José Ismael Martínez, minutos después de la agresión.
La tolerancia, la pluralidad y la democracia se defienden con palizas
El autoritarismo ha sido asumido y naturalizado en España. Pero con carta de legalidad y en nombre de la democracia, claro.
Me envían el video de la agresión a un periodista de este medio, José Ismael Martínez, en el campus universitario de Navarra y no puedo resistir escribir estas líneas.
El muchacho agredido por las hordas encapuchadas no tendrá sentencia reparadora. Pero merece un pronunciamiento y el apoyo de alguien del mundo universitario, como es, de momento, mi caso.
Vaya por delante que para comprender en toda su extensión lo que pretendo transmitir con estas líneas, seguramente habría que haber leído todo lo que llevo publicado en prensa desde hace más de una década. Un esfuerzo vano e inútil por advertir lo que venía a nuestra sociedad y que desgraciadamente ya está aquí.
Con la complicidad incluso de quienes, ahora, lo advierten y critican.
No sé qué es peor, si el bochornoso espectáculo que supone comprobar a diario cómo las propias universidades de nuestro país están destrozando el sistema, desplazando el ascensor social de la universidad a la política, la militancia y el activismo, dejando los títulos universitarios como carta higiénica, o su alineamiento con esta despiadada agresión a la libertad de opinión y el pluralismo.
Dejando claro también qué corrientes o ideas tienen espacio en los campus universitarios y cuáles, en cambio, no.
Ayer en Navarra.
Hace unos días, en Granada.
Pedro J. (@pedroj_ramirez) tras la brutal agresión de 'abertzales' al periodista de EL ESPAÑOL, José Ismael (@jismael00): "Sentimos indignación por el silencio del Gobierno y de sus socios políticos"
— EL ESPAÑOL (@elespanolcom) October 31, 2025
🗣️ "Ese silencio gubernamental es doblemente grave cuando el presidente… pic.twitter.com/Fx6qjHc2iW
A mi propio decano tuve que comunicarle que, cuando nos trasladó sorpresivamente por email que había serios problemas para mantener la normalidad en el centro, habría sido deseable mayor claridad.
Porque los profesores afectados, sobre todo los que no estamos como corresponsales de la gaceta universitaria por los pasillos todo el día, merecíamos más detalles. Qué sucedía, qué actividad alteraba potencialmente el desarrollo de nuestras clases, cuál era exactamente la amenaza, qué es lo que se había autorizado desde la Gobernación civil y qué es lo que, según parece, no se había autorizado.
Habría sido oportuno aclararlo, y por escrito.
Era la segunda vez que me encontraba en estas circunstancias en estos años. La primera, aquella 'olonada', fue un absoluto bochorno. No tanto por lo que presencié, sino por el dispositivo de censura orquestado y por tener que acceder casi clandestinamente a mi centro de trabajo para impartir una clase que luego no pudo impartirse porque no consiguieron entrar los alumnos a la Facultad.
Los que boicoteaban, en cambio, sí.
No voy a experimentar lo mismo esta vez, le dije. Anuncié la suspensión de clase a los alumnos y lo imputé a la incapacidad de los responsables del centro para asegurar que la actividad docente pudiera desarrollarse con normalidad como consecuencia de unas amenazas exteriores que ignoraba cuáles eran y por qué.
Puro lamento o pataleo. Una queja en formato desahogo. Pero qué vergüenza. A lo que hemos llegado. Qué lamentable esta degeneración, siendo nosotros, además, una facultad de Derecho.
Me pregunté entonces, por si se me ocurre hacerlo, qué sucedería si invito personalmente a una de mis clases, en el marco de las actividades complementarias, a alguien marcadamente señalado por el Gobierno, por afines al Gobierno o por el mundo narcoterrorista.
¿Habría que activar también un dispositivo de seguridad y consultarlo con la Gobernación civil, por si vienen a agredirnos o apedrearnos los nuevos guardianes de la democracia y la pluralidad?
Dejé mi anterior vida profesional para reincorporarme a la Universidad, qué cosas, el mismo año que un grupo de jóvenes venezolanos, de paso por España, intentaron contarnos lo que estaba sucediendo en su país. Se intentó censurar aquella actividad de manera infame, con acusaciones de todo tipo, incluso desde cuentas institucionales.
Eran "representantes del fascismo y la oligarquía opresora", decían. Unos chicos que sólo querían hablar, y que no sabemos siquiera si seguirán vivos.
El autoritarismo ya ha sido asumido y naturalizado. Pero con carta de legalidad y en nombre de la democracia, claro.
"Evitar la violencia", dicen.
Como si evitar la libertad de opinión y neutralizar el pluralismo no fuera, en efecto, violencia.
Sé que este texto lo van a leer muchos más compañeros de profesión que alumnos, pero a estas alturas de mi vida poco o nada me importa el nutrido colectivo de gregarios, la galaxia de cortesanos, arribistas, tibios y equidistantes.
Así que, si me lees, joven universitario, huye.
Libérate de la estafa y la servidumbre.
*** Juan José Gutiérrez Alonso es profesor de Derecho administrativo de la Universidad de Granada.