo empieza a determinarlo todo. Es una verdadera lástima. Lo anterior era tan liberador…

Neuman.

Neuman. EFE

P.- ¿Se le ha dado demasiada importancia a los genitales, en verdad, en la vida? Sobre todo al del hombre. ¿Cuánto de su pene es un hombre? ¿Un pene habla de uno, o mejor, un hombre se ve atravesado por su pene a lo largo de su vida enérgica y sexual?

R.- (Ríe). Bueno, es imposible aquí separar lo físico de lo cultural o lo biológico de lo simbólico. El asunto no es el genital en sí, sino lo que simboliza o lo que ha terminado significando en los repartos culturales. La cuestión no es tanto pensar en lo que ahora se llama fluidez de género sino en si se podría vivir de otra manera mucho más amplia y desprejuiciada la genitalidad clásica. El trabajo cultural que a mí me interesa no va sólo de abolir cualquier identidad, sino de preguntarse si eso que llamamos "identidad masculina hetero" es algo tan limitado, tan estrecho y previsible como nos han querido hacer creer, ¿no?

Hay muchas maneras también de ser un hombre blanco y hetero. Creo que el fenómeno queer es una de las grandes fuerzas culturales de nuestro siglo y va a condicionar muchas de nuestras maneras de pensar y de sentir, pero precisamente por eso, veo algo ingenuo… en fin, cuando mis amigos y amigas jóvenes, poetas veinteañeros con los que tengo amistad, se dicen sarcásticamente entre sí, como para meterse entre ellos, "uy, no seas tan hetero" o "ese es muy hetero", como si fuese algo limitado.

La liberación de las identidades consistirá también en que haya infinitas maneras de vivir la heterosexualidad, pienso. No creo que se trate de convertir la identidad en un supermercado, no se trata de multiplicar el número de productos, pasar de 7 cajas a 70. La pregunta es: ¿necesitamos cajas? ¿Seguro que esta caja es de cereales? ¿Qué contiene esta caja? Noto que en la literatura y en el arte, en general, nos cuesta mucho hacer con la identidad una cosa que sin embargo hemos hecho con grandes temas como el amor o la muerte.

Sabemos que son infinitos como tema, que no se acaban nunca, que no es lo mismo la muerte de un samurái o de un caballero medieval en las cruzadas que la de un anciano en una residencia o la de un niño en la calle. Hay tantas maneras de vivir la muerte como personas y circunstancias. Y sabemos, sin duda, que el amor romántico y trágico de Romeo y Julieta no es el mismo que hemos conocido muchos estudiantes en la Facultad de Letras. Si sabemos esto, podremos hacer lo mismo con conceptos como "madre", "padre" o "hijo". No demos por sentado que lo sabemos todo sobre los padres hetero.

"A los hombres nos han educado para no sentir nada hasta que es demasiado tarde"

P.- Me resulta interesante también la idea de que el colocar un nombre al niño es "una libertad y a la vez un acto de violencia". ¿Cuántas cosas que hemos asumido normales, convencionales, le imponen los padres a los niños?

R.- Ay, pues no sucede sólo entre criaturas y tutores, ocurre entre adultos y el mundo circundante. Hemos dado por sentado todo, hasta creemos saber lo que es un adulto. Hay una cosa terrible, que es la pérdida del reconocimiento de la necesidad de juego. Creo que ha debido de ser un malentendido acerca del mercado laboral o de las responsabilidades o de la manera de entender el capitalismo: parece que es sumamente importante jugar a cierta edad, y a partir de un punto, decretamos que ya no es importante.

P.- Yo siempre digo, medio en broma, medio en serio, como para disculparme por mis gamberradillas, que "sólo soy una chica que quería jugar".

R.- (Ríe). Resulta que no sólo es una frase simpática: hay una verdad profunda ahí. Mira, el arte es una de las pocas vías en la que hemos tolerado dar rienda suelta a lo soñado, a lo imaginado, a lo inventado, pero si salimos del terreno de la ficción, hay un montón de mecanismos represivos que se disfrazan de argumentos prestigiosos. Es muy tóxico: lo de la "responsabilidad" constrictora…

