El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Evelyn Hockstein Reuters

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Lo de Gaza es un alto el fuego, no un plan de paz

La principal debilidad del acuerdo es no haber contado con ningún interlocutor palestino, lo que convierte el acuerdo en una imposición. Algo que Trump ya intentó hacer con Ucrania.

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Han pasado dos años desde que Hamás cometió el peor pogromo de la historia reciente en el sur de Israel.

Desde ese fatídico 7 de octubre, hemos asistido a lo que Gardel llamaría un “despliegue de maldad”: secuestros, violaciones, ataques contra civiles…

La única esperanza de que esto cambie es un acuerdo que, a todas luces, es malo.

Sin embargo, es mejor un mal acuerdo que una buena guerra.

El acuerdo de paz de Donald Trump lleva su marca personal. Al igual que ocurría con otras iniciativas anteriores abanderadas por Trump, se trata de un acuerdo negociado sólo con una parte, abierto a los negocios privados del presidente y que desprecia abiertamente a las instituciones internacionales.

Veamos estos tres elementos de lo que podríamos llamar La doctrina Trump para procesos de paz.

Donald Trump y Marco Rubio, en la Casa Blanca.

Donald Trump y Marco Rubio, en la Casa Blanca. Reuters

1. La principal debilidad del acuerdo es no haber contado con ningún interlocutor palestino, lo que convierte el acuerdo en una imposición. Algo que Trump ya intentó hacer con Ucrania.

Es obvio que Hamás no es un interlocutor válido. Además de ser un grupo terrorista, lleva años aniquilando cualquier esperanza de paz con Israel.

De hecho, al igual que ocurre con Netanyahu, Hamás es el principal responsable del fracaso de los Acuerdos de Oslo. Tanto Netanyahu como Hamás hicieron todo lo que les fue posible para reducir la semilla que se sembró en Madrid y que floreció en Oslo en una planta seca y estéril.

Por ello, parece imposible pensar que este proceso que nace en Egipto pueda hacer florecer a esa planta.

No obstante, a pesar de los fallos que ha cometido y de la credibilidad perdida por la corrupción, la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en general y el presidente Abbas en particular merecen un voto de confianza.

Del mismo modo que nadie confiaba en Begin en 1978, tenemos que confiar en la ANP, ya que es la mejor opción existente. De hecho, en la apertura del período de sesiones, Abbas hizo una propuesta muy constructiva que bien podría haberse incluido en el acuerdo de paz.

2. Debemos tener también en cuenta la perspectiva de negocio que siempre está presente en las acciones del presidente Trump. Lejos de plantear el plan como una oportunidad de lograr una Gaza próspera que dé esperanzas a sus ciudadanos y que los aleje de las garras de Hamás, Trump ha concebido el plan como una opción más para lucrarse.

A las excentricidades propuestas en el proyecto Gaza Riviera hay que sumar la inclusión de la oscura consultora de Tony Blair como principal gestora del proyecto.

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Pero para que el plan tuviera opciones de éxito sería necesario que hubiera un programa creíble de reconstrucción que diera esperanzas a los gazatíes y que los alejara de la beneficencia populista con la que Hamás compra sus vidas.

3. Trump siente un desprecio absoluto por las instituciones internacionales. Y su acuerdo de paz, lejos de ser un plan de consenso en el que puedan participar instituciones internacionales como la Liga Árabe, las Naciones Unidas o el Consejo de Cooperación del Golfo, es, al menos en su primera fase, el panegírico de un megalómano que no cuenta con el respaldo de la sociedad internacional.

Naciones Unidas no tiene un papel mínimamente digno. Tampoco se involucra a organizaciones regionales y ni siquiera se ha contado con los miembros del G-7 para su puesta en práctica.

Las únicas buenas noticias que salen de esta iniciativa son que, por un lado, los poco más de veinte rehenes que quedan vivos en las mazmorras de Hamás podrán ver la luz después de dos años de absoluta oscuridad.

Y que, por el otro, la población gazatí encontrará algo de respiro tras dos años de unas operaciones de castigo que no han distinguido entre civiles y militares o entre culpables e inocentes.

Aunque algunos lo han llamado un plan de paz, este acuerdo es en realidad un alto el fuego que probablemente se romperá cuando los socios de Netanyahu (los sionistas religiosos) vean que ya no quedan rehenes en Gaza.

*** Alberto Priego es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia de Comillas.