Orbán y Putin, durante una reunión en los márgenes de la cumbre sobre la Nueva Ruta de la Seda en Pekín.

Orbán y Putin, durante una reunión en los márgenes de la cumbre sobre la Nueva Ruta de la Seda en Pekín. Zoltan Fischer Reuters

Tribunas

El ambivalente 'efecto Bruselas': apoyar mucho a los candidatos proeuropeos puede perjudicarlos

A medida que se aproximan las elecciones húngaras, y dado que las autoridades serbias están recurriendo a la violencia contra los manifestantes, la UE debe tener en cuenta que una intervención excesiva puede tener más inconvenientes que ventajas.

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Las rivalidades entre Oriente y Occidente son hoy más visibles que nunca en la Unión Europea y los países vecinos. Las elecciones recientes de Rumanía, Georgia y Moldavia demuestran que Rusia y sus aliados no reparan en gastos a la hora de tratar de influir en los votantes, manipular las elecciones y cambiar la orientación de la política exterior de otros Estados.

En la mayoría de los casos, no lo consiguen. La UE, con el respaldo firme y visible de sus instituciones y sus dirigentes, ha reaccionado con decisión en apoyo de los actores prooccidentales y en contra de la desinformación rusa.

Ahora bien, pese a haber conseguido resultados impresionantes, también hay tropiezos.

Aunque Rumanía y Moldavia han elegido líderes proeuropeos, las aspiraciones de Georgia de entrar en la UE se han estancado. Tampoco está claro si los nuevos gobiernos podrán resolver las divisiones internas o si, en el futuro, las elecciones acabarán siendo una pelea encarnizada entre la UE y Rusia.

Es posible que, para afrontar esta situación, en ocasiones, la UE deba adoptar una estrategia minimalista. En concreto, en los casos de Hungría y Serbia, la intervención excesiva puede resultar contraproducente.

Imagen de los manifestantes en las calles de Belgrado contra el gobierno de Vučić.

Imagen de los manifestantes en las calles de Belgrado contra el gobierno de Vučić. EFE EFE

Un apoyo muy visible a los movimientos democráticos y a los políticos europeístas puede crear la imagen de que son "marionetas occidentales", que es precisamente lo que pretenden los líderes iliberales cuando acusan a los opositores prooccidentales de ser "agentes extranjeros". La discreción, el trabajo a puerta cerrada y una actitud más reactiva pueden paliar esos problemas.

En Hungría y Serbia, respectivamente, Viktor Orbán y Aleksandar Vučić han consolidado desde la década de 2010 la captura del Estado.

Hungría, que en su día fue un ejemplo de éxito poscomunista, es hoy uno de los miembros más pobres de la UE.

Serbia, con su legado de conflictos armados y su complicada transición democrática, es el último país de los candidatos de los Balcanes Occidentales a entrar en la UE en materia de comportamiento democrático.

Ambos comparten una ideología de evasivas, posturas prorrusas y antieuropeístas y una vaga retórica sobre la protección de la soberanía "a cualquier precio".

Sin embargo, los dos regímenes se enfrentan hoy a su mayor obstáculo interno: el auge de unos rivales y unos movimientos de masas fuertes y creíbles. También son similares las raíces del descontento: el estancamiento económico, la inflación galopante y la corrupción.

Los escándalos han servido de catalizadores.

En Hungría, el indulto presidencial en un caso de pedofilia impulsó la creación de un nuevo partido presidido por el antiguo miembro del régimen Péter Magyar. En Serbia, el derrumbe de la marquesina de la estación de Novi Sad desencadenó protestas masivas contra el Gobierno.

"Es llamativo que el Kremlin haya publicado análisis políticos casi idénticos sobre Budapest y Belgrado, en los que acusan a la UE de intentar derrocar a los líderes actuales e instalar 'gobiernos títeres' leales a las 'élites liberales europeas'"

Por primera vez en casi una década, ambos gobiernos se enfrentan a una oposición capaz de acabar con ellos.

Los actores internacionales observan con detalle los acontecimientos. Rusia, por supuesto, no se limita a vigilar la situación, como dice la UE.

Moscú financia descaradamente a determinados partidos políticos y expertos en los dos países, además de propagar desinformación sobre los opositores de Orbán y Vučić a través de los medios de comunicación estatales y la Iglesia Ortodoxa Serbia.

Es llamativo que las instituciones dirigidas por el Kremlin hayan publicado análisis políticos casi idénticos sobre Budapest y Belgrado, en los que acusan a la UE de intentar derrocar a los líderes actuales e instalar "gobiernos títeres" leales a las "élites liberales europeas". Critican a los medios independientes, a los manifestantes serbios y al húngaro Péter Magyar, a los que califican de peones en un plan para poner en marcha "revoluciones de colores" similares a las del Maidán en la región vecina.

Estos argumentos están en consonancia con el manual de desinformación de Rusia. En una situación normal, tendrían poca repercusión, pero, en Hungría y Serbia, los medios de comunicación progubernamentales los difunden como si fueran textos sagrados.

Es difícil saber con exactitud hasta qué punto convence la desinformación rusa, pero algo penetra. En la polarizada sociedad húngara, el discurso ruso, amplificado por Orbán, refuerza las opiniones de su base.

El caso de Serbia es más complejo. Los profundos lazos históricos y culturales con el Kremlin lo convierten en un terreno fértil para su influencia, que suele apuntalar el poder de Vučić.

Sin embargo, las protestas que comenzaron los estudiantes ahora congregan hoy a los serbios independientemente de las divisiones políticas, incluso a aquellos que simpatizan con Rusia. En estas circunstancias, Moscú tiene escaso margen para conseguir que los ciudadanos desilusionados regresen al bando de Vučić.

"En Hungría, donde Orbán ha convertido la hostilidad hacia Bruselas en un tema central de su campaña, cualquier apoyo visible de la UE a otro candidato corre el riesgo de beneficiar directamente al primer ministro"

La UE tiene razón en permanecer alerta y actuar contra las injerencias rusas, pero Hungría y Serbia pueden poner a prueba este principio.

En Hungría, donde Orbán ha convertido la hostilidad hacia Bruselas en un tema central de su campaña, cualquier apoyo visible de la UE a otro candidato corre el riesgo de beneficiar directamente al primer ministro.

Su maquinaria propagandística ya está proclamando que Magyar es un "perrito faldero" de los líderes de la UE. Un anuncio público en su favor solo serviría para reforzar esa imagen.

En Serbia, las protestas no son por la disyuntiva entre Rusia y la UE, sino contra la corrupción y el autoritarismo. La actitud dura de la UE corrobora el argumento de Vučić de que los manifestantes son "agentes extranjeros" patrocinados por Bruselas.

La fuerza del movimiento reside en que tiene un atractivo transversal. Si se califica a los manifestantes de "proeuropeos", parte de su base podría distanciarse.

Hay que reconocer a la UE que, hasta ahora, ha actuado con cautela. Sin embargo, a medida que se aproximan las elecciones húngaras y dado que las autoridades serbias están recurriendo a la violencia contra los manifestantes, Bruselas debe tener en cuenta que una intervención excesiva puede tener más inconvenientes que ventajas.

*** Ferenc Németh es residente en Budapest, experto en los Balcanes Occidentales y doctorando en la Universidad Corvinus.

*** Péter Krekó es director del Political Capital Institute de Budapest e investigador sobre políticas del Instituto Universitario Europeo.