P.- Las palabras gruesas que dan tanto miedo. "Seriedad", "disciplina", "orden"…

R.- "Madurez"… sí. Que quede claro que yo trabajo desde los 16 años, soy un niño inmigrante y mi familia llegó con una mano detrás y otra delante, no seré yo quien desconozca la importancia del trabajo y del sustento, pero, más allá de eso, rechazo que se consideren categorías de prestigio esas palabras, porque al final aplastan necesidades muy genuinas, como la necesidad del juego. Decretamos su obsolescencia, incluso la ridiculizamos y aseguramos que ya no la necesitamos, que somos adultos, maduros, responsables… esas son medallas de latón que te pones para sobrellevar el haber desatendido necesidades que no son de la infancia, sino del ser humano. No soy condescendiente cuando juego con mi hijo, es que me estoy volviendo a permitir jugar yo. Hay una parte de mí que dice "¡por fin, puedo dialogar con el niño que sigo siendo!".

Neuman.

Neuman. EFE.

P.- Tu pareja, durante el embarazo, dijo una frase muy bella: "Más que su creadora, me siento su anfitriona". Eso me lleva a la siguiente pregunta: ¿crees en dios, eres supersticioso, qué relación tienes con la mística? ¿La ha modificado la experiencia del hijo?

R.- Este libro está formado a partir de muchas conversaciones con mi pareja: también observándola y aprendiendo de ella, pero, como es escritora, tiene un territorio propio en el que me he esforzado por no entrar, porque le pertenece, y es el que vendría a completar este libro. En mi familia hay personas de distintas religiones. Por parte de padre, judía, y por parte de madre, o bien rabiosamente atea, o muy católica, así que yo he sido educado por todos ellos. El destino hizo que mi familia se exiliara a Granada, último bastión del islam en Europa, y llevo más de 30 años imbuido por la memoria de tres culturas, especialmente por la islámica, porque Granada guarda mucha memoria nazarí.

He crecido rodeado de dogmas contrapuestos y lleno de perplejidad e incertidumbre. Escucho, pero soy escéptico. No tengo una relación filosófica particular con la idea de dios, no he configurado así mi vida y he tenido una crianza y un crecimiento muy laico. Sí he tenido curiosidad e interés por la emoción estética de la cultura religiosa. Siempre recuerdo que mi madre decía que no se puede escuchar o tocar profundamente a Bach sin tener, al menos fugazmente, una emoción divina. Es la celebración de lo pequeño dentro de lo inmenso: ese ingrediente poético me ha aludido, pero no tengo libros sagrados ni dogmas. Sí metáforas en común.

Mi madre me contó una anécdota de cuando era pequeño. Íbamos en el ascensor y yo le estaba diciendo a ella que no conseguía entender la idea de dios, que no la veía, y un vecino muy religioso me dijo: "Bueno, tampoco ves el viento y sabes que existe". Y yo le dije: "Sí, pero el viento me despeina" (ríe). Tendría 4 o 5 años. Digamos que me emociona que la gente se despeine mediante el pensamiento trascendente, su nombre me trae sin cuidado. Es la capacidad de despeinarse la que me interesa.

"No tengo libros ni dogmas sagrados, no soy religioso, pero me gusta elebrar lo pequeño dentro de lo inmenso" 

P.- Le preguntas a tu hijo, que no arrancaba a nacer: "¿Cuánto sabes del mundo, que no sales?". ¿Qué es lo que te da más miedo que tu hijo padezca del planeta actual?

R.- Espero que sea consciente de que tenemos que parar un poco la depredación de nuestro poco espacio, porque todo esto ya es pan para hoy y hambre para mañana, y es evidente que en lo que se ha convertido la economía mundial no tiene mucho más recorrido, y esto no depende de ningún Gobierno o de ninguna ley o de ninguna reunión ridícula de mandatarios, que es la imagen que más me descorazona y que más escepticismo me produce. Yo creo en un cambio desde abajo, en que la ciudadanía no permita más estos abusos y se rebele, también en el sentido económico.

Eso que los que ya tenemos algunos años no hemos sabido hacer, estas criaturas nos enseñarán a hacerlo, pero a su vez cometerán otros errores: los inventarán, de hecho. Eso es lo interesante: no me gusta echar sobre sus hombros la responsabilidad de arreglar el mundo, "toma, hijo, esta mierda de mundo, arréglalo", esa es una forma sutil de crueldad y opresión. Borges, para insultar, decía que alguien era "versátil en el error": eso nos define bastante como especie, y mucho de lo que nuestros hijos arreglen en el mundo lo estropearán por otro lado, y así hasta el fin de los tiempos.